Parece inútil decir que nuestras relaciones ajenas al ámbito castrense son una cuestión que solo tocaría a aquella zona de libertades y de las censuras que establecen las normas de educación y urbanidad, si no fuera que, en cierto modo, nos está confiada, en este aspecto, como ya dije en una carta dedicada a un sinvergüenza, una función, si no de magisterio, si de ejemplaridad.
Los Ejércitos han visto crearse en torno a él durante el tiempo que ha durado la actividad de ETA, ambientes distintos de simpatía, antipatía, de cordialidad y de fe, o de incomprensión, según la proximidad temporal a la época del régimen autoritario del Generalísimo Franco, que ha puesto a prueba las infinitas molestias de esta guerra, que lo sigue siendo a nivel político-social, que no siempre se veían aliviadas por la conducta de los dirigentes políticos del momento.
Se ha extendido excesivamente, fruto de esta situación y en ocasiones, el concepto de necesidad; y se han mirado a través de este prisma los derechos de las gentes de bien a tener una justicia que es, en todo caso, innegociable. Se han creado artificialmente necesidades no justificadas por las exigencias tanto tácticas como estratégicas en la lucha contra este terrorismo; se ha dado una amplitud desmedida a ciertas palabras que, como la de “fascista”, pierden su verdadero significado cuando el acto no se rodea de las características propias de semejante calificativo y según quién lo dijera.
Precisamente por ello es preciso extremar, ahora que unos hablan de que la paz ha vuelto, la corrección en las relaciones con la sociedad vasca.
Cuando tantos años de guerra del terror han llenado de dolor tantos hogares, y han determinado tantos sacrificios, tantas estrecheces y tantas ruinas, no parece que sea lícito a nadie derivar de ello satisfacciones ni provechos que parecerían una injuria a los atribulados y empobrecidos, a las víctimas del terror. Pero ya que no todos son capaces de comprenderlo, es preciso que los militares de todos los grados, por razón de aquella función docente y ejemplar que tienen encomendada, se lo hagan hacer entender con el ejemplo al resto de la sociedad española y a las víctimas en particular.
Lo que está pasando en Vascongadas es un fenómeno que, como tantos otros, de orden social y moral se producen en todas las guerras. Es, quizá, la consecuencia de la mayor tensión adquirida por unos resortes morales a expensas de otros que se catalogan, erróneamente, como de menor urgencia. Durante esta guerra, esta plaga de terroristas, castigó a toda la sociedad española y muy en especial a los miembros de los Ejércitos y Guardia Civil; pudorosamente, cada uno, según fuera de una ideología u otra, le daba un nombre distinto, diferentes todos ellos, a su vez, de los que emplean el DRAE y el Código penal.
Parece fuera de lugar y de ocasión un afán inmoderado de exhibición y de fiesta la que han tenido muchos de los dirigentes políticos ante la renuncia al empleo de las armas y a su total entrega, pero no al proceso social que lo sustentaba y que aún hoy existe, en un medio en el que tantos lutos y tantos dolores piden una silenciosa delicadeza, y en una hora en la que la recuperación de la Nación pide menos ferias que trabajos como queda demostrado con el tema de Navarra.
Si ha de servir de ejemplo la milicia, y si ella ha de dar el tono, cada uno de nosotros habrá de cuidar de imponerla en torno suya sin debilidades ni complacencias.
Sólo a este precio podrá mantenerse la unidad de España para nuestros nietos, pues para nosotros y nuestros hijos todavía figurará inexorablemente la palabra “Independencia” durante toda nuestra vida como figuró para nuestros padres y abuelos el grito “Viva Don Carlos”.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.