Uno de los mayores problemas de los políticos actuales es que no te los imaginas entrando en una exposición, ni yendo al cine o a un concierto. Ni siquiera leyendo un libro. Y más allá de que llame poderosamente la atención que tantos ignorantes hayan coincidido a la vez en partidos tan diversos, este hecho explica cuatro de los males que venimos padeciendo en estos días puñeteros.
La primera, la escandalosa falta de imaginación con la que manejan la cosa pública, así como las posibles soluciones a tantos problemas acuciantes. Nótese que incluso sus formas de robar, malversar, prevaricar y cebar en general la corrupción han sido tan toscas que, en cuanto alguien ha querido mirarlas a la cara, ya no ha habido forma de esconderlas.
La segunda consecuencia de su incultura su capacidad para escandalizarse o sentirse ofendidos. Que una sencillísima poesía ponga los pelos de punta a algunos o una obra de “circo” movilice a los tribunales de la nación llamaría a risa si no produjera tal vergüenza ajena;
En tercer lugar, estas hordas de incultos que ocupan sus lugares en parlamentos y similares han eliminado de sus discursos, y por lo tanto del discurso público, cualquier mención a la educación integral de nuestros jóvenes y a la cultura cuya manifestación más importante son las letras y la historia, a sus manifestaciones y a los cauces por los que discurre el relato de lo que somos. Ni siquiera las grandes intervenciones urbanísticas o arquitectónicas, ejes centrales de nuestra convivencia urbana, tienen cabida en sus pequeñas mentes recolectoras de moneditas.
Por último, la cuarta y, quizás la más desastrosa consecuencia de su incultura, es la forma en la que han contagiado a los medios de comunicación, y por lo tanto a nosotros, la población en general. El centro del discurso político ya no es lo público, o la actuación de las administraciones en el tejido nacional, sino la política misma. Ya no discuten/discutimos sobre cómo deben ser nuestras ciudades, nuestro territorio, cómo debemos educar a nuestros hijos, cómo tratar con el medio ambiente, etc. Ahora todo diálogo de políticos se centra en la política misma, en sus órganos, en sus sueldos y sus robos, en sus coches y sus restaurantes, en sus felonías, mecanismos y sus pequeños partidos, sus pactos miserables, ¡incluso el aspecto físico o la indumentaria de los propios políticos!
Resulta especialmente empobrecedor y nocivo para los ciudadanos el hecho de que los medios de comunicación se contagien de la seca incultura de nuestros políticos porque son ellos quienes establecen los temas sobre los que los ciudadanos discuten, reflexionan, centran su atención. O sea, que, a su vez, los medios de comunicación esparcen incultura e ignorancia. Y con ella, consiguen que cundan entre la población las tres consecuencias ya citadas: falta de imaginación, capacidad para el escándalo cursi y la ofensa vana, y eliminación del interés por la cultura y sus expresiones.
Los políticos en España son «incultos, son gente fundamentalmente inculta», en opinión de Juan Eslava Galán, que lamenta el resultado de la comparación con la formación de quienes hicieron la Transición hacia la democracia. Juan Eslava Galán, es una referencia intelectual. No es un cualquiera de las letras y Humanidades:
- Premio Planeta (1987) por En busca del unicornio
- Premio Chianti Ruffino – Antico Fattore 1988 por En busca del unicornio traducida al italiano
- Premio Fernando Lara (1998) por Señorita
- Premio Andalucía de la Crítica (1998) por Señorita
- Premio Ateneo de Sevilla (1994) por El comedido hidalgo
- Premio Primavera de Novela (2015) por Misterioso asesinato en casa de Cervantes
Y continúa, «cuando los comparamos con los políticos que hicieron la Transición nos llevamos la gran sorpresa de que aquella era gente que leía, no todos, pero eran gente leída, que tenían otro nivel cultural. Estos no tienen cultura ninguna», zanjó el escritor.
Estima que hay «excepciones» a esa norma pero, cree que los políticos españoles «usan la cultura para hacerse una foto».
«Son gente de cortas miras y siempre ven a cuatro años vista, nunca a veinte años», continúa en su valoración sobre la clase política este jiennense (Arjona, 1948) autor de «ensayos novelados o novelas ensayadas» como denomina a algunas de sus obras.
«Por eso también la educación es una mierda. La educación en España es lo que más tenían que cuidar y no lo cuidan en absoluto», agrega Eslava Galán, que se despacha contra los políticos que, «si no estuvieran en la poltrona no tendrían trabajo».
«Por ejemplo, los tres últimos candidatos del Partido Socialista, ninguno ha tenido un trabajo nunca, han vivido siempre de la política, siempre. Si tuvieran que ganarse la vida fuera de la política qué iban a hacer, nada».
En otro órden de cosas, afirma categórico para EFE, respecto al problema de la inmigración proveniente del Norte de África, «a personas que no admiten la Declaración de Derechos Humanos, que tienen ideologías contrarias a esa declaración no se les debía admitir en Europa. Hemos cometido la torpeza de admitir a un montón de musulmanes que solo nos han dado problemas».
Y tiene claro que «deberían modificarse las leyes: si tú no respetas los derechos humanos yo tampoco voy a respetar tus derechos humanos y, teniendo en cuenta el entramado familiar que suelen tener los musulmanes, no sería malo advertir que cuando uno se inmola en nombre de Alá o lo que sea pues se puede expulsar a la familia, se pueden tomar represalias sobre la familia».
«Eso daría una información porque los que ven a sus primos inmolarse, dirían oye, que yo soy una persona decente, estoy aquí trabajando como cualquier europeo y admito las cosas, no me vayas a expulsar a mi país de origen por el tipo este, por mi primo… Se acabaría todo si se hiciera eso», considera.
En resumen: «Ya sé que esto es muy grueso lo que estoy diciendo, pero mientras nosotros con las leyes europeas estamos jugando al ajedrez, ellos están jugando a las damas y nos comen las fichas». Y esto lo fomentan, permiten e impulsan con ayudas económicas a la inmigración de personas traficadas desde los países del Magreb, los políticos mal autodenominados progresistas, por su odio visceral a todo lo que signifique cultura española y principios occidentales como sus raices cristianas.
Triste retrato de una época, sin duda.