El año pasado acudí al cinematógrafo para visionar la película Tom y Jerry (Tim Story, 2021).
El volumen estaba demasiado alto. Aparte de incómodo, doloroso para el tímpano, y poder ser considerado una amenaza para la salud auditiva (no obstante, todos los espectadores llevaban bozal, a causa de lo preocupación selectiva por su salud), uno abandona la sala con los sentidos aturdidos, los nervios presionados y ligeramente mareado.
Los primeros diez minutos desde que la pantalla se encendió, antes de proyectarse la película, consistieron en anuncios, uno de ellos informando de que la última fusión bancaria (que despide a 8.200 personas), va a traer un maravilloso desenlace. Ni siquiera en el cine puede uno huir del adoctrinamiento publicitario.
El siguiente anuncio, patrocinado por el gobierno, animaba a las personas a acudir a las salas cinematográficas. Con ese fin, mostraba a una serie de individuos barriobajeros y estrafalarios, narrando las grandes experiencias que vivieron en salas de cine. Dado que la sociedad hoy día sólo busca o responde a la identificación (el egocentrismo y narcisismo son tales, que no exploramos más allá del yo), como espectadora deduzco que los políticos que han dirigido el anuncio consideran que así es el público, el español medio: cutre y chabacano. Dicho anuncio se redondea con un lavado de cerebro, el hashtag “no me quedo en casa”, que sustituye al antónimo con el que nos han bombardeado durante más de un año. Un derecho básico y una de las bases de la salud mental, salir a la calle, quedan adheridas, tal vez supeditadas, a una tendencia en redes sociales.
Al fin dio comienzo el largometraje: la versión de 2021 de Tom y Jerry mezcla personajes reales (los actores) e inanimados (los animales Tom y Jerry). El guión y la dirección de casi todas las escenas son tan absurdos, que los actores causan vergüenza ajena, y es manifiesto su esfuerzo por no parecer payasos, ridículos. Aunque muchas personas hoy día lo ignoren, es posible realizar una película de género cómico o destinada al público infantil que no se trate de una bufonada, que sea producto de un trabajo serio, inteligente y maduro.
Aquellas escenas en las que sólo intervienen Tom y Jerry, son mínimamente imaginativas, mucho menos que las de los mismos dibujos animados en los años 30 y 40. Éstas eran puro ingenio, hoy sólo ofrecen ruido, velocidad, carencia de contenido y trasfondo, y violencia: Tom y Jerry siempre han batallado, a Tom se le han caído los dientes cientos de veces; pese a ello, las luchas de épocas pasadas no resultan visualmente violentas, como sí ocurre con las actuales. Soy un adulto y sentí rechazo ante tales secuencias, no imagino cómo afectan a la sensibilidad y sistema nervioso de los niños. La violencia cubre la película por entero: el desenlace consiste en la destrucción de dos zonas de un hotel. Qué bello y positivo. Por supuesto, no se explica al público quién va a limpiar y pagar la factura de cinco cifras. Porque siempre hay alguien que limpia, y que paga.
Hablemos del personaje protagonista humano, que ocupa su posición laboral mediante el engaño: dado que el director de un hotel de lujo es tonto, entra una donnadie por la puerta, afirma poseer grandes credenciales profesionales, y le ofrecen un cargo organizativo. Como puede esperarse, su incompetencia y falta de experiencia provocan graves efectos. Al final de la película, la susodicha espeta «lo siento» y sus actos no tienen consecuencias (para ella). Qué grandes valores se transmite a los niños, y cómo se les ayuda a conocer la realidad.
Analicemos el comportamiento del simpático ratón Jerry: se presenta en un hotel de lujo y decide alojarse en él, sin consultar a nadie ni abonar la estancia. Con naturalidad y decisión, dedica sus primeros momentos en el edificio a robar: se introduce taimadamente en distintos carros de trabajo de las limpiadoras, y cada vez que se aproxima a un objeto de su gusto, lo introduce en una saca de lona. En momentos posteriores, el espectador descubre el destino de lo hurtado: el animal ha amueblado un apartamento en miniatura, y de forma lujosa: sauna, varias pantallas, mesas de juego, un anillo de diamantes para iluminar el techo… (la cumbre del consumismo y el ocio. Ni un libro o mesa de trabajo a la vista).
Todo ello se muestra como algo atractivo y deseable, «qué listo es el ratón, mira todo lo que ha conseguido robando». De esos actos ilegales e inmorales, tampoco se responsabiliza a su autor. Para colmo, al término de la película se ofrece al maleante un trato: puede alojarse de por vida en el hotel, gratis, a cambio de que devuelva uno de los objetos sustraídos. Para los huéspedes honrados y no okupas, no hay tratos, sólo facturas que pagar.
El desencadenante del largometraje es la celebración de una boda entre dos personas epítome de la superficialidad y vacuidad moral, que no se conocen realmente, y que planean el festejo más ostentoso y degenerado, protagonizado por elefantes y pavos reales dentro de una sala de fiestas. La dictadura tecnológica y el materialismo también tienen cabida en la película: el ratón Jerry monta en un dron, y tanto él como el gato Tom, en un patín eléctrico. Bailan hip hop, y las palomas lo cantan.
¿Queda en este mundo algún lugar con ética, queda inocencia, algo cálido, sencillo y nutritivo para el alma?
No volveré a ver películas modernas de dibujos animados. Regreso a los dramas de época en exclusiva: el diálogo es inteligente, la trama digna de análisis, los valores morales están presentes, y ausentes el ruido, la velocidad insana y la agresividad gratuita. Los dramas de época no me trastornan y son edificantes, porque me ayudan a crecer y a conocer la naturaleza humana, la realidad.