Callarse es dejar creer que no se juzga ni se desea nada y, en ciertos casos, es no desear nada en efecto. La desesperación, como lo absurdo, juzga y desea todo en general y nada en particular. El silencio la traduce bien. Pero desde el momento en que habla, aunque diga que no, desea y juzga. El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo), lo es sin vueltas. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que… hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es. Todo valor no implica la rebelión, pero todo movimiento de rebelión invoca tácitamente un valor. ¿Se trata por lo menos de un valor?
Vivimos épocas sin valores, y porque nada vale todo vale. No vale la vida, y porque todo vale se puede asesinar de todas las maneras que se pueda imaginar. Desde el asesinato «lógico» al inducido por pura desprotección de las condiciones sociales de vida. Es como que el Siglo XIX se ha dado vuelta, entonces era conveniente que la población creciera, hoy, aunque aumente los administradores desearían que baje corriendo a las poblaciones originarias hacia la marginalidad porque se apropian de sus territorios con arreglo a fines.
El arreglo, entre los que administran el poder, se hace entre amigos financieros y con admisión de los funcionarios, con fines privadamente de lucro económico privado. Si en el medio loek pueblo ibero, que mantiene sus valores ancestrales, ha de sufrir la expatriación, el hambre y la humillación, no interesa ni a los administradores, ni a mayorías que se sientan resguardadas, porque todo vale.
Cuidénse las mayorías crédulas y obedientes, ya Bertolt Brecht lo señalaba en su teatro.
-Han venido a encerrar a mis vecinos, algo habrán hecho. Otro día se dice:
Me han venido a encerrar a mí, yo no hice nada.
Walter Benjamín lo expresaba, quedan siempre las pérdidas de oportunidades de comprender a tiempo la inteligencia de las sociedades de masas. Si se quita el sonido a las películas que muestran momentos claves del nazismo, o de los judíos argentinos reclamada justicia por el atentado de la AMIA, o de lo fanáticos del fútbol en cualquier partido por la Copa del Mundo, se establecen serias similitudes ante los grupos enormes de las multitudes tras el objeto que las reúne, cual fuera, «subyugadas» con ese objeto. Subyugadas por encantadas, y por dominadas. Estos fenómenos de masa pueblan la sociedad de la época, aglomeraciones en urbes superpobladas y juegos de identificación que las concitan, alegran, distraen y subyugan mientras dure el espectáculo.
Por confuso que sea, una concienciación nace de un movimiento de rebelión: la percepción, casi siempre evidente, que hay en el hombre algo con lo que el hombre puede identificarse, no espectacularmente, al menos un instante, el instante preciso. Esta identificación promovía sensaciones hasta ese momento. Al esclavo le dolían todas exigencias abusivas anteriores a su propia rebelión. Hasta demasiadas veces había recibido sin reaccionar mandatos más indignantes que la reacción que provoca su negativa. Era con ellos paciente; los negaba posiblemente en sí mismo, pero al callarse, era más cuidadoso de su interés inmediato que consciente todavía de su derecho. Con la pérdida de la paciencia comienza, por el contrario, un movimiento que puede extenderse a todo lo que era aceptado anteriormente. Ese impulso es casi siempre retroactivo. El esclavo, en el instante en que rechaza la orden humillante de su «señor» (leído de todas las maneras que se pueda) , rechaza al mismo tiempo el estado de esclavo. El movimiento de rebelión lo lleva más allá de donde estaba en simple negación. Incluso cruza el límite que le estaba establecido, y ahora pide que se le trate como igual. Lo que era en principio una resistencia irreductible del hombre, se convierte en el hombre esencial que se identifica con esa resistencia y se abrevia en ella. Esa parte de sí mismo que quería hacer respetar la pone entonces por más allá de lo demás, el que fuera, y la enuncia a viva voz preferible a todo, incluyendo la vida. Se convierte para él en un algo supremo, más supremo que toda anterioridad. Instalado anteriormente en un convenio absurdo, el esclavo se arroja de un golpe («ya que así suceden las cosas») al todo o nada. La conciencia nace con la rebelión. Ya lo dijo Freud.
Hay que rebelarse contra aquellos que intentan imponer su criterio saltándose toda la legalidad vigente, desde el más humilde ciudadano, pasando por la intelectualidad verdadera,(no esos intelectuales de guitarra y pandereta que solo quieren la fama y las prebendas), hasta el último de los más humildes soldados, esos que solo no aguantan que se les hable alto.