Desde la Edad Media, han abundado las composiciones satíricas en que miembros del clero no solo se dan a todo tipo de placeres –comer, beber, dormir, fornicar–, sino que muestran las mismas necesidades fisiológicas que el común de los mortales. El defecar, como acción necesaria, aunque sucia, ha sido tomado desde antiguo para humanizar y degradar carnavalescamente a quien aspira supuestamente a una vida espiritual, santa, noble, como si pudiera obviar las necesidades más mundanas, corporales. Como la muerte, cualquier elemento inexorable iguala, de ahí que refranes, chistes y canciones aludan a lo que asemeja a un campesino con el rey o el Papa, concluyendo que «sin cagar nadie se escapa», lo cual se entona en forma de canción en muchos lugares, como hemos visto. Por toda la Península, son frecuentes en el contexto festivo las coplas en que se airea aquello que avergüenza al religioso:
El curita de mi pueblo
se lava él los calzones,
para que no le vea el ama
palominos y gorriones.
La mezcla de lo profano y lo sagrado es uno de los ingredientes clave de la comicidad popular, como lo es la inversión carnavalesca del orden, incluida la ridiculización (o la denuncia) de los valores de espiritualidad y ascetismo. Dado que la excreción es consecuencia del comer, el clérigo al que urge hacer sus necesidades forma parte de la sátira de la glotonería y, en general, del apego a los placeres materiales. Un buen ejemplo es una pieza dialogada conocida como Maitines, que se canta con mucha guasa en tono sacro en algunos pueblos de Jaén, y que hace sutil burla dentro de un género muy extendido de sátira anticlerical, que pone en la picota a las relaciones entre el cura o fraile y la barragana, ama u otra mujer, casada o no.
–Vámonos a maitines mi doña Elena
vámonos a maitines con la linterna.
–¿Qué haremos en maitines padre fray Diego?
¿Qué haremos en maitines, qué haremos luego?
–Compraremos el pollo, mi doña Elena,
compraremos el pollo con la linterna.
[…]
–Y después de comido el pollo, padre fray Diego
y después de comido el pollo, ¿qué haremos luego?
–Cagaremos el pollo, mi doña Elena,
cagaremos el pollo con la linterna.
–Y después de cagado el pollo, padre fray Diego,
y después de cagado el pollo, ¿qué haremos luego?
–Nos acostaremos mi doña Elena,
nos acostaremos con la linterna…
Frecuentemente, los versos parodian no solo la música, sino también el lenguaje sacro, como ha sido santo y seña de cierta literatura paródica desde la Edad Media, que incluye las misas de locos o misas báquicas.
Un fraile Benito
en la letanía,
comía, bebía,
eructaba, peía,
mientras en el coro
con gran devoción
el fraile de al lado
se rasca un cojón.
–¡Hermano, que morir habemus!
–¡Hermano, que la jodemus!
–¡Hermano, que la pringamus!
–¡Apunta pa fuera, leche!
Más explícitas y punzantes son algunas coplas que unen a la sátira de la promiscuidad del clero, lo sucio y repulsivo:
El cura de la aldea
tiene almorranas
de sentarse en el poyo
con Feliciana.
Y no faltan las muestras irreverentes en que frailes y curas se cagan en lo humano y lo divino:
Un fraile estaba cagando
encima de una pared;
pasó una monja y le dijo:
–¡qué borlas me gasta usted!
–¡Me cago en Dios!, dijo el fraile
en la puerta del convento.
Y salieron to las monjas
pa meterlo para dentro.
Un cura se cagó en Dios
a la puerta de la iglesia,
y otro cura le reprende:
–¡Cago en la hostia, qué bestia
En definitiva, las canciones burlescas con el clero, que ahondan sobre todo en sus dotes e inclinaciones sexuales, han dado para aliñarlas con motivos escatológicos, que rebajaban aún más, en ocasiones con singulares mezclas, como en esta copla asturiana:
Si quieres mexar, meixa,
meixa na candilexa,
si quieres cagar, caga,
caga pela tu saya.
Al de la monteruca,
cagáron-y na chupa,
si el cura andaba a fabes
por ente los maizales,
si el cura andaba a figos,
¿qué farán los vecinos?
En ocasiones no hay ambivalencia alguna cuando mandamos a alguien a la mierda o a que le den por el culo. La escatología y la obscenidad es recurso de afrenta, insulto que envía al injuriado al lugar más ínfimo y que disfruta con la humillación del ofendido. Y sin embargo, cuando el culo hace su aparición en las canciones populares, es siempre en tono humorístico, y más aún carnavalero: conjugando, como aquí hemos visto, las diferentes facetas de uno de los órganos más ambiguos asociado por igual a la comilona, al coito, a la belleza –a la carne en su sentido lujurioso y de gula– como a lo sucio, pestilente, lo más bajo y ruin. Hemos recordado, con Bajtin, que en la concepción popular lo alto y lo bajo es topográfico (el cielo y la tierra) y corporal (el rostro y los órganos inferiores; vagina, ano, falo). Y que dicha dicotomía no es inequívoca, sino antes bien simboliza los dos polos antitéticos pero complementarios que mueven el mundo, de la misma manera que lo son el hombre y la mujer, el invierno y el verano, la vida y la muerte. La ambivalencia jocosa es el rasgo más característico de este tipo de literatura, y parte esencial del realismo grotesco con que se tinta el mundo en ciertos momentos carnavalescos en que hay que arrojarlo todo al retrete, para comenzar de nuevo. No es extraño que, aunque muchas de estas canciones parezcan meros insultos, las pullas encierren en sí una arcaica concepción según la cual de la lucha de los opuestos pero complementarios ha de nacer lo nuevo, siendo lo obsceno y lo escatológico un recurso verbal que pone de relieve esa paradoja, según han demostrado antropólogos como Victor Turner en culturas muy alejadas.