Antiguos griegos eran hombres públicos o idiotas…, lo que le deja como un hijo puto, con o sin corbata.

FERNANDO AVILA, defensor del Lenguaje, iniciaba en 1996 un artículo, en el que se basa este, de la siguiente:

«Un momento, dirá usted, ¡cómo va a insultar de esa manera a quien decide vivir en la privacidad, alejado del foro, del vanidoso protagonismo de la plaza pública! El que no quiere figurar está en su derecho de aislarse, guardarse en la intimidad y no por ello puede ser llamado idiota.

Perdone, usted. Para los antiguos griegos, idiota es una palabra sin la connotación peyorativa que tiene hoy. Valga el ejemplo, los vándalos no son más que una tribu germana, como los godos o los visigodos; pero hoy, el vándalo es un delincuente y, en Canarias, pocas veces godo es recibido como elogio o como simple definición».

De este significado básico se derivó el de la persona que se dedicaba únicamente a lo suyo, lo privado, y no a la vida pública, lo común. Se esperaba que un ciudadano participara en política, por lo que quien no lo hacía era el idiota que se ocupaba solo de lo suyo y no de lo público, y no era bien considerado.

Así que idiota no era más que eso: una persona privada.

El valor peyorativo de la palabra idiota comenzó a aparecer en el uso que le daban a este vocablo los romanos, pues al hablar de los idiotas, incluían dentro de su inventario a los excéntricos, a los huraños, a los excesivamente introvertidos. Y, poco a poco, la denominación de idiota se limitó a esos especímenes no solo asociales sino francamente raros.

Ya encontramos en francés la palabra idiote en el siglo XII con el significado de «iletrado, ignorante». Parece que el primer uso atestiguado en un texto español es en los Milagros de Nuestra Señora, de Berceo (c. 1250):

Era un simple clérigo, pobre de clerecía:
dicié cutiano missa de la Sancta María;
non sabié decir otra, diciéla cada día,
más la sabié por uso que por sabiduría.

Fo est missacantano al bispo acusado,
que era idïota, mal clérigo provado;
«Salve Sancta Parens» solo tenié usado,
non sabié otra missa el torpe embargado.

Berceo, Milagros de Nuestra Señora

En Gramática, se llama idiotismo a la forma rara, extraña, rebuscada, amanerada, poco fluida, cultita, ultracorrecta, de expresarse. Frases como mas sin embargo… un vaso con agua… hay conmigo 20 personas… son idiotismos.

Son clásicos, y hasta forman parte del acervo popular, idiotismos como el líquido perláctico de la consorte del toro (leche) y no pocos críticos literarios hablan de Góngora como máximo cultor del idiotismo literario por su sofisticado estilo, con toda justeza llamado gongorino.

Fernando Corripio advierte en su Diccionario de dudas e incorrecciones que nada tiene que ver el idiotismo gramatical con la idiotez. En cambio, Seco, en el suyo, sugiere que los dos conceptos están definitivamente emparentados.

El novelista ruso Fiódor Dostoievski escribió entre 1867 y 1871 la historia del príncipe Myshkin, hombre lleno de generosidad, que confía en sus semejantes y quiere llevar a todos al perdón. Myshkin fracasa en sus intentos, porque la gente no es como él la supone, sino que actúa llevada por el egoísmo y esclavizada por el dios Dinero. Este relato de Dostoievski se llama El idiota. Según el profesor José Fernando Sánchez, de la Universidad Complutense, hay una clarísima afinidad entre este idiota y el Quijote. Ambos son sublimes pero ridículos.

Lenin denunció a los idiotas útiles y su expresión ha hecho carrera en el mundo de la política. El idiota útil es quien ingenuamente sirve a la causa del enemigo.

Y, finalmente, Plinio Apuleyo Mendoza, al que nombro porque estudió ciencias políticas en la Universidad de La Sorbona de París, como Lilith Verstrynge ; Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa, a quienes la revista Semana identifica cómo tres neoliberales de tracamandaca hacen su aporte a la evolución del término inventado hace veinticinco siglos por los griegos, al definirlo en su libro Manual del perfecto idiota hispanoamericano.

Entre sus muchas características, el idiota tuvo como compañeros de su infancia la Emulsión de Scott, el jarabe yodotanico, las novelas radiofónicas, los mambos de Pérez Prado, los tangos y rancheras vengativos y los apuros de fin de mes.

El idiota perteneció a algún grupúsculo de izquierda en sus años juveniles, cantó la Internacional y gritó el pueblo unido jamás será vencido en manifestaciones con tirada de piedra y rotura de vidrios. Idolatra a Castro y al Che.

Le fascina la palabra social. Habla de política, cambio, plataforma, corriente y reivindicación y es un orador copioso y efectista que sufre estremecimientos casi eróticos a la vista de un micrófono. A los 40 años es clientelista político; y a los 50, candidato presidencial y amigo de las palabras telúrico, simbiosis, sinergia, programático y coyuntural.

Es de esperar que en los próximos días las revistas ofrezcan a sus lectores alguna prueba para establecer grados de idiotez y concursos para descubrir al perfecto idiota… y las líneas telefónicas de las emisoras estarán abiertas a cuanta idiotez o idiotismo quiera decirse sobre el idiota.

Parece ser que usted no es idiota…, en el estricto significado de la palabra, los antiguos griegos eran hombres públicos o idiotas incomparables con su personaje…, lo que le deja a usted como un hijo puto, con o sin corbata.

Entre otras -y también relevantes cuestiones- Alberto Pimenta nos ilustra en el «Discurso del hijo de puta» de que existe y prácticamente se encuentra en todos los lugares, de lo poco que se sabe acerca de él y, aprovechando su existencia con o sin corbata, de cómo los trajes y la configuración física no bastan para definirlo, de algunos rasgos distintivos del hijo de puta, de sus gustos, y los sitios que ocupa. De las maneras del hijo de puta de ser hijo de puta. De cómo todo hijo de puta es por encima de todo hijo de puta. De sus grandes especializaciones. De su vida privada y pública. Y de las infinitas variedades de hijo de puta de las que la más mala es la que se quita la corbata.

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