Sin despreciar la razón que encarna el concepto de política, por momentos las realidades obligan a considerar problemas que, por sus implicaciones, parecieran trascender su esencia. Sobre todo, aquella vinculada o asociada a lo que concibe la política cuando del hombre, en todas sus manifestaciones, se trata.
Mucho se ha escrito de política. Desde conceptos que rayan con la filosofía, hasta otros que rozan acepciones de ontología o deontología relacionadas con la etimología de todo lo que envuelve la palabra que es centro de esta disertación: la ciudadanía. De ahí la intención que asiste la idea de reevaluar la ciudadanía considerando la política no sólo como su fuente epistemológica y sociológica. Sino además, desde lo que la noción de política le aporta para que desde ese vértice conceptual, pueda inducirse una explicación que trascienda más allá de la política. Al menos, en lo que concierne a este análisis o ejercicio de dialéctica política. ¿Y por qué no decirlo, de narrativa política?
Resulta imposible esconder todo cuanto se ha dicho y especulado de “ciudadanía”. El discurso político utilizado por cualquier ideología política y acuciado por innumerables programas de gobierno, se ha valido de la palabra “ciudadanía” para argumentar buena parte de alevosas propuestas. Así como para enmendar, buen número de sus errores. Asimismo, para urdir objetivos tramados en complicidad con factores políticos empeñados en usufructuar la candidez de potenciales prosélitos para sumarlos a las filas de adeptos manipulados. Todo ello, con perniciosos intereses.
Si bien “la política reposa sobre un hecho: la pluralidad humana”, tal como explicaba Hannah Arendt, entonces la ciudadanía descansa sobre la dinámica social que evidencia el hecho conversacional que se da entre personas que, sin comulgar un mismo ideario político, son capaces de encontrarse en medios públicos para acordar todo acuerdo o conciliación en procura de ganar una mayor y mejor calidad de vida. No sólo a modo individual. También a nivel del grupo o sector poblacional donde suscribe su vida personal o profesional. O donde radica su vida social, cultural o política.
Tanto como la política busca afianzar sus razones en el ejercicio de un modelo de convivencia social que arraigue sus proyectos de vida en las libertades democráticas, la ciudadanía se plantea opciones de vida que acercan al individuo a las libertades, a la igualdad de oportunidades y a la reciprocidad como condición de coexistencia y compromiso entre personas que conviven bajo el mismo cielo.
La ciudadanía, aunque muchas veces definida con la dificultad de una narrativa psico-socio-política que le otorga un sentido disperso, lo cual es posible de pensarse si acaso pueda estar de por medio la premeditación de un proyectos político traicionero, es un concepto que envuelve la vida misma. Más, si se comprende desde la política. Particularmente, porque no sólo la ciudadanía es en esencia un concepto político. Sino porque al ser de naturaleza política, el ejercicio de ciudadanía responde a intereses y necesidades que sólo la vida puede insuflar y determinar.
Así se tiene que construir ciudadanía, no es asunto de leyes. O de deberes y derechos. El ejercicio de ciudadanía toca la conciencia de la persona. Afecta susceptibilidades. Condiciona sentimientos. Y motiva conductas en aras de integrar la población como país, nación, Estado, gobierno, sociedad y familia. Por eso, cabe reconocer que construir ciudadanía, pasa por innumerables fases que trascienden el espacio público en donde ésta se manifiesta. Por esta razón, igual vale admitir y asentir que la ciudadanía engloba la vida en tanto que significado, verdad, oportunidad y realidad. Por esto mismo, y de cara a un paradigma que incite la vida humana desde una perspectiva profundamente horizontal, debe considerarse la ciudadanía… más allá de la política.
Por Antonio José Monagas