Rusia, Ucrania y la “Rendición de Breda”. Una escena inmortal.

No voy a escribir sobre el conflicto de Rusia y Ucrania, sino sobre el sitio de Breda, su rendición y el cuadro en que Velazquez la inmortalizó para que los lectores hagais un ejercicio de proyección sobre las guerras pasadas, actuales y futuras y, sobre todo, sobre la guerra actual en Europa entre Ucrania y Rusia.

Diego de Velázquez inmortalizó la escena en uno de sus óleos más famosos, La rendición de Breda o Las Lanzas. La pintura enfatiza la clemencia de Spínola, y por añadidura de la monarquía española, con el enemigo derrotado. El óleo es una de las obras más conocidas de las que se encuentran en el Museo del Prado.

El motivo central del cuadro velazqueño recoge el momento en el que Justino de Nassau, gobernador de Breda, entrega las llaves de la ciudad tras un largo y tortuoso asedio de diez meses al general de origen genovés Ambrosio de Spínola, militar que ya había fallecido cuando Velázquez realizó la composición y con el que casualmente el pintor había coincidido en 1629, en la travesía de Barcelona a Génova de su primer viaje a Italia, cuatro años después de que se hubiera producido la histórica rendición.

A ambos lados de los próceres se representa a los dos ejércitos contendientes, el holandés a la izquierda y el español a la derecha, nosotros, a los cuales nos tapa, con la naturalidad propia del artificial Barroco, un caballo en escorzo; al fondo, en tercer plano y perdiéndose hacia la lejanía, la auténtica escena histórica, con soldados en formación y paisajes después de la batalla, tras el arduo asedio. Realmente, el plano más cercano al espectador es el del ejército holandés, a la izquierda del cuadro, el cual guía nuestra mirada hacia la derecha, hacia el ejército contrario. Es una magnífica manera de contraponer los dos grupos, de los cuales quedan bien patentes las diferencias: las lanzas de los holandeses son solo cinco y muy cortas, mientras que las picas españolas son veintinueve y del doble de altura. Los españoles se organizan perfectamente en filas, horizontales, comenzando por su general para continuar con los siguientes en rango hasta llegar al último término de soldados dentro del grupo; la disposición holandesa es más caótica, con una estructura donde apenas se aprecia la valoración social de cada personaje, salvo evidentemente la del gobernador. Un sutil detalle compositivo típico del pintor hace coincidir en el paisaje tras los holandeses grandes fogatas y hogueras sobre sus cabezas, marcándolos simbólicamente como perdedores y vencidos.

Como dice nuestro querido amigo Reverte: Fíjense en el cuadro de una maldita vez. El gran filósofo español José Ortega y Gasset nos regaló su particular visión sobre Velázquez y sus cuadros en una instructiva meditación. Allí nos habla de algunas de las innumerables cosas que cuenta el cuadro, en esa mezcla de perfecta unidad y múltiples anécdotas que representa y que en el fondo caracteriza a toda obra de arte. Velázquez no recoge una simple instantánea fotográfica de cámara familiar, sino que se concentra en eternizar el instante con su peculiar registro de todo. Para el filósofo, las lanzas o picas clavan la movilidad exuberante de los personajes, son armas obsesivas que sostenían el Imperio español y al mismo tiempo arruinaban a la Corona con su elevado coste, símbolo del misticismo nacional en una época en la que morir por la Patria era mucho más fácil que poder vivir en ella.

Fíjense en el cuadro de una maldita vez, y veremos que tras el oropel de una victoria está siempre el fondo triste y azul de un paisaje devastado, un país en llamas y destruido por la guerra, como tantos otros, donde apenas queda un rayo de sol o de esperanza y donde ha terminado sufriendo, como siempre, el ser humano de a pie, los hombres, mujeres y niños anónimos que son siempre las víctimas de cualquier conflicto, estén donde estén, que no podrán pasear los campos que trabajaron toda su vida porque estos están llenos de soldados en formación.

Haciendo un poco de historia, los defensores de Breda estaban tranquilos. Confiaban en la solidez de sus defensas y en la ayuda de Mauricio de Nassau, hermano de Justino. Mauricio también creía que Breda era inexpugnable y apenas molestó a Spínola en el levantamiento del sitio. Es más, creyendo desprotegida Amberes se lanzó́ sobre ella con el ánimo de tomarla, pero su intento fracasó estrepitosamente. Ante ello, Mauricio decidió́ tomarse más en serio el sitio de Breda y se plantó́ ante el ejército católico, listo para el ataque.

Spínola aceptó el reto y se preparó́ para hacerle frente, pero al final Mauricio desistió́. Librar una batalla campal suponía arriesgarlo todo a una carta: si los holandeses ganaban, la ciudad se salvaría, pero si fracasaban estaría irremediablemente perdida. Por ello, el líder rebelde optó por la prudencia y se retiró́, confiando en la capacidad de resistencia de la ciudad.

La llegada del invierno no sorprendió́ a los sitiadores. Se había previsto el mantenimiento de los convoyes diarios de abastecimiento, a pesar de los rodeos que tenían que dar para transitar por caminos secos y seguros. Mientras tanto proseguía elmartilleo constante de la artillería de sitio y el estallido de las minas que plantaban los atacantes, y que iban demoliendo uno a uno todos los baluartes defensivos. Esto permitía que el enemigo se aproximase cada vez más a las murallas de la ciudad. A todo ello se unió́ la escasez de alimentos dentro de la plaza y, lo que era peor, la constatación de que los ansiados socorros no llegaban, pues la dureza del invierno también había hecho mella en el ejército de Mauricio.

En un intento desesperado por romper el sitio, los defensores desviaron el cauce de un río cercano para que anegase el campamento de Spínola, pero este, previsor, había ordenado levantar unos diques que lo impidieron. Poco después, los sitiados expulsaron de Breda a mil bocas inútiles, niños y ancianos, una práctica habitual cuando escaseaban los alimentos en una ciudad sitiada. Pero Spínola los rechazó y los devolvió́ a la ciudad para que continuasen siendo una carga para la defensa.

Tras nueve meses de asedio, los defensores ya no podían aguantar más. Las bajas eran numerosas; los alimentos escaseaban y no había perspectivas de ayuda. El 31 de mayo se iniciaron las conversaciones de rendición. Como el ejército de Spínola también estaba agotado, las condiciones fueron bastante ventajosas para los sitiados.

El 5 de junio, la guarnición superviviente de Breda –unos 3.500 hombres en un estado lamentable– salía con armas, banderas y bagajes. Los ciudadanos quedaban exentos de pagar ningún tributo, y sólo se les obligó a restaurar las imágenes de los templos católicos y erradicar la práctica del calvinismo. Justino de Nassau, acompañado de sus ayudantes, entregó personalmente las llaves de la ciudad a Spínola en la tienda de este, que había sido engalanada para la ocasión.

Esta es la triste situación que se vive en las ciudades y pueblos de Ucrania, Mariupol, Volnovaja, Kharkiv, Kiev, Zhytomyr, Izium…, y tantos otros. Seria de agradecer por la Humanidad que, resultado el final de la Campaña, finalice como finalizó el sitio de Breda, dándose la mano los contendientes sin exigir la humillación de ninguno de ellos; no obstante, desgraciadamente, sólo el final de la contienda puede esconder un halo de humanidad y de extremo trato digno por parte del vencedor de la Guerra.

Actualmente, se juzga que una campaña militar tiene éxito si se cumplen las condiciones deseadas como objetivos, a través de operaciones de combate y de no combate. Esto se determina, habitualmente, cuando una de las partes en lid derrota al ejército oponente.

La manera en la que una Nación termina la guerra, sin embargo, influencia la percepción del éxito de una campaña. Seria de desear que el espíritu que llevó a Spinola a tratar con la máxima dignidad a Justino de Nassau y su ejército se refleje en la guerra ruso-ucraniana.

Pero, finalmente, el cuadro de Velázquez es algo más que eso, un cuadro representativo del final de una Campaña donde los Generales jefes dan una lección de dignidad y de respeto por el adversario; la guerra que han realizado durante la campaña también queda reflejada con sus horrores al fondo del mismo, otra cosa mucho más seria que no se puede pintar con caballos en escorzo, y que si se pinta, en su tremenda injusticia, dañaría la vista y el alma a cualquiera.

La guerra no es justa, ni legal, ni legítima, ni se pueden atenuar sus barbaridades por la condición humana; es la continuación de la política y, ésta, la política, produce aberración a los militares por las trapisondas, enredos, marañas y argucias que se producen en su ejercicio. Pero los Ejércitos estamos para continuar la política; tenemos nuestro propio código de conducta que hemos de respetar, siempre respetando al enemigo y a las leyes internacionales para hacer la guerra “más llevadera” a los ojos del pueblo llano y a nuestras conciencias. ¡¡¡Vaya hipocresía¡¡¡ por parte de los políticos y ¡¡¡ Vaya ejemplo de dignidad¡¡¡ por parte de los que se la echan a sus espaldas, al final, siempre culpables.

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