«Los países de lengua española comparten la crisis actual de Occidente. Ahora bien: lo decisivo es que no la comparten simplemente, como los países protagonistas de la modernidad… La crisis significa, en suma, esto para todos los países de Occidente la crítica de su pasado…: para los países protagonistas de la modernidad, la crítica de su grandeza. Para los países de lengua española, la crítica de la grandeza extraña y la crítica de su desviarse de la propia por la extraña.
La salida de la crisis parece no poder encontrarse más que en la dirección de una nueva comunión de fe trascendental, en que la razón vuelva a ser el órgano al servicio de la comunión y su fe trascendente. Los países de lengua española parecen singularmente vocados a cooperar nuevamente al advenimiento de esta nueva comunión…; su seguir la historia de Occidente pudiera ser, más bien que ir a la zaga, anticipación.»
¿De quién es este texto? ¿De Ramiro de Maeztu? ¿De Juan Carlos Goyeneche? ¿De Pablo Antonio Cuadra? No, es de José Gaos, antiguo rector rojo de la Universidad de Madrid, y son palabras pronunciadas por él en el seminario colectivo sobre el pensamiento hispanoamericano, celebrado en la ciudad de Méjico, en un ambiente lleno de españoles de la emigración, y publicado en la revista Jornadas, núm. 12, en el Colegio de Méjico, Centro de Estudios Sociales. Se trata, por tanto, de un texto de la emigración; de un texto que, si nos dejásemos caer en el falso maniqueísmo reaccionario, llamaríamos de «la Antiespaña». Y, sin embargo, se mueve, queremos decir, se mueve en la misma dirección que nosotros.
¿Se trata, acaso, de una imitación o de una infiltración en zona enemiga del pensamiento de la Hispanidad? No; ciertamente, la totalidad del texto, mejor dicho, su contexto, da la impresión de algo repensado muy sincera y auténticamente por su autor, de algo acogido con aprobación en hombres y medios justamente de aquellos que suelen rechazar el empleo de la palabra «Hispanidad» como algo nefando. Es más, en toda la «jornada», ni una sola vez se nombra la Hispanidad, se habla solamente de «pueblos de lengua española». Al hacer la historia del pensamiento hispanoamericano, que tal es el tema de esa jornada, no se menciona a ninguno de los que hemos citado al principio o podríamos haber citado en la misma línea como pensadores de un frente hispánico, a los que un lector desprevenido podría atribuir las frases. Si acaso vaga, oscura y por lo demás inexactamente, se les aludirá dentro de lo que Gaos llama «Pensamiento tradicionalista».
Si se trata de una difusión o de una imprecación o de una infiltración, éstas han sido tan plenas y sinceras, y tan profundas y auténticas la asimilación y el repensamiento, que tienen todo el valor de un hallazgo propio, de una convergencia. Leyendo el texto entero de esa «jornada» se puede seguir paso a paso el esfuerzo laborioso, documentado y, al menos formal y exteriormente, objetivo, que ha llevado al rector de la Universidad Central en los años rojos, al pontífice intelectual de un grupo de emigrados, al hombre que a mí mismo, en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, él mismo, me confesó que era un marxista «fanático», a este pensamiento que podría parecer formulado y creado del lado de acá de las alambradas y no del de allá. Y esto es lo valioso y, me parece, lo incitante y alentador del caso, que, por su propio pie, este hombre, es decir, un hombre inteligente, bien informado, sincero y fanática y tenazmente enemigo, llegue a esta coincidencia con nuestro pensamiento más profundo.
Antes de seguir más adelante, y para aviso de mal intencionados, quiero decir que esto no le absuelve ni redime de la traición a España, a la Hispanidad y a Europa que cometió este hombre al ponerse al servicio de la causa pro-soviética. Aquí no se trata de ninguna política de manga ancha, de esas de que tanto se abusa ahora y que tan mal resultado dan. Aquí no se trata de una persona, se trata de un pensamiento, se trata de valorar debidamente un hecho intelectual, tanto más valioso cuanto que se ha producido partiendo de la posición espiritual de un enemigo total e irreductible.
¿Cómo se explica esta convergencia de pensamiento? Primero, se le ocurriría a uno una explicación de tipo casticista o fatalista. Este hombre es español y, siendo un hombre inteligente y con sentido histórico, tiene que operar como español. No me convencen tales explicaciones, puesto que su ser español no le impidió ser marxista ni proceder como tal, con todo lo que esto significó en los años rojos. Por lo demás, Gaos es un hombre inteligente, laborioso, honesto en su vida privada, sincero y objetivo, muy sobre sí mismo, y me parece difícil, mienta retóricamente por halagar a los mejicanos o centroamericanos que le estaban escuchando ni que se deje llevar por algo instintivo.
Cabría, acaso, una explicación de tipo sentimental o nostálgico. Esta explicación me ha sido propuesta por alguien muy inteligente; también alguien muy inteligente me propuso la anterior, la casticista o instintiva. Pero estas dos personas no conocen ninguna de ellas a Gaos. Tengo a éste por persona muy reflexiva y fría, nada sentimental, y es difícil, además, que la nostalgia explique una postura tan elaborada y razonada, y, sobre todo, una postura así, tomada no desde Rusia o China, sino desde el seno de un país hispánico, es decir, en rigor, desde dentro de la comunidad histórica a cuyo destino se alude, no desde lejos de ella. Obsérvese bien que Gaos no piensa en España, sino en la totalidad de los pueblos de lengua española, en uno de los cuales él vive y escribe. No hay lugar, pues, a la nostalgia. Creo, con perdón de quienes me han propuesto esas dos explicaciones, que hay otra, a mi parecer, más verdadera, efectiva y sobre todo válida. Lo que podríamos llamar un requerimiento objetivo de la historia. La historia obliga a un hombre inteligente, perteneciente al mundo hispánico y cuyo marxismo ha estado, por otra parte, muy matizado por una dosis de espiritualismo europeo y casi diríamos de idealismo kantiano, a hacerse cuestión del destino de los pueblos de los que él es miembro, del destino de estos pueblos en el conjunto de una situación histórica de la cultura, en cuyo pensamiento él ha sido formado y ha vivido (no olvidemos que el marxismo es pensamiento occidental; otra cosa son sus deformaciones rusas actuales, a las que Gaos, que yo sepa no ha prestado nunca atención).
Un requerimiento objetivo de la historia, esto es, una situación. El hombre es siempre un ser «en situación», el hombre es historia, vive en la historia y hace la historia. El que esto sea hoy «existencialismo de café» no le quita ni un gramo de verdad, como las cuentas de la lavandera no disminuyen en nada el valor de Pitágoras. Desde esta situación, un hombre inteligente y angustiado por el destino de su propia cultura y de su propio mundo ve una salida; a este hombre, su fanatismo, su confesado fanatismo, no le impide ver esta salida, y su honradez intelectual le obliga a proclamarla. El tono de excesiva frialdad, al eliminar cuidadosamente la mención de personas o entidades históricas ligadas a esa empresa que a él le son antipáticas (por ejemplo, los pensadores antes citados o la Iglesia católica), el eliminar, ciertas palabras (por ejemplo, la palabra «Hispanidad»), el hablar con un tono frío y despegado de la guerra civil española, como si él no hubiera sido beligerante en ella –¿acaso no hay ahí una especie de confesión de que fue beligerante equivocadamente y de que la voz de la historia hablaba desde el otro lado de la trinchera o, por lo menos, desde encima de la línea de fuego, a ambos a la vez?–, todo esto es, si queréis, biografía; pero, en el fondo, lo importante para nosotros es que no ya desde el otro lado del Atlántico, cosa que estamos ya acostumbrados a oír, sino desde el otro lado de la trinchera, vengan voces que digan esto. Esto no es, pues, ya la verdad sostenida y defendida por un grupo en armas contra los demás, es la verdad objetiva. La férrea voz de la historia, que se hace oír por todos a través del polvo y de la sangre de las batallas. La férrea voz de la historia: en la historia oía Ranke la voz de Dios; acaso unos y otros españoles, unos y otros hombres hispánicos, la hayamos oído también. La diferencia está en que unos la hayamos oído antes y hayamos combatido por ella, mientras que otros la han oído después y, lo que es más triste, tras de haber combatido contra ella. Aquí no se trata de ningún compadreo decir que «todos somos iguales», sino de un sereno y firme decir que la verdad es igual para todos y que todos la vamos descubriendo. La verdad, que, a los hombres y a los pueblos, es únicamente quien puede hacernos libres.
Carlos Alonso del Real
Madrid, 30 de abril de 1948