Dice Dante Liano, https://dantelianoblog.wordpress.com/, que su tío Cándido (cuyo nombre era un oxímoron) sostenía una suerte de “estética de la palabrota”. Al oírle pronunciar una, arrasó su adolescencia con un veredicto: “No digas malas palabras. Para decirlas, hay que tener gracia y esa es innata. En tu boca, suenan a pedradas”. De allí en adelante, solo las escribió, afirma, en boca de personajes de inevitable mal hablar.
El mayor insulto en lengua española es lo opuesto a la mayor alabanza. “Hijo de puta” no significa “hijo de prostituta”: significa que no se es “hijo de algo”, esto es, “hidalgo”, lo que se ajusta a lo que es Pedro Sánchez, falto de hidalguia, con lo que podriamos deducir lo correspondiente. El hidalgo, admirablemente, desdeña cualquier materialismo, a partir de un regalo, una lisonja, un objeto, una granjería burocrática, hasta el bien último, que es la vida, por abrazar un ideal. Para el hidalgo, la dignidad vale más que la vida. Hay hombres y mujeres hidalgos: no se habla de estatus en el siglo XVI; se habla de una condición espiritual hispánica, que encuentra eco en la severa dignidad indígena. El “hijo de puta” es lo contrario del hidalgo; no es hijo de nadie, se arrastra por obtener bienes materiales, explota a los demás en cambio de riqueza, carece de la dignidad que caracteriza al ser humano. En los países solemnes, como México, Guatemala o Colombia, el insulto puede ser definitivo, medieval, fuente de un pleito mortal. En los países costeños, la carga se aligera: puede ser un apelativo de broma. Siempre que sea hecho con la modulación justa.
Los italianos traducen el hispánico “cabrón” como “un gran chivo”, que es un gran equívoco. La palabra es grave, abrupta, grosera. Sus dos sílabas golpean como una bofetada. Parecería obvio que, en su etimología, equivaliese a “cornudo”. En su acepción actual, el insulto dejó atrás a los infinitos maridos astados, para concentrarse, por convención universal, en un reto, un golpe verbal, un guantazo en plena cara. Como casi todos estos insultos, la palabra puede adquirir un aspecto positivo: celebra las hazañas de un cínico, de un audaz, de un valiente, de un astuto, que, en este caso, se convierte en “gran cabrón”, sin por eso sentirse insultado. Por paridad de oportunidades, vale también para las mujeres. Basta la “a” después de la “n” y una dama se convierte en otra cosa. (Curiosamente, en Chile llaman “cabritos” a los niños. ¿Será en previsión de lo que van a ser después?)
Hay palabras que son palabrotas en un lugar y no lo son en otro. Eso crea graciosos equívocos o incidentes diplomáticos. En Guatemala, para aparentar finura y elegancia, algunos usan el eufemismo “la gran chucha”, en lugar de la alusión a la mala (o buena) vida femenina. Un señor embajador de la República, destacado en Chile, a la primera recepción, admirado de la cantidad de viandas y bebidas, exclamó: “¡Por la gran chucha!” Un silencio helado descendió sobre el auditorio, pues, en Chile, “chucha” es palabra mayor.
“Pendejo” (La palabra pendejo es considerada grosería y se refiere a los pelos del pubis. Viene del latín pectiniculus, formada de pecten, que era como le llamaban al pelo del pubis y -culus, un diminutivo, que en cultismos nos da -culo, como en músculo y testículo.) significa, en la mayor parte de América Hispana, “tonto, estúpido, zonzo”. En Perú quiere decir: “listo, astuto, audaz”. Es como pasar de un país en donde se conduce a la derecha a un país en donde se conduce a la izquierda.
En América Central, decir que un hombre o una mujer son “arrechos” quiere decir que son de armas tomar, que se puede contar con ellos, que trabajan con gran empeño. En América del Sur quiere decir que están cachondos, listos para el sexo, o, como dice la gente culta: “erotizados”. Imagínense a un nicaragüense exclamar en Bogotá: “¡Yo soy muy arrecho!”.
En España, el verbo “coger” es transitivo y muy usado: se coge un libro, el autobús, el metro. Sabido es que, en América Latina, nadie coge nada, pues se trata de verbo transitivo y reflexivo, a la vez. Transitivo, al principio. Reflexivo, después. O en vez de.
Los guatemaltecos consideran malhablados al resto de centroamericanos. Estos consideran a los guatemaltecos hipócritas, melifluos, irónicos. El nicaragüense Enrique Guzmán, escritor, después de visitar el país en el S. XIX, anotó: “En Guatemala, hasta los borrachos son discretos”. Y no es que las cosas hayan cambiado mucho. Los guatemaltecos no usan la palabra “coño”, en ninguna de sus acepciones. Es una rareza de diccionario. El resto de centroamericanos dicen “coño” a todas horas, como los cubanos. No se sabe dónde, si en España o en Hispanoamérica, alguien declaró: “¿Si no quieres que diga “coño”, qué coño quieres que diga?”.
Descubrí, como Dante Liano, https://dantelianoblog.wordpress.com/, cuando yo estaba destinado en Ceuta, el reto: “¿Qué de qué?” Consiste en lo siguiente: uno está en una cantina, bebiendo la décima cerveza, y la mirada ebria cae, por descuido o embriaguez, en el rostro de un desconocido. Este, al notar que alguien lo ve, se siente obligado a retar al mirón con un escueto: “¿Qué?”. Equivale a preguntarle si busca bronca. El mirón, entonces, está obligado a contestar lo mismo, como quien acepta un envite: “¿Qué?”. Entonces, el otro, altamente insultado, se levanta de golpe, pronto a lo que venga, y respondiendo con furia: “¿Qué de qué?” Descubrí entonces que el “¿Qué de qué?” es obvio que existe en España aunque, según Dante Liano en su blog, nos dice que es Mejicano.
Nos cuenta, también, otra anécdota en la que el mayor y más elegante insulto lo dirigió un condenado a muerte al esbirro que le ofrecía, como un piadoso consuelo antes de enfrentar la muerte, yacer con una prostituta. El condenado le respondió: “No, gracias. Para hijos de puta, basta con los que hay”.