Reforma política, Tío Gilito y síndrome de Diógenes


¿Qué reformar? ¿Por qué reformar? ¿Para qué reformar? Toda reforma presupone una acción funcional del objeto de reforma. Esa respuesta al por qué, nos obliga a pensar en doctrinas, modelos, principios y valores que coloca la tarea reformadora en su justo sentido del contenido renovador a materializar. Otro aspecto, que nos coloca en el  plano normativo  ideal de una hipotética acción reformadora, es  el  que se    manifiesta en la exigencia  de un  signo   reformable,  ante  la decadencia, degradación  o perdida de razón de ser del objeto obligado a ser reformado o transformado radicalmente.

La miseria intelectual y humana del debate y el llamado Consenso que solicita el presidente a la sazón como el de la transición, centra más la atención de sus actores y protagonistas en una rebatiña de quien sí y quien no, ante la eventualidad de quien sacará más ventajas de la conformación y composición  de los órganos del sistema político y electoral.  Parecen más movidos por la convicción de que la debilidad y los males institucionales, que acogota las perspectivas de cambio, tienen su origen en quienes la dirigen y la componen, más que en la necesidad de normas que  garanticen  y sean soporte legales de su funcionamiento y cumplimiento y finalidad política e institucional.

Una auténtica reforma que transforme la mentalidad del ejercicio y liderazgo político, hace necesario un exorcismo social e institucional que libere el sistema político y electoral del síndrome de Diógenes. De ese síndrome o comportamiento político compulsivo de acumular poder, riquezas, mañas, trampas y privilegios.

Todos quieren parecerse al Tío Gilito de patolandia, que nació en 1867 en Glasgow, Escocia. El Pato más rico del mundo. Hay dudas sobre si Cornelio Coot fue realmente el fundador del pueblo del siglo XIX llamado Patolandia. Pero no hay dudas de que Scrooge McPato era verdaderamente el fundador de la ciudad del siglo XX con el mismo nombre.

Desde que consiguió la propiedad del 99% de la ciudad tuvo como objetivo que esta llegara a llamarse «Mcpatolandia».

Scrooge ganó su primer dinero a los 10 años de edad en 1877. Tres años más tarde en 1880, se fue a América. En 1898, después de muchas aventuras acabó finalmente en Klondike. Allí encontró una piedra dorada del tamaño de un huevo de ganso. Al siguiente año alcanzó su primer millón de dólares y compró la Colina de Mulo de Casey Coot.

Era hijo de Clinton Coot y nieto de Cornelio Coot. Llega a Patolandia en 1902. Después de superar algunos acontecimientos dramáticos en los que tuvo que enfrentarse a «los Chicos de Sabueso”, al presidente Roosevelt y sus «Jinetes Ásperos», derribó el resto del antiguo fuerte Patolandia y levantó su famoso Depósito de Dinero en el mismo sitio. En los años siguientes, Scrooge viajó por todas partes del mundo para aumentar su fortuna. En estos viajes y en otros previos aprendió muchos idiomas diferentes de todas partes del mundo. Mientras tanto su familia se encargó de gestionar el Depósito de Dinero.

Cuándo Scrooge finalmente regresó a Patolandia en 1930 se dio cuenta que era el pato más rico del mundo. En ese momento tuvo un cambio. El nuevo Scrooge McPato se había hecho duro y hostil con todos los que lo rodeaban. Así su propia familia lo abandonó.

En 1942 McPato clausuró su imperio y se retiró a disfrutar de la jubilación a una gran casa totalmente diferente a la que tenía en Patolandia. En la Navidad de 1947 se reunió finalmente con su sobrino Pato Donald y con los sobrinos Huey, Dewey y Louie Pato. Scrooge muere en Patolandia en 1967 a la edad de 100 años.

Hay un concepto legal, no importa quién no los acepte, y unos principios constitucionales ante los cuales estamos compelidos a someternos. Ante esta razón y fuerza de la norma normalmente  nos resistimos y somos más que diligentes en buscar la vuelta y hacer arreglos,  con lo que  de forma deplorable  hemos construido de forma sistemática en la sociedad política española de las autonomías rebeldes una  cultura de negación de observancia  del imperio de la ley;   impidiendo con ello,  el  avance  institucional del país. El consenso y diálogo que como contrato social es una garantía de la convivencia razonable y civilizada, en el caso español, es  un atajo anti democrático, y, es antidemocrático porque es el consenso de conciliábulos  de unos pocos que se hace en  detrimento y de espalda a la mayoría.

Cuál es el sentido de la vista pública de los órganos parlamentarios, abierta a todos, si un llamado consenso desconoce las prerrogativas que consagra la constitución a cada ciudadano, en razón de que los predestinados del diálogo lo dan por expresadas en ellos, en un diálogo cerrado y restringido.

Una auténtica reforma que transforme la mentalidad del ejercicio y liderazgo político, hace necesario un exorcismo social e institucional que libere el sistema político y electoral del síndrome de Diógenes y del comportamiento del Tío Gilito en la esfera de poder. De ese síndrome o comportamiento político compulsivo de acumular poder, riquezas, mañas, trampas y privilegios.  La construcción de la democracia española tiene como prioridad la formulación de una norma del sistema político y de partidos que garanticen democracia interna y derechos políticos institucionales.  De igual manera y de forma separada, una ley orgánica-institucional que regule el funcionamiento de los poderes del Estado y su articulación con el Sistema  Político y de Partidos donde quede plenamente separado el poder ejecutivo de los otros dos poderes de la democracia.

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