Cuentan las crónicas de lo realmente existido que con el malvado pelirrojo don Pedro de Alvarado, lugarteniente de Hernán Cortés, se usó el arte antiguo del promoveatur ut amoveatur; uno puede asociar esta elección con el famoso principio de Pedro, según el cual «cada miembro de una jerarquía tiende a ser promovido hasta que alcanza su propio nivel de incompetencia, donde se detiene»; el principio de Peter, sin embargo, se refiere a la dinámica organizativa determinada por la actitud hacia las promociones meritocráticas; la consecuencia de este principio es que, «con el tiempo, cada papel en el organigrama tiende a ser ocupado por un incompetente “, lo que expresaría un límite y defecto de meritocracia en las organizaciones; y nombrólo, a don Pedro, «Adelantado del Reyno de Guatemala» para que dejara de estar fastidiando a sus colegas conquistadores de México, que lo odiaban, siempre a don Pedro, y fuera a hacer de las suyas al sur, lo más lejos posible de la antigua Tenochtitlán; pues este extremo extremeño (don Pedro), cuyos pensamientos y acciones eran más enredados que la sintaxis de este párrafo, arrasó con los reinos de los k’ichés y los kak’chiqueles, quemó vivos a sus reyes, fundó un reino de terror y finalmente se largó a descubrir las Islas de las Especias, con tan mala pata, don Pedro, que, camino del puerto, en territorio de Chiapas, la pata del caballo en el que iba resbalóse hacia un barranco goloso que lo esperaba con las fauces abiertas, y allí dejó cuerpo y alma, no sin antes consignar a los letrados y escribanos que redactaban la historia de esas gestas, una respuesta de telenovela. Ya estirando la mencionada pata, Alvarado contestó a quien le preguntaba si algo le dolía después de que se había desbarrancado y despanzurrado con todo y caballo: “Me duele el alma”. Y con tan infeliz frase final pasó a los libros de sueños, que otros llaman libros de historia.
Hay que aclarar que el Adelantado del Reino tuvo dos formas principales históricas, el «adelantado mayor», apoderado por rey o reina, y el «adelantado mayor de cortes» ,apoderado por estas. A partir de la conquista de América y tras la evolución de las Leyes de Indias que desembocaron en las Leyes Nuevas de Carlos I, la antigua figura del adelantado mayor, con raíces en la alta nobleza, fue frecuentemente asumida por la baja nobleza o las oficialidades basadas en la experiencia de carrera militar. Quedó subrogada y enteramente regulada por estas «Nuevas leyes» desde 1542.
No hay quien ignore la frase final de César, pues se presta a más de una interpretación. El más relatado, novelado, teatralizado y filmado asesinato de la historia ve a Julio César apuñalado por sus más cercanos enemigos, un momento antes, sus más cercanos amigos, que tales son allegados de los poderosos. Todos sabemos que reconoció a Marco Bruto entre sus asesinos, y más que el dolor de las puñaladas y las ansias de la muerte, lo ganó el estupor: “¿También tú, oh Bruto?”. Frase que en lengua española puede usarse en tantas ocasiones, pues brutos abundan por todas partes y a cada rato, y ejercen con precisión sus talentos, por lo que casi cada día el hispanohablante puede repetir la aristocrática frase del emperador romano aun en los andenes plebeyos del metro o del autobús.
Y quién no sabe la cínica respuesta del amigo Caín, hijo de Adán y Eva, y, por tanto tío de la mayor parte de la humanidad, si es verdad que todos somos hijos de Eva, ¿porqué no se dice “hijos de Adán”?, y que todos perdimos al tío Abel gracias a la naturaleza profundamente humana de Caín, quien no tuvo empacho en darle a su hermano un golpe de estricto bruto, pues se relata que le estrelló en la cabeza una quijada de burro, ¿no habría palos a su alrededor?, y con eso lo mandó a los brazos del Creador, quien hacía no mucho tiempo había expulsado a todos del Paraíso. Menuda sorpresa la del Señor de esa Arcadia cuando vio llegar al joven hijo de los desterrados. ¿Tan luego de regreso? Y entonces le preguntó a Caín: ¿Dónde está tu hermano? Y el otro, quizá el primer cínico de la historia (uno se lo imagina chupándose los dientes): “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. Hombre, menos mal que no lo era.
El asesinato de Abel por parte de Caín representa la posibilidad que tiene todo ser humano de rechazar su propia vocación originaria, aquello que le permitiría un desarrollo más pleno: la fraternidad. Negar esta realidad constitutiva al sujeto humano, conlleva al rechazo de toda relación positiva y humanizadora que podamos construir con los demás, como es la responsabilidad ética de cuidar y proteger a la vida del otro, o asumir la causa de las víctimas más allá de toda ideología o visión partidista, visión de la que se carece en España con las victimas de ETA en relación con el Movimiento Nacionalista Vasco, representado por ETA y su entorno, e incluso una visión de sociedad donde no exista la exclusión y la discriminación en ningún ámbito. Y así pasó a la historia Caín, con todo y frase.
Todo un tratado de psicoanálisis podría escribirse sobre la frase que se atribuye a Groucho Marx, quien al ser invitado a formar parte de un prestigioso club, respondió “Nunca me inscribiría en un club que me contara entre sus miembros”. Bien pensado, la declaración, a parte de crear una estupenda paradoja, asume que una parte de la personalidad de Groucho se considera tan superior a sí mismo, que no aceptaría compartir con esa otra parte escondida, que solo él conocía, ni siquiera el diván de un club social. En esa frase hay un tratado sobre el inconsciente que nadie va a escribir. Pero todos podríamos decir lo mismo: una parte de nosotros mismo alberga tales indecencias que, si las sacáramos a la superficie, no nos aguantaríamos.
Y todas estas divagaciones vienen a cuenta por la última de las frases famosas destinadas a pasar a la historia. Dejemos, otra vez, a Julio César con su alea jacta est; olvidemos a Churchill con su “sangre, sudor y lágrimas”; olvidemos a Kennedy con “No preguntes qué puede hacer tu país por ti; pregunta qué puedes hacer tú por tu país”; olvidemos a Carlitos Marx con aquello de que “de cada quien según sus posibilidades; a cada quien según sus necesidades”; y olvidemos el “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Frases excesivamente largas. La más eficaz, la única, la original frase histórica es la pronunciada por Greta Thunberg, activista medioambiental sueca, centrada en los riesgos planteados por el calentamiento global. para calificar las promesas de los políticos: “Bla, bla, bla”. Podemos apostarlo: pasará a la historia.