Estimada Lilith Verstrynge:
El término dedazo (utilizado en expresiones como «aplicar el dedazo») se utiliza a modo de crítica para dar a entender que un político o servidor público designa a su sucesor o colaborador sin seguir ningún proceso público y/o democrático de selección. El término se deriva del ademán de señalar con el dedo cuando se elige a alguien.
Un sinónimo es el de dedocracia, que tiene el significado de «nepotismo, apuntar a un amigo o alguien de la familia para un cargo» y viene del elemento compositivo -cracia (gobierno) sobre la palabra «dedo». Además, expresiones tales como elección digital y democracia digital, que generalmente se refieren al uso de las tecnologías de la información y la comunicación en los procesos democráticos, en ocasiones se utilizan de forma sarcástica en el sentido de «elección por dedazo».
Según la Asociación de Academias de la Lengua Española, dedocracia, es la práctica que se caracteriza por el otorgamiento arbitrario de cargos públicos o posiciones importantes sin mediar concursos, elecciones o postulaciones regulares.
Según el DRAE, dedocracia es la “práctica de nombrar a alguien para un cargo de manera arbitraria y por pura decisión personal”.
Según Word-reference, dedocracia es “el nombramiento o adjudicación que tiene como fundamento el abuso de autoridad”.
No hay duda alguna sobre la mejor forma de gobierno, no habiendo encontrado otra, que la Democracia. El pueblo elige a sus gobernantes en razones varias que van desde la buena imagen a la inteligencia o desde la ideología al regionalismo. Libremente. Y con el derecho a acertar o a equivocarse, lo que el tiempo les enseñará cumplidamente. Pero he aquí que ya electos y aposentados, vienen a designar a los que verdaderamente terminan gobernando o cuanto menos incordiando, decidiendo, imponiendo y a su vez designando, por aquello de que el electo no puede humanamente abarcar tanto.
Y basado y sustentado en Eduardo G. Zárate, en el artículo publicado en 2008, «Democracia y dedocracia», en el Diario de Almería, podemos explicar la Dedocracia, cuyo mayor exponente son los delegados, delegados a dedo, naturalmente. Y en rama, como los tomates, aparecen los directores generales, y las Secretarías Generales y los secretarios de Estado. ¡Ah! Se me olvidaban los asesores. Y con la hipocresía de lo políticamente correcto, se cambia el nombre a los antiguos Gobernadores y se les viene a llamar subdelegados. Ya no «gobiernan». Ahora Subdelegan también en Dedocracia, claro. Es otra hipocresía como cuando se hizo desaparecer «El Parque Móvil Ministerios» y las matrículas PMM, para que los designados puedan pasar desapercibidos en sus desplazamientos. No lo consiguen del todo porque la ostentación les pierde.
Delegar funciones es una cosa y delegar poder es otra. Y ocurre continuamente que el ciudadano experimenta más las consecuencias del poder que la ejecución en delegación de funciones. Y nace el recelo y hasta el miedo, siempre consecuencia del poder mal ejercido. Y se «teme» a los designados porque tienen poder y lo ejercen sin derecho a ello. «En nombre del Rey nuestro Señor…» Y esa fórmula, antaño, justificaba los desmanes de los gobernantes. Hoy más sutilmente, los desmanes son simplemente errores o meteduras de pata y cuando esto se produce, el electo designador, designa a otro y al errado lo elimina. Pero ¿Qué digo? ¿Eliminar a un designado? ¡Nunca!! Se le encuentra acomodo en otro lugar de la Dedocracia, bien sea en una de las llamadas «Empresas interpuestas» o en una Agencia, o en lo último de lo último ¡¡Un Observatorio!! Y se le recompensa por haber sido un inútil. Para que no me tilden de demagogo, no voy a hablar de remuneraciones. Después de todo somos un país rico…que puede permitirse estos lujos. Pero van creciendo día a día y cada vez hay más y llegará un momento en este subpais en el que si no eres un designado no serás nadie. En la puerta del despacho de cada uno de estos escogidos, debieran poner una reproducción del fragmento del fresco de Buonarroti que centra la Capilla Sixtina, en la que el dedo de Dios señala al hombre como… su mejor obra.
Y ella, Lilith Verstrynge, no reniega de su suerte y pregona que «la meritocracia es un mito», por ello, asegura, el objetivo de un Gobierno progresista «debe ser dar igualdad de oportunidades a todos», utilizando el dedo índice del Jefe, claro está.