Culos femeninos y masculinos tienen un muy dispar tratamiento en el cancionero popular, tanto en lo que respecta al erotismo y la sexualidad, como en lo referente a lo escatológico. La fiesta destapa lo habitualmente oculto, aunque sea mediante la imaginación y la mención verbal, y así algunas tonadas de baile están tan arraigadas que se pueden escuchar por toda la geografía, desde Andalucía, hasta Asturias:
Anda, niña, y componte,
vamos al baile
con la camisa rota
y el culo al aire.
Las nalgas femeninas son, para el hombre, oteros de ensueño, un valle erótico, asociado no solo a la belleza, sino a la sexualidad. Ya lo dice el refrán: «Al papel y a la mujer, hasta el culo le has de ver», y como añade pícaramente uno de nuestros informantes de la Alpujarra: «y si puedes maniobrar, no lo olvides de catar». El ingenio popular lo ha expresado muchas veces con sencilla sensualidad, como en esta copla que cantan los buenos flamencos en Priego (Jaén):
Gitanilla, menea ese culo, ese culo,
que te quiero ver bailar,
que está aquí tu gitanillo
que te quiere de verdad.
Aunque el hombre ha querido muchas veces salpimentar el erotismo con una pizca más de guasa:
Han ido a ver las nalgas
de las mozas de pueblo
porque las de capital
no tienen consuelo.
Cásate y tendrás mujer
y le tocarás el culo
y a eso de los quince días
como si tocas el tuyo.
La voluptuosidad del trasero suscita imágenes que juegan con el doble sentido que tiene la carne ; de ahí que el culo sea metafóricamente devorado, lamido:
Vaya culo, qué hermosura,
vaya nalgas, qué obsesión,
no sigo con otras partes
que me dan indigestión.
Si el culo de la Pepa
fuera de azúcar
estaría su novio
chupa que chupa.
La sobrina del cura
de Villarquite
tiene el culo redondo
como un confite.
Pero también los orificios femeninos devoran la carne del macho, y así los jóvenes de Villanueva de la Vera (Cáceres) cantan:
El culo le dijo al chocho:
eres un mal compañero,
que te comes el chorizo
y a mí me dejas los huevos.
Y los de Beas de Segura (Jaén):
Dame ya la sartenilla
la que tienes junto al culo,
para freír unos huevos
y de longaniza, un tarugo.
Por su parte, la mujer ha respondido a semejante interés con coplas igualmente humorísticas, como las que pueden recogerse en algunos pueblos de Zamora, como Muelas de los Caballeros.
Si quieres saber quién soy,
y de qué pelaje vengo,
levántame el faldón
y verás qué culo tengo.
Por una peseta
enseño una teta.
Por dos, las dos.
Por tres, el culo.
Y por un duro,
el rascataplán peludo.
El contexto típico de este tipo de coplas, en boca de mujeres, eran hasta hace unas décadas los lavaderos u otros lugares de comadreo femenino, donde era diversión fustigar con pullas y abucheos a cualquier hombre que osare pasar cerca. Pero son los mozos, los que han entonado más frecuentemente coplas eróticas y obscenas en alusión a los orificios femeninos:
Todas las mujeres tienen
hacia el culo un celemín,
también los hombres tenemos
rasero para medir.
Desde el culo al ombligo
de las mujeres
hay un santo que llaman
Domingo Pérez.
Orificios tan cercanos han generado irremediablemente abundante material obsceno-escatológico:
La mujer del herrero
dicen que tiene
por delante la fragua
y atrás el fuelle.
De las dos cosas
es mejor la que quema
que la que sopla.
El ano, la vagina, el ombligo son todos ellos lugares ambivalentes; pertenecen a lo inferior, pero se vinculan a la fertilidad, la abundancia, el sexo:
Llevas el culo mostoso
y la tabaquera verde;
y los labios, colorados.
–¡Aprieta, que ya me viene!
Como cavidad, el culo tiene todas las connotaciones de pasividad, inferioridad y sumisión, según arcaica concepción que, a partir del acto-modelo de penetración y como consecuencia del isomorfismo entre relación sexual y relación social, dicotomiza la sexualidad en dos polos contrarios pero complementarios: masculino y femenino, activo y pasivo, dominador y dominado. Los mozos de Cádiar, en la Alpujarra granadina, cantan remedando la voz de alguna muchacha:
Si me clavas el puñal,
no lo claves en el pecho;
clávamelo en el culo,
que tengo el gujero hecho.
No menos conocida es esta vieja canción de quintos:
Si quieres que te la meta
me tienes que dar un duro,
que cuesta mucho trabajo
el meterla por el culo.
Sin duda, la mayoría de coplas obscenas y escatológicas son cantadas y pensadas desde el universo de valores y prácticas masculinas, algo que los estudiosos del folclore y la literatura oral –Lombardi Satriani, Margit Frenk, Del Campo– hemos constatado reiteradas veces. Cuando la testosterona se alía con la misoginia, cantan los mozos en infinidad de pueblos repartidos por toda la Península:
No me jodas en el suelo
que no soy ninguna perra,
que por cada balanceo
me echas en el culo tierra.
En vez del sesenta y nueve
haremos [el] setenta y uno,
que es como el sesenta y nueve
con dos dedos en el culo.
Son centenares las coplas calenturientas que apelan al coito, como acto violento, paradigma de la dominación masculina sobre la mujer sometida, muy al gusto de lo que los mozos exhiben en sus muestras de hombría en esa edad en que aún no son considerados todavía hombre, pero se empeñan en marcar distancias con respecto a los niños, sus hermanas y madres. Por eso, más que el coito vaginal, el anal es fuente de exhibición de poder y dominio, como es simbólico de la relación carnal desprovista de todo ánimo de procreación, ni consideración sentimental hacia la pareja. No faltan en estos contextos de fiesta y borracheras de jóvenes las coplas que mezclan el coito con los excrementos, en una singular y ambivalente mezcla de placer y suciedad, típica del realismo grotesco:
Decía la tía Ciruela:
–Sácamela que me cago,
que no me cabe en el cuerpo
ese pingajo tan largo.
Es la típica hipertrofia, que deforma y estira hacia dos polos antitéticos lo que se considera ambivalente: el sexo, como el propio alumbramiento, a la vez generador de vida, de placer, pero también vinculado a lo sucio, la menstruación, la placenta, la sangre. No extraña, por lo tanto, que el parto y el embarazo no sea tanto un tópico cantado con lirismo, sino que sugiera por un lado la ambigüedad de todo lo que transita por los orificios corporales, y por otro la propia deformación del cuerpo femenino, alterado grotescamente:
¡Válgame Dios, qué trabajos
para la mujer preñada!
cuando va a cagar, se mea,
cuando va a mear, se caga.
En las culturas agroganaderas, apegadas a los ritmos de la naturaleza, lo obsceno no ha sido más que la versión festiva y grotesca de una concepción que valoraba la sexualidad y la procreación apotropaicamente, sin perder de vista una cosmología según la cual la vida y la muerte se suceden naturalmente. La iniciativa amorosa y sexual reside en el hombre, por supuesto, y las relaciones preconyugales son censuradas en mayor medida que en el varón. No podía ser de otra manera en el seno de un cristianismo ascético que desde antiguo pinta el pecado y la tentación de la carne con cuerpo femenino. Pero habrá que recodar con Bajtin, de nuevo, que lo ínfimo es para las culturas populares a la vez rebajador y regenerador, de ahí el lugar ambivalente de la mujer: «La mujer rebaja, relaciona a la tierra, corporaliza, da la muerte; pero es antes que nada el principio de la vida, el vientre. Tal es la base ambivalente de la imagen de la mujer en la tradición cómica popular». Tal vez por eso haya sido tan frecuente encontrar en la canción popular no solo una visión ambigua y desconcertante del amor y la sexualidad, sino la proliferación de contrafacta disparatados que suponen la visión cómica, carnal y deformada de la lírica amorosa. Así, en muchos pueblos se cantan piropos que comienzan con «en el mar se crían peces»:
En el mar se crían peces
en la orilla caracoles,
y en el pueblo de [nombre de la localidad]
muchachitas como flores
Estas pueden aderezarse de picardía para, de repente o habiéndose compuesto previamente, sorprender a la concurrencia:
En la mar se crían conchas
y en el río caracoles,
y en el culo de mi novia
cazcarrias como melones.
En la mar se crían peces
y en la tierra caracoles,
y en el culo de las mozas
hacen nido los gorriones.
La tradición de parejas de coplas amorosas y sus parodias chuscas es antiquísima. La encontramos ya en el Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627) de Correas:
¡Ay de mí, que la miré,
para vivir lastimado,
para llorar y gemir
cosas del tiempo pasado!
¡Ay de mí, que la miré!
¿Y adónde la besaré?
–En el ojo del trasé.
Por la misma época, por cierto, se recogían en el Cancionero de Jacinto López (1620), canciones que jugaban precisamente a mezclar lo obsceno y lo escatológico, deformando grotescamente esos órganos ambivalentes y multifuncionales:
En esta calle mora
una moça caripapuda
que con las tetas barre la casa
y echa pedos a la basura.
Motivos folclóricos del cancionero obsceno-escatológico popular
Alberto del Campo Tejedor