Todavía no sabemos cómo va a terminar la guerra en Ucrania, dice en el artículo publicado hace escasamente dos meses por Jesús M. Pérez Triana y que reproduzco por su interés.
“Desde luego, para todos los observadores del conflicto resulta evidente que un mito se ha hecho añicos: el prestigio del ejército ruso. Rusia contaba sobre el papel con las fuerzas terrestres más poderosas de Europa. Y desde la invasión de Ucrania en 2014 saltó la alarma en diferentes capitales del continente.
Países neutrales como Suecia, Finlandia y países de la OTAN como Polonia, Lituania, Letonia y Estonia se lanzaron a aumentar sus presupuestos de defensa y reorganizar sus fuerzas armadas. Sobre el papel, el poderoso ejército ruso contaba con poderosos sistemas antiaéreos que hubieran creado una burbuja anti-acceso y de negación de área (A2/AD) sobre el área de operaciones (Dalsjö, Berglund y Jonsson, 2019). La potente artillería rusa, con lanzadores de cohetes como el BM-30 Smerch y la pieza de artillería 2S7 Pion no tenía parangón en Europa (Matías, 2022). Pero, sobre todo, al ejército ruso se le consideraba un experto en guerra de maniobra y maestro en el arte operacional.
Mientras la guerra relámpago alemana (“Blitzkrieg”) cautivó la imaginación de generaciones, véase la abundante oferta editorial que sigue apareciendo sobre el tema, los soviéticos tuvieron su equivalente: la “Batalla Profunda”. Las teorías soviéticas fueron estudiadas y adaptadas por Estados Unidos tras la guerra de Vietnam, cuando el ejército estadounidense pudo abandonar el interés por la lucha contra insurgencia (COIN) para centrarse en la amenaza soviética en Europa Central. Coincidió con la creación del Mando de Entrenamiento y Doctrina (TRADOC), donde se introdujo en Estados Unidos conceptos como “arte operacional”, el nivel intermedio de la guerra entre táctica y estrategia (Citino, 2015).
El concepto ruso inicial de la guerra de Ucrania emulaba las operaciones soviéticas de invasión, tanto de Checoslovaquia en 1968, la Operación “Danubio” (Francois, 2020), como la invasión de Afganistán en 1979, la Operación “Tormenta 333” (Galeotti, 2021). Se trata de una acción decisiva y fulminante en la que columnas motorizadas avanzan por las principales vías de comunicación del país, mientras fuerzas especiales realizan un asalto para descabezar el mando político del Estado.
En el caso de Ucrania, las fuerzas rusas realizaron el jueves día 24 de febrero un asalto helitransportado sobre el aeropuerto “Antonov” de Gostomel, al norte de Kiev. Hay versiones contradictorias sobre cuánto tiempo fueron capaces de aguantar las fuerzas rusas el contraataque ucraniano. Según unas fuentes, los ucranianos llegaron a retomar el aeropuerto. Según otras, los rusos lograron resistir la llegada de las fuerzas por tierra. En cualquier caso, la toma del aeropuerto no permitió a las fuerzas rusas progresar hasta la capital.
Las primeras semanas de la guerra la prensa británica hablaba de varios ataques rusos dentro de la capital con la intención de matar al presidente ucraniano, que habrían sido impedidos por filtración de información desde Rusia por elementos del aparato de seguridad profundamente avergonzados de la agresión de Putin al país hermano (Rana, 2022). Este tipo de noticias hablaban de la presencia de un contingente de 400 contratistas de la empresa militar privada Wagner con el objetivo específico de matar al presidente Zelenski.
Igualmente, también decían que esa misión había sido asignada a fuerzas chechenas. En cualquier caso, este tipo de noticias hay que valorarlas con mucha precaución porque no hay forma de confirmarlas y parecen contribuir a un esfuerzo ruso de guerra psicológica, anunciando el despliegue sobre el terreno de combatientes a los que se les atribuyen cualidades excepcionales que no necesariamente se corresponden a la realidad.
Comprobado que el ataque fulminante que pretendía tomar Ucrania en 48 horas fracasó porque las fuerzas armadas ucranianas no se comportaron como en 2014 defendiendo Crimea (Pérez, 2022), la guerra en Ucrania entró en una segunda fase convencional. Uno de los fenómenos más llamativos ha sido la repetida captura de vehículos rusos con signos de apenas haber entrado en combate. The Political Room ofrecía un análisis a partir de las informaciones de fuentes abiertas. Según la imaginación manejada en el estudio, encontrábamos que el 56% de los vehículos perdidos por Rusia son debido a «fenómenos que no involucran contacto directo con el enemigo».
La primera razón que tenemos que observar es que un considerable número de unidades rusas ha estado desplegado fuera de casa en condiciones precarias. Aunque podamos imaginar que un vehículo ruso por definición está preparado para operar en condiciones meteorológicas extremas, mantener a un vehículo aparcado en un descampado al aire libre sometido a interminables ciclos de insolación y congelamiento sin una cubierta en las llanuras de Bielorrusia debe haber afectado a ciertos componentes.
Además, lejos de sus bases, los vehículos que hayan sufrido averías habrán podido ser atendidos sólo por las propias unidades y las unidades de mantenimiento, pero sin contar con la infraestructura, equipos e instalaciones de sus bases originales. Por tanto, podemos imaginar que el día que se les dio la orden de marcha el nivel de disponibilidad no era óptimo.
La segunda razón es un asunto de sobra conocido para los asiduos de la sociedad rusa actual: la corrupción. Unas fuerzas armadas no son más que un reflejo de la sociedad a la que pertenecen. En 2002 el ministro de defensa Sergei Ivanov afirmó que la más importante labor de su ministerio era combatir “la epidemia de robos en las fuerzas armadas”, mientras que un informe de 2005 detectaba un “fantástico aumento” de la corrupción militar (Bukkvoll, 2005:7).
Prácticas corruptas como la reventa de combustible fueron reportadas durante el despliegue ruso en Bielorrusia previo a la invasión de Ucrania y evidentemente tienen repercusión en las operaciones. Como la distribución de raciones de comida caducada, lo que afecta a la moral de la tropa.
Un célebre caso de corrupción en las fuerzas armadas en Rusia fue la compra de radios tácticas a una empresa dentro de un programa que especificaba que el sistema debería ser de fabricación nacional. La empresa encargada de fabricar las radios subcontrató la producción en China, embolsándose parte de la diferencia el general que supervisaba el proyecto. Problemas en las comunicaciones tácticas durante la invasión de Ucrania ha llevado a las fuerzas rusas a emplear radios comerciales, exponiéndose a la interceptación de sus comunicaciones, con varios ejemplos compartidos en las redes sociales.
La corrupción también se ve acompañada de la desidia y las malas prácticas. Una foto de un sistema antiaéreo Pantsir ruso abandonado por sus tripulantes tras intentar cambiar una rueda era analizado en Twitter por Trent Telenko, una persona con experiencia en el mantenimiento de camiones. Según Telenko, un ojo experto entendía perfectamente que los neumáticos no habían sido almacenados correctamente y no habían recibido el mantenimiento adecuado. Karl T. Muth añadía el comentario de que los neumáticos calzados por el vehículo Pantsir eran el modelo chino Yellow Sea YS20 que plagiaba el diseño del modelo XZL de la conocida firma francesa Michelin, pero que ofrecían una calidad y rendimientos subóptimos en conducción todoterreno.
Por último, comparadas con sus equivalentes estadounidenses, las unidades militares rusas tienen un número inferior de camiones de transporte dedicados a llevar suministros a las unidades de primera línea (Axe, 2022). Para colmo, el primer mes de combates hemos visto que las unidades ucranianas se han infiltrado repetidamente tras las líneas rusas para golpear a los convoyes logísticos cuando no, directamente se los han encontrado abandonados por avería o deserción de sus ocupantes. Los problemas para llevar suministros al frente y la pérdida de camiones de transporte ha llevado aparentemente a Rusia a movilizar camiones civiles.”
Esto fue el análisis de Jesús M. Pérez Triana, en https://thepoliticalroom.com/