Cuando la OTAN amenazó con seguir extendiéndose más allá de la línea alcanzada en 2004 el oso ruso tensó los músculos, avisó en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007 y en 2008 dio el primer zarpazo en la breve guerra de Georgia. A pesar del cambio de actitud estratégica de Moscú, aquella intervención militar puso claramente de manifiesto que las FF. AA. rusas seguían teniendo graves carencias en los ámbitos de mando y control, comunicaciones, inteligencia, vigilancia y reconocimiento. Los ataques aéreos y de artillería no acertaban en sus objetivos, los jefes de los ejércitos tenían que utilizar sus teléfonos móviles para enlazar con los escalones superiores y numerosos aviones de combate fueron derribados por la defensa antiaérea georgiana. Las deficiencias militares puestas de relieve y el nuevo escenario estratégico tras la Cumbre de Bucarest de abril de 2008, donde se abría la puerta a una posible ampliación de la OTAN a Ucrania y Georgia, se sumaron para que la reforma militar se convirtiera en una gran prioridad política.
Por entonces, el principal teatro de empleo previsto era el propio territorio y el entorno cercano de las repúblicas exsoviéticas. Como consecuencia de ello, el programa de reformas, inicialmente diseñado por el ministro de Defensa, Serdyukov, tuvo como objetivo principal la transformación del Ejército ruso de una fuerza de movilización con gran número de reservistas al estilo de la Guerra Fría a una más reducida, preparada, moderna, profesional y ágil con un sistema de movilización rápido, capaz de desplegar fuerzas expedicionarias en dicho entorno. Las divisiones de estilo soviético, parcialmente dotadas de personal, se reorganizaron en brigadas al completo que dependían en su mayor parte directamente de los cuarteles generales de nivel ejército.
Dichas brigadas, con una desproporcionada capacidad de combate y gran autonomía logística, debían cumplir la función de elemento fundamental del despliegue operativo, capaz de actuar de forma independiente.
En paralelo, se inició un programa estatal masivo de armamento, asignando 1 100 billones de rublos en 10 años con el objetivo de alcanzar un 70 % de equipos nuevos o modernizados para 2020. La modernización del armamento nuclear estratégico adquirió la mayor prioridad en el Programa de Armamento Estatal para 2020 aprobado en 2011.
La Primavera Árabe y el apoyo de los países occidentales a los procesos de cambio de régimen —particularmente en Libia—, así como la persistencia en algunos países de la OTAN del deseo de seguir extendiendo la Alianza hacia el este, hizo que Putin, al volver a la presidencia rusa en 2012, diera un giro en su visión de las relaciones estratégicas con Occidente. En Moscú, se percibió la necesidad de reforzar su perfil militar frente a los antiguos antagonistas de la Guerra Fría, considerando que, únicamente recuperando el rango de gran potencia, la Federación de Rusia podría defender sus principales intereses, incluida la supervivencia del propio régimen.
Cuando, finalmente, la Federación de Rusia fue puesta a prueba en los conflictos de Crimea y Donbas (2014) y de Siria (desde 2015), el Gobierno articuló una estrategia arriesgada de pasos muy medidos y de empleo limitado de fuerzas, evitando ser arrastrada a una guerra sin salida como la de Afganistán (1979-1989), donde sus FF. AA. han demostrado gran eficacia. En ambos conflictos, las FF. AA. rusas han puesto a prueba el armamento y los procedimientos y tanto estas como el Gobierno han demostrado una desconcertante capacidad de adaptación en los conflictos armados contemporáneos. El liderazgo ruso contó con la ventaja adicional de la sorpresa que dejó a sus rivales occidentales sin capacidad de respuesta. Además de una gran unidad de acción, determinación y pragmatismo en la dirección de la guerra, la nación rusa ha demostrado gran resiliencia.
Si en Ucrania Putin intervino para impedir que dicho país se incorporara al bloque Occidental, en Siria buscó la ruptura del cerco al que Rusia se sentía sometida por parte de los países de la OTAN, reforzando con ello también su rango de gran potencia. Los dirigentes rusos consideraban que los EE. UU. y sus socios estaban tratando de derrocar el régimen de Bashar al-Asad para reemplazarlo por un Gobierno amigo o abandonar al Estado a una suerte como la de Libia. Cualquiera que fuera el resultado traería malos augurios. Un éxito norteamericano estrecharía el asedio contra la Federación de Rusia y le privaría de su principal aliado en la región; un fracaso aumentaría la inestabilidad y daría alas al terrorismo yihadista que hacía estragos dentro de las fronteras rusas.
El Kremlin hizo una gran apuesta al involucrarse directamente en Siria. El Gobierno iraní, muy preocupado con perder a su más fiel aliado en la región, le facilitó las cosas. Las FF. AA. rusas adoptaron un modelo operativo que combinaba la potencia aérea y las maniobras terrestres para aplastar a un enemigo dividido. La campaña terrestre se basó en las fuerzas del Ejército sirio, Hezbolá libanés, otras milicias y contratistas militares privados. Progresivamente, se fueron incorporando también unidades terrestres rusas de operaciones especiales, artillería, comunicaciones y otras para reforzar la capacidad de combate y dar cohesión al conjunto. La fuerza aérea y la marina rusas apoyaron a estas fuerzas realizando ataques desde aviones, helicópteros, barcos y submarinos. Durante el transcurso de la guerra, Rusia mejoró gradualmente su integración aire-tierra con las fuerzas prorrégimen y fue incorporando cada vez más el uso de drones tanto en el aire, como en el mar y en tierra. Los esfuerzos de la Federación se beneficiaron de tener objetivos limitados y enfrentarse a los grupos rebeldes que no coordinaban sus actividades y carecían de medios defensivos clave, como armas antiaéreas.
Por otra parte, las acciones de castigo en las zonas rebeldes se han convertido en un componente importante del modelo operativo ruso, intentando negarles alimentos, combustible y ayuda médica, mientras que simultáneamente erosiona la voluntad de la población civil de luchar o de proporcionar apoyo a los grupos de oposición. La falta de escrúpulos en esta materia da mayor libertad de acción a las FF. AA. rusas en complejos teatros operacionales.
Rusia continuamente rota los cuadros de mando de nivel medio a alto en el teatro de operaciones sirio, con lo que los oficiales reciben una valiosa experiencia sobre el terreno en funciones de mando y asesoramiento. Esto repercute en su capacitación profesional y el desarrollo del pensamiento militar ruso.
La campaña militar rusa en Siria logró alcanzar los objetivos estratégicos a un coste razonable tanto en términos de bajas como económico. Nicolás de Pedro se refiere a ello como una estrategia low cost. Las operaciones y las tácticas rusas estuvieron además bien alineadas con dichos objetivos estratégicos y razonablemente sincronizadas con las iniciativas diplomáticas. Comparativamente, bien financiadas y con una base tecnológica sólida, aunque a veces le cuesta producir sistemas completamente nuevos, las FF. AA. rusas han demostrado ser en gran medida autosuficiente
En los últimos años, Rusia y EE. UU. han desmontado el sistema de acuerdos que regulaba las cantidades y características de las armas nucleares en poder de ambas potencias, lo que ha devuelto protagonismo estratégico al arma nuclear. El año 2020, Putin ha firmado el decreto que hace efectivas Las Bases de la Política Estatal de la Federación Rusa sobre Disuasión Nuclear que actualiza la estrategia nuclear rusa. Por otra parte, donde la potencia euroasiática está despuntando y demostrando determinación y eficacia es en el dominio cibernético. Su preparación para desplegar tales capacidades para operaciones ofensivas y la de asumir grandes riesgos, rompiendo las normas de un comportamiento aceptable en un dominio tan poco regulado internacionalmente, le ha convertido en un grave motivo de preocupación para la UE y la OTAN.
Podemos preguntarnos: ¿será Rusia capaz de sostener este enorme esfuerzo durante mucho más tiempo? De momento lo que sabemos es que los éxitos del Kremlin contrastan con las enormes dificultades y pobres resultados que Washington y sus aliados están encontrando en los conflictos armados donde se han implicado desde el 11S, se trate de Afganistán, Irak o Libia, lo que ha devuelto a Rusia un gran perfil estratégico. Todo indica además que mayores presiones por parte de Occidente no van a hacer que Moscú ceda y una gran crisis de Rusia, que podría ser el resultado de una renovada Guerra Fría, podría abrir escenarios aún peores.
Las graves desavenencias con EE. UU. y sus aliados han llevado a la Federación a reformar, modernizar y potenciar sus FF. AA. El empeño de las potencias occidentales de encorsetar a la potencia euroasiática en sus propios esquemas internacionales ha producido el efecto contrario: ha lanzado al Kremlin a buscarse un lugar de preeminencia en el orden geopolítico global, reconfigurando junto con Pekín un sistema internacional multipolar.
El éxito obtenido primero en Crimea y Donbas, en 2014, y después en Siria a partir de 2015 ha permitido a Putin situar su país como potencia global. Desde su consolidada posición de fuerza en Oriente Medio, Rusia está extendiendo aún más su vector estratégico por el Mediterráneo oriental, África e Iberoamérica.
Conforme este proceso se iba desarrollando, las FF. AA. rusas han pasado de la obsolescencia a convertirse en un instrumento militar puntero y eficaz con gran capacidad para navegar en las turbulentas aguas de los conflictos actuales. Rusia cuenta con la ventaja adicional de la resiliencia y la determinación en el uso de la fuerza.
El pragmatismo y la falta de escrúpulos en los asuntos militares, combinados con unas concepciones estratégicas asimétricas de amplio espectro —nuclear, convencional e irregular— han demostrado que Rusia sabe enfrentarse simultáneamente a rivales mayores y menores. Su enfoque híbrido que desdibuja la paz y la guerra, lo militar y lo civil, lo convencional y lo irregular, y que aprovecha las innovaciones tecnológicas, integrando los múltiples actores de diversa naturaleza que pueblan las guerras actuales, ha permitido a las FF. AA. rusas crear sinergias donde reina el caos.
Estas circunstancias han hecho que Moscú se haya convertido en un actor determinante bien para contar con él o para tenerlo enfrente. Dada su creciente presencia en el Mediterráneo y, sobre todo, en África, dicha cuestión afectará cada vez más a la seguridad de España.
Ante la imposibilidad demostrada de encajar a Rusia en el modelo de seguridad occidental y aceptando el hecho consumado de que vivimos en un mundo multipolar, será mejor un enfoque de coexistencia que uno de confrontación a pesar de que este puede haber tomado la delantera con la Guerra de Ucrania de 2022. Los enormes retos de futuro a los que se enfrenta el mundo nos obligan a dejar atrás concepciones estratégicas de alto riesgo y escaso horizonte que convierten al planeta Tierra en un polvorín.
Extractado de José Pardo de Santayana
Coronel de Artillería DEM Coordinador de investigación del IEEE