De todas las relaciones políticas, la que une a las fuerzas armadas con la sociedad en que operan, es, potencialmente, la más sensible. La actitud de la ciudadanía hacia las fuerzas de la ley y el orden, incluyendo la policía, tiende a oscilar entre dos extremos. En tiempo de guerra o crisis, las tropas pueden ser idealizadas y darse a sus actividades un falso encanto. Durante los períodos de paz, sin embargo, el Ejército es a veces visto, en el mejor de los casos, como una carga para el contribuyente y en el peor como una secta de mercenarios legalizados que pueden utilizar la violencia ilegítimamente contra el poder establecido.
La fricción entre los soldados y los civiles es siempre peligrosa puesto que proporciona un número de puntos de apoyo, por medio de los cuales puede erosionarse la cohesión de la sociedad. Los soldados de todos los empleos que se sienten traicionados por civiles y políticos ignorantes, que son ofendidos de “Crueldad militar”, serán el objetivo inmediato para la propaganda de la extrema derecha o de los militantes de la izquierda social-comunista; de este último caso, tenemos las reacciones de estos gobiernos, incluso, contra los miembros de la Guardia Civil en su labor de impermeabilización de la frontera sur. La democracia, en donde la información y la crítica es relativamente libre, debe estar hoy particularmente alerta a la posible escalada de divergencias entre las fuerzas armadas y la sociedad. En España particularmente y en Europa en la generalidad, deben ser un reflejo de la sociedad. No es parte de su misión cambiarla, pero el Estado debe estar vigilante para asegurar que no se abuse de este requisito democrático: en sentido contrario, ningún movimiento revolucionario puede esperar tener éxito en un Estado social y tecnológicamente moderno sin subvertir a las Fuerzas Armadas; las armas, tanto desde el punto de vista jurídico, como policial y como militar deben ser utilizadas contra el Gobierno o , al menos , no usadas contra los protagonistas de la subversión como está sucediendo en España con los miembros de la extrema izquierda, ETA y separatistas Catalanes.
Los Gobiernos deben, por lo tanto, buscar activamente la evitación de cualquier ataque a la lealtad de las fuerzas armadas, en orden a su supervivencia y la del sistema que los apoya. Tales gobiernos se enfrentan con demandas para realizar debates abiertos en y sobre las fuerzas armadas, de grupos cuya primera acción, en caso de acceder al poder, sería suprimirlas. El objetivo final revolucionario es controlar las fuerzas armadas del Estado: su subversión no es sino un medio para este fin.
En líneas generales, se puede decir que del soldado raso al militar medio se apartan de los asuntos políticos o no los creen de su incumbencia, siendo los casos extremos unas experiencias aisladas y siempre desde posiciones de retiro. Sin embargo, este primitivo modelo de conducta está cambiando y, probablemente, aún cambiará mas debido a que los soldados tienen, en la actualidad, un periodo más largo de educación formal y participan a menudo en discusiones políticas dentro de sus escuelas con la introducción de formas de vida humanas que se escapaban de su código deontológico como las Leyes de igualdad, LGTB, libertades no permitidas hasta la aprobación de la Ley Orgánica de Derechos y Deberes del Militar Profesional, con la creación de Observatorios como el de la mujer, a todas luces foco de enfrentamiento entre géneros dentro de la Sociedad Militar como reflejo de la Sociedad Civil.
El Ejército puede ser usado cómo víctima propiciatoria en el conflicto entre los dos extremos de una sociedad polarizada, uno defendiendo y otro atacando los fundamentos y la conducta de los militares.
Aunque el Ejército sea, el objetivo principal, también puede esperarse que la Marina y la Aviación sean punto de atención preferente para los grupos subversivos. La Marina está en una situación particularmente sensible, circunstancia que fue señalada a la subcomisión del Senado de los EE UU — sobre la subversión organizada en las Fuerzas Armadas Americanas, por el, Senador Thurrnond en los años 70 a 80 de la pasada centuria que, lejos de no poderse aplicar actualmente por el paso del tiempo, se hace más presente con los acontecimientos como la guerra de Ucrania:
“Los comunistas han puesto siempre un gran énfasis en la importancia de penetrar y subvertir las fuerzas armadas de las llamadas naciones burguesas. Y las fuerzas navales han sido siempre un objetivo principal para tal subversión organizada, primero porque las condiciones de confinamiento en que los marinos deben vivir durante largos periodos de tiempo son apropiadas para agitadores habilidosos y, segundo, porque los navíos son maquinarias muy complicadas susceptibles de sabotaje”.
Los activistas de izquierda, que fijan sus esperanzas para un cambio revolucionario en las huelgas generales, que sin duda alguna vamos a sufrirlas próximamente, están también profundamente interesados en extender tal acción a las fuerzas armadas o, al menos, a que éstas no se opongan a ella con los connatos del último decenio de convocar por parte de Asociaciones Militares de claro matiz subversivo a manifestaciones reclamando unos derechos que no les corresponde por esa vía. En tal situación, es esencial, para la extrema izquierda, partidaria de posturas no acordes con las declaraciones oficiales y oficiosas de la ministra de Defensa, subvertir al ejército, preferentemente en sus grados inferiores. Y si no es así, por la deserción de los técnicos clave, para evitar que puedan ser usados en el mantenimiento de los servicios esenciales. Incluso si las fuerzas armadas careciesen de medios para mantener los servicios durante cierto espacio de tiempo, su inmediata y evidente importancia será una poderosa arma psicológica en manos de la extrema izquierda.
Alguien puede dudar de la realidad que se analiza, pero lo que sí está claro es que la guerra de Ucrania ha empujado movimientos de opinión, dentro de los Ejércitos, antagónicos o, al menos diferentes entre sí de los que los medios de comunicación no se hacen eco de igual manera, callándose las disidencias o las diferencias de criterio de aquellos que no comulgan con la postura oficial que, por otra parte, tiene un algo de falsedad que se vislumbra entre las palabras oficiales y las ayudas materiales reales a Ucrania, uno de los contendientes.
La utilización por parte de Rusia de circunstancias estructurales derivadas de los nacionalismos en Europa, copia estratégica de la época de la Guerra fría, vease el ejemplo de Cataluña en España, junto con los apoyos que las izquierdas proporcionan a estos movimientos ya son un factor de subversión lo suficientemente preocupante como para tener en cuenta lo que se está afirmando en este artículo.
Todas estas consideraciones conducen a la conclusión de que la lealtad de las fuerzas armadas de occidente debe ser lógicamente un objetivo principal para la subversión impulsada por el bando ruso, heredero de las técnicas de subversión comunista y, como vimos antes de ayer, precursor indudable de las extremas izquierdas en el mundo, de modo claro en la América Hispana.