Buceando por la red, encuentro un trabajo de José Miguel Lorenzo Arribas, en el Centro Virtual Cervantes, que me sirve como fundamento para este artículo.
Parece que ser reina titular en España, o en las entidades políticas que la precedieron, afirma Lorenzo Arribas, se ha venido asociando arbitrariamente a una sexualidad anómala: por desenfrenada o por inmoral. Nada nuevo para quienes estén en contacto con la historia de las mujeres, que, en cuanto tales, ni por reinas se han salvado. Pensemos en las medievales Berenguela, Urraca, la prerrenacentista Juana I, o la decimonónica Isabel II. Solo escapa a esta categorización Isabel I, la católica, que en contraprestación hubo de cargar con el sambenito de «muger viril». Si a una mujer se la masculiniza, se la desvincula de su cuerpo y de su sexualidad. Como es sabido, en el patriarcado, la mujer es la diferencia.
La misma suerte que corrieron las citadas reinas fue la de otra Urraca, tía de la anterior, señora de Zamora en 1072, y considerada reina por algunas fuentes. La Crónica Najerense, texto del partido contrario, la vitupera. Explica cómo se ofreció a sí misma y todos sus bienes como recompensa a quien rompiera el asedio que sufría la ciudad. Vellido Dolfos, que lo consiguió, actuó movido por la lujuria y, según algún cronista del siglo XV, Urraca cumplió, acostándose para dormir con Vellido, aunque metido éste en un saco.
Pero no queda aquí la cosa. Algunas fuentes musulmanas del XIII (Ibn Idarí, e Ibn al-Sayrafi), y otras cristianas (Juan Gil de Zamora y Lucas de Tuy) la acusan de amores incestuosos con su hermano Alfonso VI, lectura atemperada con algunas interpretaciones contemporáneas, que relacionan esta práctica con costumbres sostenidas hasta el siglo XI en los reinos hispánicos, restos de una matrilinealidad primitiva, de origen prerromano, mantenida en el Norte peninsular, aunque no estaría de más relacionarla con la tradición de vituperio hacia las reinas en cuanto mujeres.
Fruto de estos contactos, según Ibn al-Sayrafi, historiógrafo almorávide, la Iglesia le impuso la penitencia de acudir en peregrinación a San Salvador de Oviedo. Fuentes más proclives a Urraca, más discretamente, señalan que entre ambos hermanos había gran unidad porque los padres encomendaron a la infanta el cuidado de Alfonso, y este la obedeció y confió en ella como si fuera una madre. Es interesante poner en relación estos hechos con el romance «Las almenas de Toro», donde Alfonso se enamora de una dama que ve sobre la muralla, que resulta ser su hermana, en este caso, no Urraca, sino Elvira, señora de Toro.
Rizando el rizo, ciertos decires populares difundieron los amores de Urraca con el propio Cid, cuasi-incestuosos porque se habría criado con él. A partir del siglo XIII triunfa la teoría de que Urraca estuvo enamorada del Cid, hasta que se despechó cuando este se casó con Jimena. Lo recoge el «Romance del Cid», que hace decir a la castigada señora:
que pensé casar contigo, mas no lo quiso mi pecado.
Casaste con Ximena Gómez, hija del conde Loçano,
con ella hubiste dineros, conmigo hubieras estado
dexaste hija de rey por tomar de su vasallo.
Ah, ¿pensó que lo había olvidado?, no pues…lo de “incestuosos políticamente” no puedo dejarlo en el tintero. Siempre he afirmado que en el mundillo político hay un concepto que caracteriza aquel quehacer, yo lo bauticé como “familisterio”, pues se da un entrecruzamiento de familiares sanguíneos y no sanguíneos, también “parientes” comerciales, en la cosa política, de tal magnitud, que, si las organizaciones internacionales aseguran que la riqueza mundial está en manos de una minoría de avaros sinverguenzas, yo asevero que no más de veinte familias han gobernado este país desde hace un siglo.
Por ello, si todos los miembros –damas y varones- de ese familisterio vienen ocupando la misma pieza dormitorio neoliberal desde hace muchas décadas, fácil es comprender que más de un incestuoso romance se ha originado en las largas noches de este país asentado en el hemisferio norte. Por tal razón, cabe poca duda al respecto; nuestro mundillo político está compuesto por cínicos, infieles y cornudos, ergo: Infidelitis cornutis cinicotiorum, en un latín tan libre e irrespetuoso como el accionar legislativo de nuestros “honorables”.
Y, finalmente, después de que se haya descubierto el espionaje que ha sufrido mediante el programa Pegasus, Pedro Sánchez está totalmente paranoico y ya no se fía de nadie, según confirman fuentes de su entorno. Esta mañana, sin ir más lejos, ha saludado a su mujer diciéndole “Buenos días, María Begoña, si es que este es tu verdadero nombre”, mientras examinaba su cuerpo con cara de desconfianza.
Es difícil concretar cuánta verdad hay en todo esto. Sí es indubitable que, si Urraca hubiera sido su hermano, es decir, un hombre, al igual que Maria Begoña, Begoño, todos estos culebrones que hemos narrado de la pluma de Lorenzo Arribas, fundamentalmente, nos los hubieran ahorrado las fuentes.