La incorporación e integración de la mujer en los ejércitos de los diversos países es un proceso complejo, peculiar y dilatado en el tiempo. No basta con remover cualesquiera prohibiciones o restricciones legales existentes para poder afirmar que las mujeres acceden a la profesión militar en condiciones de igualdad, sino que es necesario, generalmente, avanzar un paso más. Es el mismo paso que se ha dado en otros ámbitos, el de la igualdad formal a la igualdad material; y dicho avance es asimismo predicable de las fuerzas armadas en tanto en cuanto éstas no son instituciones totalmente herméticas y ajenas a la realidad social que las envuelve. Tal vez, y en determinados contextos histórico-políticos, hayan podido ser menos permeables a ciertos fenómenos que implicasen cambios bruscos en su idiosincrasia interna. Pero como se desprende de un análisis global de tendencias, las fuerzas armadas caminan en la misma dirección que las sociedades a las que sirven y de cuyos ciudadanos, conviene recordarlo, se nutren,.
Por tanto, si las demandas sociales giran en torno a una mayor igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, no es posible pensar en las fuerzas armadas como instituciones petrificadas, inanes y completamente ajenas a ese cambio de lo que podriamos llamar «mentalidad social». Y ello por varios motivos, el primero de ellos, por la extensión, lenta pero constante, de los derechos de la mujer, extensión que obliga a las instituciones, por reacias al cambio que éstas puedan ser, permitir que las mujeres desempeñen un papel activo en el seno de las mismas. No es posible, por tanto, pensar en una situación de descompás, en la que una sociedad en la que se extienden los derechos de las mujeres tiene que cargar con el lastre de unas fuerzas armadas que van en sentido contrario.
En segundo lugar, y en íntima relación con la primera razón aludida, cabe hacer referencia a la noción de legitimidad social. Y es que las fuerzas armadas de los países democráticos fundamentan buena parte de su prestigio y aceptación en tanto en cuanto se adhieren a posiciones que sus sociedades les demandan, y trabajan para ellas: seguridad, paz y, también en este caso, igualdad. De ocurrir que las fuerzas armadas fuesen en un sentido opuesto a la de sus sociedades, podrían incurrir en tal falta de legitimidad que cabría el riesgo de que tuvieran lugar graves consecuencias, entre ellas, la generación de desconfianza y desaprobación hacia la propia institución armada.
No obstante lo dicho, no es posible pensar que los cambios que aún son necesarios para hablar de igualdad efectiva en el seno de los ejércitos europeos y americanos van a tener lugar de un día para otro. El proceso de adaptación requiere de, entre otros esfuerzos, un aprendizaje por parte de las instituciones, a veces basado en el método ensayo-error. No puede dejarse a un lado que aún quedan polémicas por pacificar y posiciones que homogeneizar, incluso en el seno de organizaciones tendentes a estandarizar como la OTAN. En último lugar, aunque no por ello menos importante,, es asímismo crucial la labor de integración que pueden y deben realizar los propios miembros de las fuerzas armadas, para lo cual no basta una mera posición de tolerancia o indiferencia hacia las mujeres que acceden a las mismas, sino que es altamente necesario y muy recomendable que todos , hombres y mujeres, trabajen por y para la integración real. Del último soldado al más condecorado general.
Expuestas estas consideraciones, no resta sino concluir con la esperanza de que el fenómeno de la incorporación e integración de la mujer en los ejércitos siga el camino que un día emprendieron diferentes mujeres, de diferentes países y en distintos momentos de la historia, persiguiendo quién sabe si un sueño, una meta, una ambición o, cuando menos, una aspiración, que no fue otra que la igualdad.