Dice el sumo poeta Dante Alighieri, leo en el blog de Dante Liano, que no hay cosa peor que acordarse de los tiempos felices en la desgracia. Hay algo peor, y eso peor es ostentar la riqueza, el bienestar y la felicidad delante de los que están pasando penas, hambre y carestía.
Robert Shiller, continúa en el blog, en algunas páginas de su libro sobre Narrativas económicas, hace una interesante reflexión sobre este tema. Según Shiller, un estilo de vida modesto y frugal encuentra sus raíces en la Antigüedad. En Grecia y Roma, en China y Japón, existen narraciones muy antiguas que exaltan, incluso dentro de las normas religiosas, una conducta humilde y espartana.
En épocas más recientes se ha puesto de moda el conspicuous consumption, el “consumo vistoso”, según el cual para obtener éxito en la vida hay que exhibir la riqueza como signo del poder material obtenido. He leído que el futbolista Cristiano Ronaldo posee 6 automóviles de superlujo, según informa el diario británico The Sun, el delantero de la Juventus es uno de los 10 compradores del próximo Bugatti Centodieci, el nuevo superdeportivo estrella de la marca tasado en unos 9,5 millones de euros, que no sabemos cuándo tendrá el tiempo de conducir. Quizá uno para cada día de la semana, menos el domingo, cuando juega (Cristiano Ronaldo, no dudó en hacerse con uno de estos bólidos). Otro colega suyo, el jugador Brozovic, fue a despedazar un Maseratti contra un árbol, luego de una noche de juerga en Milán. Se habrá comprado uno nuevo al día siguiente.
En los Estados Unidos, la modestia en la exhibición de la propia riqueza se impuso durante los años 30 del s. XX, a causa de la Gran Depresión. Shiller llama a ese fenómeno “la nueva modestia”, nacida de la sensibilidad por la gente que sufría, sin ninguna culpa, a causa de haber perdido el trabajo. Miles de familias se encontraron, de la noche a la mañana, sin un techo, porque la desocupación los había dejado sin el dinero para pagar la hipoteca. Miles de personas tuvieron que salir a la calle a pedir limosna. Mientras otras, más ingeniosas, se inventaron la llamada “economía de la manzana”. Ponían una mesita en la acera y se ponían a vender manzanas, seguros que los otros, por compasión, algo les comprarían, en una manera indirecta de caridad. Los que todavía conservaban el empleo procuraban no derrochar lo que tenían. Dejaban para después la compra de un automóvil nuevo, o, en general, de objetos considerados no estrictamente indispensables.
A propósito de mendigos, Shiller anota que lo mismo ocurrió en Alemania, pocos años antes de que Hitler ascendiera al poder. Sin ironía, Shiller anota que “después de su elección, en 1933, Hitler enfrentó el problema internando a los mendigos y a los homeless alemanes en campos de concentración”.
Los periódicos recibían una cantidad considerable de cartas de lectores que contaban historias desgarradoras de cómo habían precipitado en la pobreza después de vivir una existencia acomodada. Los lectores de esas cartas, al contrario de lo que sucede entre los dirigentes de la España democrática, se quedaban impresionados y procuraban no demostrar, ante los demás, consumos excesivos, actitud considerada como una grosería delante de los que estaban sufriendo la carestía. Esa preocupación por los demás unía a una gran masa de ciudadanos con los líderes de la nación y con los economistas que buscaban una salida. En otras palabras, se estaba creando un espíritu nacional de solidaridad. La Gran Depresión se convirtió, en los Estados Unidos de Norteamérica, en un período de reflexión sobre las cosas importantes de la vida, más allá de las riquezas puramente materiales. Se creó, además, una especie de pudor, por el que la ostentación de la riqueza equivalía a la vulgaridad; vulgaridad que no termina de ser signo de identidad de nuestro presidente del gobierno y sus adláteres.
Ese pudor se extendió a Hollywood, en donde los actores salían en la pantalla sin joyas y vestidos sobriamente, para no herir la susceptibilidad de los espectadores caídos en la pobreza. Una anécdota muy interesante se refiere a los pantalones vaqueros. En 1934, la Levi Strauss Company creó los primeros blue jeans para mujeres, que llamó Lady Levi’s. En 1936, Levi Strauss colocó, en la parte posterior del bolsillo trasero de sus jeans el primer logo puesto sobre un traje de vestir. También por primera vez, la revista Vogue publicó, en su portada, la foto de una modelo que vestía blue jeans. Nació allí la moda de usar pantalones vaqueros, para demostrar una cierta humildad en el vestido. Es más, la historia se repite, cíclicamente, algunas mujeres dañaron y descosieron sus jeans, a propósito, para seguir la moda de la pobreza.