En el último apartado Del arte de la guerra, Maquiavelo resume en 27 enunciados las principales enseñanzas que sobre esta materia brindó a lo largo de los siete libros en que se desarrolla el diálogo. En el presente artículo, extractado de uno mucho más extenso de Roberto García Jurado, este intenta analizar y concentrar lo que podríamos llamar la teoría de la guerra del florentino. Examinados en conjunto, forman un corpus teórico estructurado, consistente e identificable en casi todos los escritos políticos que legó.
En este artículo queda expuesta su concepción de la guerra, la cual, como muchas otras ideas del florentino, constituye uno de los pilares del pensamiento político moderno. Los principios de integridad, seguridad y defensa del Estado moderno requieren imperiosamente de fuerzas armadas apropiadas, confiables y leales a las autoridades políticas legítimas, una realidad que se ha venido imponiendo en los últimos siglos , que Maquiavelo teorizó a principios del siglo XVI y que creo firmemente sustentan los principios del «Principe ruso» actualmente al igual que el del resto de naciones.
En un pasaje muy conocido de El príncipe, Maquiavelo cuenta que conversando con el Cardenal de Rouen acerca de las guerras italianas que iniciaron en 1494, éste le dijo que los italianos no entendían de la guerra, a lo cual respondió que los franceses no entendían del Estado; esto ciertamente es una brillante frase retórica del florentino, pero a la luz de lo que él mismo planteó como los fundamentos más importantes de la guerra y el Estado, y sobre todo conociendo lo que ocurrió después en Italia, tal vez sea necesario reconocer que los años siguientes, al parecer, los franceses comprendieron mejor las lecciones de la historia en lo que refiere a la guerra y el Estado que Rusia lleva a sus últimas consecuencias, aunque no es la única Nación que lo hace. Kuwait, Irak en sus dos guerras, Líbano, Libia, Siria, Nicaragua, Panama, Afganistan, …, Cuba…, y un largo etcétera nos lo pueden poner de relieve.
Veamos lo que decía Maquiavelo, muy extractado, sobre la guerra, que podemos reflejar en el comportamiento de todos los Estados modernos y en los «príncipes» que los gobiernan:
1.- El uso de las armas por parte del Estado es algo natural y necesario, dentro y fuera del territorio
El uso de las armas en una sociedad políticamente organizada es natural, independientemente de cuál sea su forma de gobierno, república o principado. Desde su perspectiva, cualquier relación de mando y obediencia entre hombres o cualquier relación política, implica la necesidad de recurrir a las armas. Así, es necesario que los Estados cuenten con un brazo armado que actúe tanto dentro como fuera de su territorio: dentro, para asegurar que sus súbditos cumplan sus mandatos, es decir, un aparato policiaco y de seguridad pública; fuera, para garantizar que los otros Estados respeten su integridad e independencia, es decir, un ejército regular.
Maquiavelo no fue el único humanista destacado del Renacimiento que asumió la naturalidad del uso de las armas en una sociedad políticamente organizada. Leonardo Bruni, antes que él, y Donato Giannotti, poco después, plantearon con el mismo interés y énfasis la necesidad y naturalidad del uso de las armas por parte del Estado. Incluso, ambos coincidieron en la conveniencia e importancia de que Florencia contara con una milicia, una idea que Maquiavelo convirtió en reclamo reiterado y que identifica en buena medida su pensamiento en esta materia.
En el plano interno, Maquiavelo considera que la obediencia de los seres humanos que habitan un Estado se garantiza mediante las armas, a través de la coacción que se ejerce sobre ellos por medio de la amenaza de la violencia, pues “no es razonable que quien está armado obedezca de buen grado a quien está desarmado”. De acuerdo con la concepción de la naturaleza humana del pensador florentino, esta circunstancia no se origina necesariamente en el carácter tiránico del poder, sino en la natural malevolencia de los hombres.
No obstante, las buenas armas no sólo son uno de los fundamentos más importantes del Estado en su interior, sino que tal vez sean el principal fundamento para asegurar su existencia y estabilidad en el plano externo, pues en sus relaciones con otros Estados no puede anteponer la bondad de sus leyes o la santidad de su religión, sino atenerse exclusivamente a la efectividad de sus armas.
Para Maquiavelo, es tan natural la existencia y uso de las armas en el plano interno como en el externo. En tanto es necesario que los gobernantes dispongan de armas para asegurar el orden del Estado, de la misma manera deben disponer de ellas para defenderse o atacar a otros Estados.
2.- Los fundamentos más importantes del Estado son las leyes, las armas y la religión
Sin embargo, las armas no son el único recurso para lograr la obediencia de los ciudadanos, más aún, tal vez sea el último, pues antes de ellas se puede echar mano de las leyes y la religión. Por ello quienes plantean como característica distintiva de Maquiavelo estudiar la política en condiciones de ilegitimidad, pasan por alto la enorme importancia que concedía a otros recursos. Incluso podría decirse que para él hay tres fundamentos esenciales del Estado: leyes, armas y religión, mismos que se combinan para sostenerlo y darle legitimidad.
Una conocida premisa establecida en El príncipe es: las bases más importantes de todo Estado se encuentran en las buenas leyes y armas. Así, puede considerarse que las leyes son el primer fundamento del Estado, claro, cuando Maquiavelo se refiere a las buenas leyes seguramente las concibe como aquellas consensuadas por los súbditos, aceptadas y obedecidas por ellos.
La primera formulación de este planteamiento se encuentra en un breve escrito de 1506, muy importante para el tema de la guerra, llamado La causa de la Ordenanza militar: dónde reside y qué es necesario hacer, el cual podría considerarse la exposición de motivos de otro escrito del mismo año, igualmente importante, La provisión de la Ordenanza. Este es un documento oficial que en su calidad de secretario de la Segunda Cancillería escribió para proponer al gobierno de Florencia la restauración de su antigua milicia, misma que desapareció desde los tiempos comunales y que tanto Maquiavelo como el gonfaloniero vitalicio, Francesco Soderini, proponían que se convirtiera en la base del ejército de la ciudad. Es inevitable relacionar ambos documentos con los hechos acontecidos en Florencia en los años previos, sobre todo con el fracaso que se había sufrido el año anterior al tratar de recuperar Pisa, cuyo control se había perdido desde 1494, y que demostraba de una forma fehaciente y palmaria la ineficiencia e incapacidad militar de la ciudad. Maquiavelo visitó en 1505 el cuartel de las tropas que asediaban a esa ciudad y constató en persona los defectos y la malevolencia de los soldados mercenarios.
En La causa de la Ordenanza, Maquiavelo se dirigía a la Señoría, el principal órgano de gobierno de Florencia, para decirle “que todo el mundo sabe que quien dice imperio, reino, principado, república; quien dice hombres que mandan dice justicia y armas”. A lo cual de inmediato agregaba “Vosotros de justicia no tenéis mucha y de armas nada en absoluto”. Independientemente de la crítica dura y mordaz que dirige a la Señoría, inusual, por cierto, en un documento oficial como éste, ya que lo había elaborado en su calidad de secretario de la Segunda Cancillería, puede observarse que habla de justicia y no de buenas leyes, como lo estableció después en El príncipe, donde decía: “Pues bien, los principales cimientos y fundamentos de todos los Estados -ya sean nuevos, ya sean viejos o mixtos- consisten en las buenas leyes y las buenas armas”. Sin embargo, lo más probable es que el sentido fuera el mismo, ya que se entiende que las buenas leyes son las que resultan justas para todos, en especial para los súbditos, pues quien las emite se coloca por encima de ellas.
El segundo fundamento del Estado son las armas, pues como Maquiavelo escribía en 1506, quien habla de mando, del gobierno de unos hombres sobre otros, necesariamente habla de armas; de los medios que garantizarán el cumplimiento de los mandatos dados por los gobernantes.
El tercer fundamento del Estado es la religión, que se entrelaza íntimamente con las leyes y con las armas. Cuando se afirma en El príncipe: “Y, dado que no puede haber buenas leyes donde no hay buenas armas y donde hay buenas armas siempre hay buenas leyes”, da cuenta de estos dos fundamentos del Estado, aunque, como puede apreciarse, otorga una clara primacía a las armas, ya que considera que la primera y más importante misión del Estado es propiciar e imponer el orden social, si es necesario con las armas, y, a partir de estas bases, crear sanos principios de interacción y convivencia social, es decir, leyes.
En los Discursos hace una derivación más y dice “donde hay religión, fácilmente se pueden introducir las armas, pero donde existen las armas y no hay religión, con dificultad se puede introducir ésta”. Así, aquí parece trasladar la primacía de la fundamentación del Estado a la religión. No obstante, debe resaltarse que en este pasaje habla de religión y no de iglesia, en particular porque está refiriéndose a la religión de los romanos y a su contribución para fijar las bases del Estado. La distinción es relevante, pues cuando trata la relación entre la religión y la política, le interesa destacar la utilidad de aquella para la política, poco atiende al mensaje teológico; lo importante es su contribución al mantenimiento del orden social, la utilidad que de ella puedan sacar los gobernantes y, en este caso específico, para llevar a cabo sus objetivos militares. De la misma manera, cuando se refiere a estos términos al efecto que la religión causa en los creyentes, tampoco le interesan los alcances escatológicos de la misma, sino su efecto en la conducta humana, su utilidad y eficacia para infundirles principios ético-sociales, que fortalezcan la unión social así como, en consecuencia, la unidad política.
A partir de la Causa de la Ordenanza, Maquiavelo había advertido que la magistratura encargada de la milicia debía mezclarse con la religión para hacer más obedientes a los soldados, lo cual da una clara idea de la función que se le atribuye. De la misma manera, cuando en El príncipe refiere a cómo han triunfado los profetas armados y fracasado los desarmados, pues cuando los pueblos dejan de creer es necesario disponer de recursos para que “se les pueda hacer creer por la fuerza”, ilustra con mayor claridad y complementa su descripción del vínculo entre estos dos fundamentos, el cual no es unívoco, sino recíproco, bidireccional.
A su vez, si se considera que la religión también necesita de las armas para garantizar su continuidad y busca establecer sanos principios de convivencia entre la grey -como se deduce claramente del pasaje de Discursos, donde Maquiavelo expone cómo Numa, sucesor de Rómulo, “encontrando un pueblo ferocísimo, y queriendo reducirlo a la obediencia civil con artes pacíficas, recurrió a la religión como elemento imprescindible para mantener la vida civil”, un efecto que también, en última instancia, producen las buenas leyes- encontramos que estos fundamentos del Estado, más que un orden de precedencia, se conectan por medio de un circuito continuo que los refuerza recíprocamente y que al final establece las bases en las cuales descansa un Estado.
3.- La guerra debe ser la principal ocupación del gobierno y éste debe tener poder absoluto en esta materia
Maquiavelo estaba plenamente consciente de esto, al grado que planteaba que los Estados bien ordenados debían atribuir a los monarcas el poder absoluto en el campo de las fuerzas armadas, único terreno en el que se les podía permitir, ya que en todo lo demás debían recabar consenso:
Porque [los reinos bien ordenados] no les conceden a sus reyes un poder absoluto más que en el campo de las fuerzas armadas, sólo en este ámbito son necesarias las decisiones rápidas, y por lo tanto una sola autoridad. En otros sectores no se puede realizar nada sin recibir consejo.
Mientras el resto de los asuntos del gobierno podían ser delegados, las cuestiones militares eran las únicas que requerían atención directa del príncipe, quien debía conducir personalmente al ejército, una exigencia y atribución cargada de simbolismo que se preserva en muchos Estados contemporáneos, cuya máxima autoridad civil también lo es de las fuerzas armadas.
En este sentido, no sólo los principados debían conferir poderes absolutos en el campo de la guerra, sino que las repúblicas debían estar diseñadas de manera que uno de sus magistrados pudiera también asumir poderes absolutos en esta misma competencia. Maquiavelo analiza detalladamente esto en los Discursos, donde explica, contrario a lo que algunos habían planteado, que no fue la institución de la dictadura la que arruinó a la república, sino su excesiva prolongación: “Y vemos que la dictadura, mientras fue conferida según las leyes, fue siempre beneficiosa para ciudad”
Concluyendo.
La guerra no es natural porque sea el último recurso para vengar agravios o hacer justicia, como lo planteaban San Agustín y Santo Tomás, sino que es natural porque es un impulso congénito del Estado, es una fuerza inercial de toda asociación política, pues los Estados que busquen conservarse, al preservar sus propios límites, tarde o temprano sucumben ante los que buscan expansión.
De este modo, el objetivo de que los Estados estuvieran armados no era el de buscar un esquema de contención que garantizara la paz internacional, al menos no era ese el objetivo que persiguió Maquiavelo, ya que no consideró posible este escenario. Desde su punto de vista, en el plano internacional, la guerra es inevitable, necesaria y útil. En los Discursos lo plantea de modo inequívoco:
[…] es imposible que una república consiga permanecer tranquila, gozando su paz y restringido territorio, porque aunque no moleste a nadie, los demás la molestarán a ella, y eso le provocará el deseo y la necesidad de conquistar […] Y quien se comporta de otro modo, busca, no su vida, sino su ruina y muerte.
“La guerra no se evita, sino que se retrasa para ventaja del enemigo”, y es que si todos los Estados están en una carrera imperial, evidentemente un retraso propio es una ganancia ajena. Mismo motivo por el cual no puede admitir como sabia o prudente la neutralidad, y, por ello, considera que en la guerra es la peor decisión y situación, ya que en un entorno poblado de Estados ansiosos de crecer, la neutralidad simplemente significa postergar también en beneficio ajeno un conflicto que de seguro terminará con el engullimiento del neutral.
La suerte de Florencia y casi de todos los otros Estados italianos de principios del siglo XVI, parecía confirmar su advertencia. En uno de los primeros pasajes de la Causa de la Ordenanza manifiesta su sorpresa de que Florencia hubiera conservado su libertad en los 100 años anteriores sin contar con armas, situación afortunada que no podía continuar en los tiempos que corrían, en lo cual Maquiavelo no se equivocaba, pues tan sólo unos años después Florencia ciertamente perdería su autonomía.
En este sentido, la concepción de Maquiavelo sobre el orden internacional parece un antecedente directo del planteamiento de Hobbes sobre el estado de naturaleza que priva en el ámbito internacional, incluso usa términos semejantes, pues advierte que “en las deliberaciones en que está en juego la salvación de la patria, no se debe guardar ninguna consideración a lo justo o lo injusto, lo cruel o lo piadoso, lo laudable o lo vergonzoso”, es decir, fuera del marco ético-normativo que provee y garantiza un Estado no hay punto de referencia, todo está permitido, brota el estado de la naturaleza. Poco antes de ese pasaje había dicho que si bien el fraude es condenable en términos generales, en la guerra es algo válido y loable, confirmando la diferencia que hay entre el marco valorativo interno y el externo, donde toda coordenada ética desaparece.
Podría decirse que muchos de los consejos más referidos en El príncipe, célebres por su crudeza, barbarie o malignidad, como quiera llamárseles, se relacionan precisamente con la acción estatal en el plano internacional. Este es el marco que motivó en buena medida el capítulo XVIII, que lleva por título precisamente “De qué modo han de guardar los príncipes la palabra dada”, en el cual, justifica que los príncipes falten a su palabra cuando ya no convenga a sus intereses, justificándolo así:
“Se podría dar de esto infinitos ejemplos modernos y mostrar cuántas paces, cuántas promesas han permanecido sin ratificar y estériles por la infidelidad de los príncipes”.
Apliquese todo lo dicho por Maquiavelo a los actuales «príncipes» y tendremos resoluto el dilema de la guerra en la actualidad como en toda la historia contemporánea. Esto es lo que se esconde detrás de la guerra: la supervivencia de los Estados Ruso y Ucraniano, los dos.