Cuando John Kennedy Toole escribió en los 60 del pasado siglo ‘A confederacy of dunces’ nunca podría haber imaginado la relación que su obra tendría más de medio siglo después en la historia de este país. El título fue extraído de una frase de un relato de Jonathan Swift (otro genio): «Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él».
Como intuyó el malogrado escritor, parecería que la sociedad y nuestras vidas son fruto de una conjura de necios. El discurso ético que debería orientar a los ciudadanos es corrompido por agentes de la estupidez, la soberbia y la ignorancia barriobajera o el lirismo de bar aupados al gran púlpito. Todos ellos forman parte de esa banda cuya función es neutralizar los mecanismos de la imaginación y vaciar los cerebros de todo pensamiento más o menos racional. Unos, infradotados para la tarea que los necios les han encomendado, piden «que la chupen», y otros, canallas de profesión, se jactan de vivir de la política de baja estofa, progresista, y abogan por una cultura “popular” con el aplauso de eso que ellos llaman «pueblo». Pero éste no es -o al menos no lo es en su totalidad- la masa manipulable e ignorante utilizada como arma arrojadiza por el poder, sino el conjunto de los grupos sociales que trabajan y piensan por el progreso y el bienestar de la comunidad.
Leo en el Confidencial andaluz, de la pluma de Benito Fernández, hace un par de años, que el dominical del Grupo Vocento publicaba una encuesta en la que más de ciento cincuenta personalidades del panorama político, artístico, científico, cultural y social español confesaban cuáles eran sus libros y autores preferidos. Como en la viña del señor, había de todo. Pero llamó la atención, entre otras cosas porque aparecía en la portada, cuál era la elección del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Castejón. Sánchez afirmaba: “Me gusta la literatura esperpéntica” y citaba a Ramón María del Valle-Inclán como el autor con quien le gustaría compartir una cena. Alabo su gusto y comparto en cierto modo su admiración tanto por la obra como por la vida de este autor modernista de la magnífica Generación del 98 que revolucionó la literatura española del siglo XX. Y, afirma, “ahora me explico claramente su personal trayectoria política y su muy particular forma de gobernar y en los pactos con otras fuerzas que amenazan con destruir el ejemplar Estado español surgido tras la dictadura franquista. El “esperpento” valleinclanesco ha calado en su personalidad y en su manera de entender la vida y ha convertido a la sociedad española y a sus actuales gobernantes en un remedo de género disparatado de don Ramón, con personajes de características e ideologías dispares unidos sólo por el ansia del poder. Sánchez no es precisamente el Max Estrella de “Luces de Bohemia” sino que se parece más a Don Latino, el fantoche que asume el papel de perro lazarillo del poeta ciego y que acaba engañando a su amo”.
La política del mal llamado “Gobierno progresista” de Sánchez se ha convertido durante estos momentos de pandemia y desastre económico en un esperpento que amenaza con llevar a este país aún llamado España a un desastre similar al que vivimos en el 1898, época que dio nombre a la generación de Valle-Inclán. Si entonces perdimos las últimas colonias del gran imperio en el que no se ponía el sol, ahora vamos fatalmente encaminados a perder no sólo nuestra economía, sino hasta nuestra propia identidad como españoles. Remedando al famoso libro de John Kennedy Toole, ganador del Premio Pulitzer y de enorme éxito en la última década del pasado siglo, en España se ha producido y firmado ya “La conjura de los necios”, un pacto dispar y disparatado que, con la excusa de evitar, como siempre y realmente por otros motivos, un gobierno de ultraderecha, ha puesto en subasta a todo el Estado y las leyes que lo sustentan. Da igual lo que le pidan a cambio el PNV, ERC, Podemos o Bildu, Sánchez está dispuesto a darles lo que haga falta con tal de mantenerse en el poder el máximo tiempo posible.
Este errático Gobierno multicolor basa su estrategia en la mentira. No se esconden y el engaño sistemático ha pasado a formar parte de su idiosincrasia. Les da igual ocho que ochenta. Mienten sobre los muertos de la pandemia, mienten sobre las mascarillas y las vacunas, mienten sobre los impuestos, mienten sobre la Justicia, mienten sobre la inmigración, mienten sobre las encuestas del CIS, mienten sobre la educación… ¿hay algo sobre lo que Sánchez y sus ministros (y ministras, claro) no mientan? Lo dudo. Ahí tienen a los medios subvencionados y a las otros oficiales para seguir comiéndonos el coco a diario. Y lo peor es que en este Estado del engaño permanente en el que nos movemos, los españoles seguimos impasibles al desaliento. Hagamos lo que hagamos, aquí no pasa nada, debe de pensar Sánchez y su equipo de gobierno, y llevan razón. Debe de ser porque a los españoles, adormecidos por el coronavirus y al infausto y desastroso futuro económico que nos aguarda, nos importa mucho más lo que les ocurre a los personajes de la vida rosa, que lo que están haciendo con nuestra democracia desde la Moncloa.