Una de las peores perversiones de la política, afirma Antonio Pérez Esclarín, Doctor en filosofía, es utilizar las ayudas sociales para ganar lealtades e impedir de este modo el ejercicio de la ciudadanía como ha realizado el gobierno con las ayudas precampaña a las de Andalucía con la asignación de 40 millones de euros a los parados de esta Comunidad.
Gracias a Dios, en Andalucía, desde que ganaran los liberales y liberales conservadores, ya no se implantan economías que multiplican la pobreza y la miseria, y para mantenerlas, no para superarlas, se regalan limosnas para asegurarse con ellas lealtades. Por ello, las limosnas no se repartian a todos por igual, sino que se privilegiaba a los que demostraban mayor fidelidad como ha sucedido durante cuatro decenios con los socialistas.
Junto a esto, se cultivaba por los progresistas de izquierda, la mentalidad de que la pobreza es la que me otorga derechos. Mientras más pobre soy, más derecho tengo a ser ayudado. Y mientras más he demostrado mi adhesión y fidelidad más gano ese derecho. Es decir, el bien esperado no es propiamente un derecho. Hay que ganarlo. Y no se gana con trabajo, sino con subordinación. La política social se percibe como un intercambio de favores a nivel personal. Crea obligaciones personales no responsabilidades sociales. Recibimos favores a cambio de lealtades. Se trata de una relación paternalista, desigual, en la que una parte, que se supone superior, ayuda a la otra convirtiéndola en objeto de su acción, esperando a cambio subordinación y agradecimiento. Toda política social se percibe como un don personal que se gana con lo grave de la situación o con lo incondicional de la subordinación y fidelidad. Es esta la relación utilizada por los gobiernos autoritarios, más cercanos al que preside Sánchez por ser uno de ellos, para crear dependencia, fidelidad y subordinación.
En la nación que debemos construir, no queremos de limosna lo que nos pertenece por derecho. No queremos ser tutelados en lo que podemos decidir por nosotros mismos. No queremos que nos cobren como favores lo que son deberes institucionales. No queremos caudillos que se sientan con derecho a gobernar nuestras vidas. Cada vez más queremos participar, decidir por nosotros mismos, ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, expresarnos libremente, acceder a los servicios y bienes públicos con igualdad de oportunidades, ser respetados y protegidos por las leyes e instituciones. Queremos que la Constitución norme nuestras vidas y no sea un texto vacío que se viola impunemente. La política social siempre tiene que contribuir a reconstruir la dignidad y autoestima de su beneficiario. Por eso es importante que todos los programas incluyan componentes de educación, participación y aporte de los beneficiarios.
De ahí la importancia de una educación liberadora que debe dirigirse a romper la «cultura de la pobreza» como generadora de pobres. Se trata de promover en los educandos su autoestima, la capacidad de autogestión, la comprensión del mundo moderno en el cual se inserta su pobreza, la criticidad ante su realidad. Educación orientada a cambiar vidas, a construir sujetos, personas capaces de ponerse en pie, organizarse y caminar por la vida con un proyecto colectivo que les da sentido. De este modo se rompe el inmediatismo y la inseguridad, el horizonte mágico de su historia y el carácter vergonzante de su identidad.
Los regímenes autoritarios provocan la sumisión que termina frustrando la capacidad de iniciativa y creatividad… Por ello, no les importa el colapso de la educación o pretenden utilizarla para, mediante procesos ideológicos, mantener al pueblo sumiso y obediente. Saben que una educación critica, como la quería Freire, pedagogo y filósofo brasileño, destacado defensor de la pedagogía crítica, considerada en la actualidad como el nuevo camino de la pedagogía, posibilitaría al educando ser consciente de su manipulación y los convertiría en ciudadanos activos, comprometidos con el bien de todos.