La factura invisible

Algunas personas consideran que los actores llevan vidas fáciles (¿existe tal cosa?). Contemplan portadas donde aparece una minoría, ataviada con telas y joyas lujosas, y extrapolan esa circunstancia a toda la profesión, muestran envidia hacia ellos y piensan que no se ha pagado un precio.

En España el 8% de los actores se gana la vida con esa profesión. La mayoría encuentra un papel cada varios años, lo que viven a diario es una creciente paranoia: “¿por qué no me llaman? ¿Debería rendirme y retirarme? ¿Tal vez cambiar de agente o sólo operarme la nariz? ¿Con cuánta frecuencia debo teñirme para reinventarme? ¿Hubiese conseguido ese papel para una escena de violación si en la prueba mis gritos hubiesen alcanzado más decibelios?”. En el caso de las mujeres, añadimos a la sucesión de preguntas obsesivas: “¿debería volver a intentar acostarme con el productor? ¿De qué nuevas formas puedo aniquilar mi salud física y mental para perder cinco kilos más sin llegar a desmayarme?”.

En el mundo de la interpretación existe una crónica competición salvaje, que suele sacar lo más rastrero y vil de la naturaleza humana. Si el mundo laboral en su totalidad es inestable, el de la interpretación ocupa el primer puesto. A causa de un público caprichoso, y de estar la profesión basada en la imagen y la reacción emocional, se trata de uno de los sectores más caóticos, irracionales y veloces, protagonizado por la convivencia continua del narcisismo y la inseguridad enfermiza. Los actores viven consumidos por la envidia hacia sus compañeros-rivales, la paranoia, la desesperación, y la búsqueda de la adictiva atención que alimente su ego.

A diferencia del resto de profesiones (carpintero, ingeniero), cada papel que un actor interpreta puede ser el último. Es siempre una posibilidad que en los próximos treinta años de vida laboral no vuelvan a recibir una sola oportunidad. Las situaciones extremas en la farándula son lo cotidiano: un día todos te reclaman, al siguiente todos te ignoran. Una parte de la crítica te corona como a una divinidad, y simultáneamente otra trata de enterrarte.

Se trata de un sector en el que mensualmente se generan y pierden millones. El actor sólo es un peón para mantener la máquina funcionando, y le rodean decenas de personas (que no aparecen en las portadas porque su imagen no genera dinero) inmensamente poderosas, dispuestas a matar al actor en vida para que la vaca sea lo más lechera posible.

¿Quién puede mantener la cordura en tal jungla? Ello es uno de los motivos por el que las drogas son omnipresentes. Es difícil no caer en ellas cuando a todo lo expuesto anteriormente, se suma que para intentar reducir gastos, se graba 14-16 horas al día, y se espera que en cada toma el actor sea un derroche de energía y emoción. Si él sólo está dispuesto a forzarse hasta el límite de lo natural y no tomar drogas, sabe que cualquiera de los miles que están intentando pisarle o sabotear su carrera, sí están dispuestos a drogarse.

En un ambiente de competición destructiva y dirigentes omnipotentes, el abuso es ubicuo: si el actor denuncia acoso sexual o violación de derechos laborales, entrará en la lista negra y su puesto será ocupado por cualquiera dispuesto a ser explotado, incluso violado, manteniendo la boca cosida excepto para sonreír.

No importa lo estresante que sea la carrera profesional de un trabajador, normalmente duerme en la misma cama, y usa la misma cocina y baño. Los pocos actores que disfrutan del lujo de ganarse la vida con ese trabajo, viven en el caos horario, que provoca problemas crónicos de sueño, intestinales, y mentales. La existencia nómada, el vivir en caravanas, hoteles y aviones, cobra también un alto precio a la vida personal: es difícil cultivar relaciones con la familia, amigos o la pareja si la persona siempre falta, y cuando para variar está presente, sólo es en lo físico. Una existencia fría y desarraigada es la del intérprete.

Una parte del 8% de los actores que puede dedicarse por completo a su interpretación, tiene la fortuna de contar con acosadores profesionales con cámara (“fotógrafos”) a la puerta de su casa 24 horas al día 365 días al año. Ante la apertura de la puerta principal de la casa, comienza una persecución sin límites, ni de tiempo ni de riesgo; los asediadores están dispuestos a pasar 16 horas consecutivas a punto de causar un accidente de tráfico, para tratar de capturar en sus cámaras una parte íntima del cuerpo del actor, o para agredirles verbalmente, y que la reacción fotografiada o grabada sea cobrada por las agencias de noticias por una suma importante. Otros acosadores/fotógrafos esperan en manada a una actriz a la salida de un club a las dos de la madrugada, y la persiguen hasta la puerta de su casa. Pero ello no es denunciado como “violencia machista” o “acoso sexual”, únicamente porque los susodichos portan cámaras y son asalariados de un medio de comunicación.

Los fotógrafos profesionales no son los únicos hostigadores: una plétora de anónimos enloquecidos trata a diario de robar el alma de los actores, les fotografían o graban sin permiso como a los animales en el circo. Con frecuencia, esa masa les trata con familiaridad, actitud invasiva, y exigiendo con agresividad su atención: estiman que haber desembolsado dinero para contemplar su imagen en movimiento en una pantalla, les otorga ese derecho.                                                                                                                                        

Algunas personas ignorantes consideran que los actores llevan vidas paradisíacas. Pocas veces los cimientos de una casa tienen algo en común con la fachada.

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