El Nacionalismo Español en el siglo XX

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EL NACIONALISMO ESPAÑOL EN EL SIGLO XX

SPANISH NATIONALISM IN XX CENTURY

 

Enrique Area Sacristán

Doctor por la Universidad de Salamanca. Comandante de Infantería. Escuela de Guerra del Ejército de Tierra. Departamento de Estrategia y Organización

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RESUMEN:

La definición de España[1]
Hoy día el nacionalismo vasco, catalán y gallego[2], no aceptan el concepto primario de nación española y de pueblo español, concepto que está en la Constitución y que, muy probablemente, es compartido con más o menos entusiasmo por la mayoría de la población del estado español. Tampoco acepta siquiera el concepto de “España, nación de naciones”, ni aun en la más ambigua de sus acepciones (en el sentido de una nación política que alberga a varias naciones culturales). Al nacionalismo vasco, en concreto,  no le van las distinciones sutiles sobre el sentido primario o secundario del término naciones del que suele hablar, entre otros, Requejo, sino que se atiene a la vieja distinción entre naciones y estados, que asigna a aquellas la pertenencia intrínseca al orden natural de las cosas (en último término guiado por la providencia divina) mientras que los estados son construcciones meramente artificiales y arbitrarias. De modo que todas las corrientes del nacionalismo vasco coinciden en la idea de que España no es una nación (una comunidad natural), sino tan solo un estado (y una comunidad artificial). Todas ellas coinciden asimismo, en la idea de que Euskal Herria (o Cataluña y Galicia) sí lo son, por el contrario, en la medida en que tienen todos los atributos de las comunidades naturales.  
No obstante, esa definición negativa de España (que no es una nación) está en flagrante contraposición con la que reconoce y acepta que España sea una nación, definición que está presente además en Sabino Arana (De la Granja 2001).[3] Me refiero a la idea que ha venido sosteniendo el nacionalismo vasco a lo largo del siglo pasado de que España es la cuarta nación de la península ibérica (sin Portugal), esto es, la resultante de la operación de quitar a aquella los territorios de las nacionalidades vasca, catalana y gallega. Esta concepción aparece nítidamente en los escritos de Manuel de Irujo (1945) sobre la comunidad ibérica de naciones.[4]
En mi opinión, ambas definiciones son francamente insatisfactorias. Se sustentan en definiciones de época, decimonónicas, cuyas insuficiencias (una concepción objetivista, la arbitraria asignación de un carácter natural a las naciones y de un carácter artificial a los estados, un exceso de primordialismo) ha enunciado con acierto y desde diferentes perspectivas la revisión crítica de los nacionalismos llevada a cabo en las últimas décadas. La idea de la “cuarta nación” no se ajusta a la realidad, pues también está presente en gran medida en las otras tres. Y otro tanto puede decirse de la negación de la nación española.           
Requejo (1999) ha señalado que en España no existe ni una sola ni 17 naciones y que España no es solo un estado sino que tiene también un componente nacional. Pero añado, por mi parte, que es menester tirar algo más de ese último hilo si se quiere llegar a una definición cabal de España. Creo que la definición de España debe abarcar por lo menos tres aspectos fundamentales:

a) es un ámbito territorial en el que se han desarrollado lazos comunes de muy diversos tipo (familiares, lingüísticos, culturales, económico-sociales, políticos, de costumbres y tradiciones, etc.) que han operado en el largo tiempo;

b) es una comunidad política, producto de esa experiencia histórica común de larga duración y de un fenómeno de integración de tipo nacional;

c) es un sentido de pertenencia nacional, un sentimiento afectivo de identificación nacional probablemente mayoritaria fuera de Cataluña, el País Vasco y Galicia, pero que también está muy presente aunque con menor intensidad en el interior de estas otras naciones[5]. De manera que en ese triple sentido, España y lo español son un elemento consustancial de la propia definición de las nacionalidades históricas.[6]

Se antoja un imposible que pueda cuajar un federalismo multinacional en el estado español si el nacionalismo vasco no revisa y corrige su definición de España. Pero lo mismo podríamos decir, cambiando el sujeto de la frase, acerca de la definición predominante de España que tienen la mayoría de los españoles. También adolece de las mismas insuficiencias teóricas y de similares desajustes respecto a la realidad.

En este artículo, vamos a analizar el nacionalismo español del siglo XX desde la época de Primo de Rivera.

 

PALABRAS CLAVES: Nacionalismos, autodeterminación, pluralismo cultural, independencia, autodeterminación

 

ABSTRACT:

Definition of Spain

Nowadays, the Basque, Catalan, and Galician nationalisms do not accept the primary concepts of Spanish nation and Spanish people, concepts that are included in the Spanish Constitution and that are shared, most likely, and with more or less enthusiasm, by most of the Spanish State's population. They do not even accept the concept of "Spain, a nation of nations", even in the most ambiguous of their meanings (in the sense of a political nation that holds several cultural nations). In particular, the Basque nationalism is not into the subtle distinctions about the primary or secondary meanings of the term “nations”, that are usually employed, among others, by Requejo, but it sticks to the old distinction between nations and states, that assigns them the intrinsic belonging to the natural order of things (ultimately, guided by the Divine Providence), while the states are purely artificial and arbitrary constructions. So all tendencies of Basque nationalism agree on the idea that Spain is not a nation (a natural community), but only a state (an artificial community). On the other hand, all of them agree on the idea that Euskal Herria (or Catalonia or Galicia) are nations, insofar as they have all the attributes of natural communities.

However, this negative definition of Spain (that is not a nation) is in clear contrast to the one that recognizes and admits Spain as a nation, a definition that is also present in Sabino Arana (De la Granja, 2001). I refer to the idea that has been argued by the Basque nationalism during the last Century, that Spain is the fourth nation in the Iberian Peninsula (excluding Portugal), as the result of removing the territories of the Basque, Catalan, and Galician nationalisms. This conception appears clearly in the writings of Manuel de Irujo (1945) about the Iberian community of nations.

In my opinion, both definitions are frankly unsatisfactory. They are based on old, nineteenth-century definitions, whose shortcomings (an objectivist conception, the arbitrary assignment of a natural character to the nations and an artificial character to the states, an excess of primordialism) have been rightly stated, and from different perspectives, by the critical review of nationalisms carried out in recent decades. The idea of the "fourth nation" does not comply with reality, because it is also present to a great extent in the other three. The same would be applies to the denial of the Spanish nation.

Requejo (1999) pointed out that Spain is not a single or 17 nations, and that Spain is not only a state but also has a national component. As far as I am concerned, I would add that it is necessary to pull a little more that last string, if we want to achieve a comprehensive definition of Spain. I think the definition of Spain should include at least three fundamental aspects:

a) It is a territory where common ties of many different types have been developed (family, linguistic, cultural, economic, social, political, about customs and traditions…), that have operated during a long time;

b) It is a political community, as a result of that long-term common historical experience, and as an integrational phenomenon of national type;

c) It is a sense of national belonging, an affective feeling of national identification, probably majority outside Catalonia, the Basque Country, and Galicia, that is also present (although much less strongly) inside these other nations. So in that triple sense, Spain and the Spanish are an inherent part of the historical nationalities’ definition itself.

It seems impossible that a multinational federalism can be acceptable in the Spanish state if the Basque nationalism does not review and correct its definition of Spain. But the same could be said, changing the subject of the sentence, about the prevailing definition of Spain that most of the Spaniards have. It also suffers from the same theoretical weaknesses and similar imbalances with regard to reality.

In this article, the nineteenth-century Spanish nationalism, since the days of Primo de Rivera, is going to be analyzed.

 

KEY BOARDS: Nationalisms, autodetermination, cultural pluralism, independence, right of self

 

Un breve repaso a la Historía.-

Se ha dicho que el pronunciamiento de Primo de Rivera puede explicarse por la conjunción de tres factores fundamentales, de diversa frecuencia temporal, pero íntimamente relacionados: la crisis estructural del Estado de la Restauración, la crónica presencia de las interferencias militaristas y la parición de un problema coyuntural[7] que corría el riesgo de transformarse en permanente, mientras las responsabilidades por el desastre de Annual habría actuado como precipitante[8]. El hecho incontrovertible de que Primo de Rivera llegase al poder como resultado de una crisis política[9] obliga a evaluar la incidencia de estos y otros factores en el proceso de desligitimación y derrumbe del régimen liberal.

Dice Garcia de Cortazar y Lorenzo Espinosa que casi cuarenta años de historia de cualquier país son más que suficientes para constituir un periodo digno de estudio. Si ese tiempo, además, está monopolizado por un sistema político y una personalidad omnímoda como la de Franco, requiere también la intervención del historiador para dar, no solo una versión aséptica sino sobre todo una explicación satisfactoria a su duración.

Una de las interpretaciones que estamos obligados a abordar respecto al franquismo es, por tanto, la de su inusitada permanencia. Hubiera sido bastante improbable, según estos autores, este mantenimiento sin un consenso generalizado, durante la mayor parte de la larga trayectoria, que la oposición atribuyó siempre a una intensa represión político-social. La creencia en un abrumador anti-franquismo no se compadece con la real tolerancia con que amplias capas de la sociedad española soportaron el rigor de estos cuarenta años. Cabría más bien interpretar los factores de sostenimiento del régimen a través de un amplio apoyo mesocrático, en el que no faltaron numerosos obreros apolíticos, que en el lenguaje de la oposición no pasaban de ser estómagos agradecidos.

La época de Primo de Rivera 

primo-de-riveraEl 13 de septiembre de 1923 el General Primo de Rivera se subleva contra el Gobierno de Madrid presidido por García Prieto[10], en nombre del ejército y para salvar España. El golpe ponía fin al régimen liberal de parlamentarismo de la Restauración. Existen una serie de factores que confluyen creando el clima propicio para el golpe. La cuestión por las responsabilidades de Annual enardeció a la opinión pública, divide a  los políticos acerca de las estrategias a seguir para poner fin al problema de Marruecos y unió al ejército deseoso de resarcirse de la humillación en contra de los políticos. La crisis de los años 20 se manifestó en la presión fiscal lo que llevo a una oleada de huelgas y terrorismo.

Con el golpe de Primo de Rivera llego primero un Directorio Militar , que mediante un Real Decreto el 15 de Septiembre se le daba la Presidencia del Directorio, como único ministro, a Miguel Primo de Rivera. Aunque la Constitución no fue oficialmente anulada, se suprimieron, por la declaración del estado de guerra, los artículos relativos a la libertad de expresión, reunión y asociación. Se disolvieron el Congreso y la parte electiva del Senado. A partir de Enero de 1924, se emprendió la organización administrativa, de reforma de los gobierno civiles. Por decreto los consejos fueron sustituidos por nuevas corporaciones donde los vocales asociados (concejales) y los alcaldes-excepto en municipios de más de 100.000 habitantes serian elegidos por el Gobierno- habrían de ser elegidos por los contribuyentes; la eficacia de las nuevas corporaciones fue enseguida puesto en entredicho, pero el dictador no flaqueo ante las dificultades.

El mayor éxito de Primo de Rivera fue la solución del problema de Marruecos, que facilito la creación en 1925 del Directorio Civil. Desde la instauración del Directorio Primo de Rivera era partidario de la evacuación pacífica del Protectorado, pero esta medida no satisfacía a los Africanistas. Debido a los avances de Abd el-Krim[11] en territorio francés, Primo de Rivera logró un acuerdo con los franceses para realizar una ofensiva conjunta, que culmino con la derrota del Abd el-Krim en 15 días.

El 13 de Diciembre de 1925 se constituía el primer gobierno civil , aunque los puestos de Presidente, Vicepresidente, Gobernación y Guerra, eran ocupados por militares: Primo de Rivera como Presidente, Martínez como Vicepresidente y Gobernación y Juan O´Donnel, Duque de Tetuán, en Guerra. Durante el Directorio Civil la Constitución siguió suspendida. En 1927 se creaba la Asamblea Nacional Consultiva, su estructura representativa se componía de 400 miembros en una única cámara, elegidos unos por sufragio universal entre las Corporaciones y otros por designación directa.

Las máximas de nacionalismo económico, intervencionismo y el miedo a la competencia alcanzaron durante la dictadura su máxima expresión. La designación de Aúnas, Calvo Sotelo y Burin ( Conde de Guadalhorce) en tres ministerios claves, Trabajo, Hacienda y Fomento, mostraban la voluntad de llevar a cabo una modernización económica. La colaboración de los Socialistas, representaba para Primo de Rivera la legitimación del régimen por parte de la clase obrera. La UGT disfrutó de un estado de legalidad, imposible para la CNT, lo que determinó una actitud de oposición de los anarquistas y comunistas. Pero la colaboración no tardaría en abrir una brecha dentro del socialismo. Reacios a la colaboración habían sido, entre otros, Fernando de los  Ríos[12] o Indalecio Prieto[13]; Manuel Llaneza[14] y Largo Caballero[15] habían visto una oportunidad de crecer y ensanchar la base de la organización socialista, mientras que otros, como Besteiros, solo estaban dispuestos a colaborar en determinados puntos. La ruptura definitiva tuvo lugar cuando se constituyo la Asamblea Nacional Consultiva, de la que los Socialistas se negaron a formar parte.

La oposición al Régimen de sectores tales como: un sector del ejército, en el cual la cabeza visible era el Cuerpo de Artillería debido a los conflictos con Primo de Rivera , a consecuencia de una seria de decretos que acaban con la escuela cerrada y el ascenso por elección, que tendría como final la disolución del arma de Artillería; los comunistas y anarquistas; las organizaciones patronales, que se pasaron a la oposición debido a la intensificación del intervencionismo y a la presión fiscal; así como, las desavenencias  entre Alfonso XIII y Primo de Rivera que llevaron a este último enfermo y agotado, en Diciembre de 1929, a abandonar el poder.

El elegido por el rey para sustituir a Primo de Rivera fue Dámaso Berenguer,[16] pero Berenguer tenia poca practica y no estaba preparado para llevar a cabo el cambio. La sublevación de Jaca en Diciembre de 1930, adelanto de los planes conspirativos de la oposición. Las condenas de los conjurados y el fusilamiento de los capitanes Galán[17] y García Hernández[18], solo sirvieron para republicanizar a la opinión pública. Ante esta situación el Almirante Juan Bautista Aznar[19] forma un nuevo gobierno, cuyo programa era las elecciones, la vuelta a la Constitución y la revisión de la autonomía de Cataluña. Las elecciones de abril dieron la victoria en las grandes ciudades a los candidatos republicanos y de izquierdas. La monarquía cayó como la dictadura y se consiguió la proclamación de la II República sin derramamiento de sangre.

Dice González Calleja[20] que, con la perspectiva que proporcionan los tres cuartos de siglo transcurridos desde su liquidación, se podría afirmar que la dictadura de Primo de Rivera ha gozado de una discreta fortuna historiográfica, “emparedada” entre los ensayos parlamentaristas de la Restauración y la Segunda República, cuyas circunstancias de nacimiento, evolución y crisis han centrado gran parte de las discusiones académicas sobre el siglo XX español. Sin embargo, continua este autor, bien como factor precipitante del derrumbamiento del régimen restauracionista, bien como preludio necesario al efímero ensayo democrático republicano o como antecedente más o menos directo del régimen de Franco, la dictadura presidida por el segundo marqués de Estella debiera ocupar un puesto de mayor relevancia en el debate científico sobre ese singular periodo de tres décadas que Carlos Mª Rama definió como “la crisis española del siglo XX”[21]. No en vano para Raymond Carr, la rebelión militar de 1923 representa “el momento crucial de la historia moderna de España, la gran línea divisoria”[22].

.- El auge del pretorianismo en la Europa de entreguerras.

Especialistas de las relaciones cívico-militares en la España contemporánea como Julio Busquets, Gabriel Cardona, Manuel Ballbé o Carolyn Boyd han destacado la creciente actitud pretoriana del Ejército[23], que se puede rastrear desde los aledaños del desastre del 98. Los asaltos a periódicos catalanes en 1905 que condujeron a la Ley de Jurisdicciones, y sobre todo el papel desempeñado por el Ejército en la crisis de 1917, marcaron las etapas de una intromisión creciente en las tareas y atribuciones encomendadas al poder civil. Esa intromisión corporativa en la esfera política, según González Calleja, quedó sancionada con el triunfo episódico de las Juntas de Defensa y con el control autónomo de los resortes del orden público en ciudades como Barcelona.

El ascenso al poder de Primo de Rivera coincidió con una serie de pronunciamientos militares producidos en Europa meridional y oriental durante la década de 1917-1926: Sidonio Pais Gomes da Costa en Portugal (1917 y 1926); pronunciamientos republicanos del Coronel Plastiras[24] (1923) y el General Pangalos[25] (1926) hasta la toma del poder por Metaxas[26] (1936) en Grecia; el autoritarismo “constitucional” del General Averescu[27] en Rumanía con el apoyo del Rey Carol (1920-1922) y el autoritarismo pluralista de Pilsudski[28] y los Coroneles en Polonia (1926-1939), a los que habría que añadir el centralismo autoritario del rey Alejandro en Yugoslavia y la dictadura protofascista del dirigente serbio Milan Stojadinovic (1929-1934), o el golpe militar búlgaro de 1934 y luego la dictadura del rey Boris en 1935. Características comunes a estos regímenes militares o semimilitares según este mismo autor, fueron:

.- La visión negativa de la política como factor de desunión nacional.

.- La creación de movimientos políticos organizados de forma muy laxa en torno a principios y valores muy generales vinculados a un único interés nacional.

.- La toma de decisiones de acuerdo con criterios técnicos y administrativos, basados en la racionalidad y la eficacia impuestas desde arriba de forma autoritaria, y

.- Un constante déficit de legitimidad, que podía reducirse si el régimen era capaz de resolver los problemas que habían justificado el golpe de estado.

Fueron, en definitiva, regímenes transicionales, fuertemente inestables, que a lo largo de su desarrollo tuvieron que aceptar una creciente participación de elementos civiles y cuya diferencia de los regímenes fascistas es muy significativa: en el fascismo, la respuesta a la crisis de la posguerra se dio desde la misma sociedad civil, a través de la construcción de un movimiento con una ideología clara, explicita, integral e innovadora, mientras que los regímenes militares corporativos forjaron una mentalidad política basada en el pensamiento orgánico-estatalista.

.- La crisis de la posguerra y sus repercusiones económicas y sociales.

La primera guerra mundial transformó muchas economías, realzando el poder de la industria, intensificando la emigración a las ciudades, acrecentando las aspiraciones políticas de las clases medias y el descontento del proletariado urbano, y fomentando la causa del nacionalismo económico[29].

Como era de esperar, España entró en crisis una vez recuperadas las economías del resto de la Europa de la postguerra a partir de 1921.

La crisis también agudizó el conflicto de intereses entre los distintos grupos de presión económicos: el Gobierno Maura-Cambó de agosto de 1921 a marzo de 1922 fue percibido como un defensor de los sectores industriales catalanes y vascos, favorecidos por el arancel ultraproteccionista de 1921, mientras que el Gabinete de Alhucemas-Alba de 1923 fue acusado de hacer el juego a los cerealistas castellanos. Un terreno de conflicto inevitable fue la determinación del arancel de 1922 y las cláusulas establecidas en los tratados de comercio firmados con Francia e Inglaterra, e iniciados con Bélgica y Alemania, con el fin de soslayar la normativa aduanera. Inerme económica y políticamente con la crisis económica y el declive de la Lliga, la patronal catalana apoyó a Primo de Rivera con la esperanza de que su proverbial energía trajera la paz social e intensificara el proteccionismo. Los industriales y comerciantes del Principado habían comenzado a retirar su confianza en el sistema parlamentario porque la política arancelaria de los gobiernos conservadores plasmada en la Ley de autorizaciones de 1922 les parecía insuficiente, el sistema hacendístico era reputado como anacrónico e injusto por gravoso, y el reformismo sociolaboral era considerado una claudicación intolerable ante la presión reivindicativa del obrerismo[30].

.- El problema del orden público y la situación en Barcelona.

Ante el incremento de la agitación laboral y la deriva pistoleril de los intercambios entre patronos y obreros, el empresariado catalán solicitó al Gobierno la suspensión de las garantías constitucionales y la aplicación de una firme política de orden público. En los cinco primeros meses de 1923 hubo en Barcelona 34 muertos y 76 heridos por atentados, que de un centenar al año se dispararón a 800 de enero a setiembre de 1923. En estas condiciones, tiene sentido la afirmación de Cambó de que la Dictadura “la creó el ambiente de Barcelona” cuya Capitanía mandaba Primo de Rivera, con quien se alinearon los sectores catalanes de “orden” frente al Gobernador Civil Francisco Barber.

La rebeldía latente de algunos empresarios, como los afiliados a la muy combativa Confederación Patronal Española, se vio estimulada por una circunstancia exterior: la llegada al poder de Mussolini en octubre de 1922. Respetables hombres de negocios como Tomás Benet patrocinaron ensayos protofascistas como el vinculado a la aparición de la revista “Camisa Negra” el 16 de diciembre de 1922 o la candidatura de Ángel Osorio al puesto de “cirujano de hierro” costista[31].

El catalanismo conservador actuó de puente necesario entre esas aspiraciones autoritarias y el candidato más plausible a la Dictadura. La Lliga aparcó sus aspiraciones autonomistas y apostó por una involución política que le permitiera perpetuar su poder de interlocución en Cataluña. Se habla[32] incluso de un pacto verbal suscrito en agosto en Font-Romeu entre Primo de Rivera y los autonomistas Puig i Cadafalch y Junoy sobre la implementación de diversas modalidades de colaboración política a cambio de la potenciación de la Mancomunitat y de una intensificación del proteccionismo arancelario.

.- La cuestión Catalana, ejemplo del uniformismo del régimen.

La Dictadura, en resumen, fue muy bien recibida entre las “fuerzas vivas” catalanas[33] movidas por su fobia anticenetista y antialbista, por su apoyo a la aplicación de la política de orden público de Martínez Anido a toda España y por las simpatías que despertaba el aparentemente sincero regionalismo del dictador, que por un momento pensó en suprimir las provincias y organizar 10 o 12 grandes unidades regionales. Aunque la Lliga no participó directamente en el pronunciamiento de setiembre, si que lo apoyó desde su fase conspirativa, y alguno de sus miembros colaboró en los primeros compases de la Dictadura, como el Presidente de la Mancomunitat Joseph Puig i Cadafalch, autor de una nota de aceptación del golpe que fue publicada en los diarios el 19 de setiembre.[34]

La reactivación regionalista prometida por Primo de Rivera quedó pronto en letra muerta debido  a que en el seno del Directorio se impuso inmediatamente la tendencia centralista que entendía el hecho diferencial catalán opuesto radicalmente al proyecto nacionalista español que se buscaba patrocinar desde el poder. Las presiones de la Junta de Defensa de Infantería, dirigida por Nouvilas, lograron la imposición el 18 de setiembre de un RD[35] “contra el separatismo” que amplió la tipología de los delitos contra la Patria perseguidos en los artículos 2º y 4º de la Ley de Jurisdicciones de 1906.

Desde la proclamación de la Dictadura, todo el poder político se desplazó del Gobierno civil regentado por Joaquín Milans del Bosch a la Capitanía General, donde el General Emilio Barrera actuaba como “ministro universal” de Primo de Rivera, relegando a los gobernadores civiles al rango de simples figuras decorativas. El nuevo Capitan General alentó la clausura de centros políticos y la persecución y encarcelamiento de la militancia catalanista, hasta la más moderada, incluidos algunos sacerdotes. Los delegados gubernativos fiscalizaron y reprimieron casi todas las manifestaciones de exaltación de la identidad regional. Medidas como los intentos de desmembración territorial en 1923, la prohibición de izar la Senyera, cantar Els Segadors o usar el catalán en las comunicaciones oficiales vinieron a acompañar otras decisiones todavía menos afortunadas como la castellización arbitraría de los nombres de calles y pueblos, la obligación de publicar sólo en castellano los anuncios de obras teatrales, 1924, la limitación del baile de sardanas, 1925, o la persecución de instituciones aparentemente neutras, como el Centre Cátala, los Pomells de Joventut[36], el Ateneu barcelonés, el Ateneu Enciclopèdic Popular, la Associcò Protectora de l`Ensenyanca Catalana, las bibliotecas populares, las sociedades excursionistas, deportivas y musicales, las comisiones organizadoras de los Jocs Florals o los cursillos escolares de lengua catalana. El 22 de setiembre se procedió a la clausura de 28 centros nacionalistas barceloneses entre los que figuraba el Centre Autonomista de Dependents del Comerc i de l`Industria (CADCI), cuya junta directiva fue amenazada el 12 de enero de 1924 con la clausura definitiva si no redactaba en castellano toda la documentación de sus libros de contabilidad.

Durante los últimos meses de 1923, la Dictadura arrestó a decenas de curas acusados de separatismo y clausuró la Academia Católica de Sabadell. Algunos religiosos fueron trasladados de residencia y alejados de Cataluña como el obispo de Barcelona, doctor Joseph Miralles i Sbert, que fue trasladado temporalmente a la diócesis de Mallorca.

El acoso cultural generó un amplio movimiento de solidaridad de los intelectuales castellanos, 117 de los cuales firmaron en Marzo de 1924, a iniciativa de Ángel Ossorio y Gallardo[37] y Eduardo Gómez Baquero, un manifiesto de solidaridad con la lengua catalana redactado por Pedro Sainz Rodríguez[38].

Sólo en 1924, Primo de rivera decidió abrir una vía de negociación, pero no con la Lliga, sino con Unió Monárquica Nacional presidida desde 1918 por Alfonso Sala Argemí, conde de Egara. El Capitán General Barrera y, posteriormente, el propio Primo de Rivera, se reunieron con una representación de este Partido y de la Federació Monárquica Autonomista a la que exigieron una firme adhesión al Directorio y la creación de una agrupación política regionalista. Ante la negativa de estos, el 12 de enero disolvió todas las diputaciones provinciales, salvo las de las Provincias Vascas[39].

El Estatuto Municipal de abril de 1924 recortó aún más las posibilidades de autogobierno, mientras que el Estatuto Provincial de marzo de 1925 eliminó de hecho la Mancomunitat de Cataluña. Ello supuso la ruptura definitiva entre el Directorio y la Lliga, que acusó a Primo de Rivera de romper las promesas realizadas antes del golpe de setiembre y la oportunidad histórica de reconciliar una tendencia política-cultural no definida como antiespañola con el resto de la Nación española.

La persecución oficial a la cultura catalana se tradujo paradójicamente en un renacimiento de la cultura autóctona gracias a la iniciativa privada y al mecenazgo particular. Esta acción cultural de resistencia queda ejemplificada en la propaganda difundida en el extranjero, en el desarrollo de instituciones como la fundación editorial Bernat Merge o en el fomento de actividades diversas, como las conferencias en los Ateneos populares, las sociedades excursionistas o las asociaciones religiosas. El papel de la Iglesia fue muy relevante, ya que la prohibición del uso del catalán afectó a la liturgia, y puso al clero catalán en primera línea de la defensa de las libertades regionales y de la autonomía cultural[40]. Todo ello generó una cultura catalana, donde lo intelectual tuvo un protagonismo político significativo, al hacer de su actividad un arma eficaz de afirmación política nacional.[41]

Para finalizar este epígrafe podemos afirmar que, como consecuencia de las intransigencias de Primo de Rivera se reafirmó a Estat Catalá en su convicción de que la insurrección era la única vía regeneradora posible para Cataluña. El 7 de octubre de 1923 Francesc Macià[42], a punto de huir a Perpiñán, exponía como principal objetivo de su formación política la unión de los partidos obreros y republicanos catalanes, junto a la alianza con los separatistas vascos y gallegos con el propósito de derrocar a la Dictadura mediante un movimiento subversivo. Para ello impulsó la creación de los primeros escamots[43] , y organizó en París un Comité Separatista Catalá, que se identificó con el Comité Revolucionario de París, y que era en realidad una oficina de conspiración con visos de cuartel general en campaña.

La primera oportunidad de resolver el conflicto nacionalista no solo se pierde sino que arma moralmente a quienes lo plantean y defienden.

El error Berenguer.[44]

Finalizada la Dictadura de Primo de Rivera entra a formar Gobierno Berenguer,de cuya opinión damos cuenta reproduciendo un texto de José Ortega y Gasset, fechado en 1930:

“No, no es una errata. Es probable que en los libros futuros de historia de España se encuentre un capítulo con el mismo título que este artículo. El buen lector, que es el cauteloso y alerta, habrá advertido que en esa expresión el señor Berenguer no es el sujeto del error, sino el objeto. No se dice que el error sea de Berenguer, sino más bien lo contrario -que Berenguer es del error, que Berenguer es un error-. Son otros, pues, quienes lo han cometido y cometen; otros toda una porción de España, aunque, a mi juicio, no muy grande. Por ello trasciende ese error los límites de la equivocación individual y quedará inscrito en la historia de nuestro país.
Estos párrafos pretenden dibujar, con los menos aspavientos posibles, en qué consiste desliz tan importante, tan histórico.  
Para esto necesitamos proceder magnánimamente, acomodando el aparato ocular a lo esencial y cuantioso, retrayendo la vista de toda cuestión personal y de detalle. Por eso, yo voy a suponer aquí que ni el presidente del gobierno ni ninguno de sus ministros han cometido error alguno en su actuación concreta y particular. Después de todo, no está esto muy lejos de la pura verdad. Esos hombres no habrán hecho ninguna cosa positiva de grueso calibre; pero es justo reconocer que han ejecutado pocas indiscreciones. Algunos de ellos han hecho más. El señor Tormo, por ejemplo, ha conseguido lo que parecía imposible: que a estas fechas la situación estudiantil no se haya convertido en un conflicto grave. Es mucho menos fácil de lo que la gente puede suponer que exista, rebus sic stantibus, y dentro del régimen actual, otra persona, sea cual fuere, que hubiera podido lograr tan inverosímil cosa. Las llamadas «derechas» no se lo agradecen porque la especie humana es demasiado estúpida para agradecer que alguien le evite una enfermedad. Es preciso que la enfermedad llegue, que el ciudadano se retuerza de dolor y de angustia: entonces siente «generosamente» exquisita gratitud hacia quien le quita le enfermedad que le ha martirizado. Pero así, en seco, sin martirio previo, el hombre, sobre todo el feliz hombre de la «derecha», es profundamente ingrato.          
Es probable también que la labor del señor Wais para retener la ruina de la moneda merezca un especial aplauso. Pero, sin que yo lo ponga en duda, no estoy tan seguro como de lo anterior, porque entiendo muy poco de materias económicas, y eso poquísimo que entiendo me hace disentir de la opinión general, que concede tanta importancia al problema de nuestro cambio. Creo que, por desgracia, no es la moneda lo que constituye el problema verdaderamente grave, catastrófico y sustancial de la economía española -nótese bien, de la española-. Pero, repito, estoy dispuesto a suponer lo contrario y que el Sr. Wals ha sido el Cid de la peseta. Tanto mejor para España, y tanto mejor para lo que voy a decir, pues cuantos menos errores haya cometido este Gobierno, tanto mejor se verá el error que es.           
Un Gobierno es, ante todo, la política que viene a presentar. En nuestro caso se trata de una política sencillísima. Es un monomio. Se reduce a un tema. Cien veces lo ha repetido el señor Berenguer. La política de este Gobierno consiste en cumplir la resolución adoptada por la Corona de volver a la normalidad por los medios normales. Aunque la cosa es clara como «¡buenos días!», conviene que el lector se fije. El fin de la política es la normalidad. Sus medios son... los normales.           
Yo no recuerdo haber oído hablar nunca de una política más sencilla que ésta. Esta vez, el Poder público, el Régimen, se ha hartado de ser sencillo.  
Bien. Pero ¿a qué hechos, a qué situación de la vida pública responde el Régimen con una política tan simple y unicelular? ¡Ah!, eso todos lo sabemos. La situación histórica a que tal política responde era también muy sencilla. Era ésta: España, una nación de sobre veinte millones de habitantes, que venía ya de antiguo arrastrando una existencia política bastante poco normal, ha sufrido durante siete años un régimen de absoluta anormalidad en el Poder público, el cual ha usado medios de tal modo anormales, que nadie, así, de pronto, podrá recordar haber sido usados nunca ni dentro ni fuera de España, ni en este ni en cualquier otro siglo. Lo cual anda muy lejos de ser una frase. Desde mi rincón sigo estupefacto ante el hecho de que todavía ningún sabedor de historia jurídica se haya ocupado en hacer notar a los españoles minuciosamente y con pruebas exuberantes esta estricta verdad: que no es imposible, pero sí sumamente difícil, hablando en serio y con todo rigor, encontrar un régimen de Poder público como el que ha sido de hecho nuestra Dictadura en todo al ámbito de la historia, incluyendo los pueblos salvajes. Sólo el que tiene una idea completamente errónea de lo que son los pueblos salvajes puede ignorar que la situación de derecho público en que hemos vivido es más salvaje todavía, y no sólo es anormal con respecto a España y al siglo XX, sino que posee el rango de una insólita anormalidad en la historia humana. Hay quien cree poder controvertir esto sin más que hacer constar el hecho de que la Dictadura no ha matado; pero eso, precisamente eso -creer que el derecho se reduce a no asesinar-, es una idea del derecho inferior a la que han solido tener los pueblos salvajes.

La Dictadura ha sido un poder omnímodo y sin límites, que no sólo ha operado sin ley ni responsabilidad, sin norma no ya establecida, pero ni aun conocida, sino que no se ha circunscrito a la órbita de lo público, antes bien ha penetrado en el orden privadísimo brutal y soezmente. Colmo de todo ello es que no se ha contentado con mandar a pleno y frenético arbitrio, «sino que aún le ha sobrado holgura de Poder para insultar líricamente a personas y cosas colectivas e individuales. No hay punto de la vida española en que la Dictadura no haya puesto su innoble mano de sayón. Esa mano ha hecho saltar las puertas de las cajas de los Bancos, y esa misma mano, de paso, se ha entretenido en escribir todo género de opiniones estultísimas, hasta sobre la literatura que los poetas españoles. Claro que esto último no es de importancia sustantiva, entre otras cosas porque a los poetas los traían sin cuidado las opiniones literarias de los dictadores y sus criados; pero lo cito precisamente como un colmo para que conste y recuerde y simbolice la abracadabrante y sin par situación por que hemos pasado. Yo ahora no pretendo agitar la opinión, sino, al contrario, definir y razonar, que es mi primario deber y oficio. Por eso eludo recordar aquí, con sus espeluznantes pelos y señales, los actos más graves de la Dictadura. Quiero, muy deliberadamente, evitar lo patético. Aspiro hoy a persuadir y no a conmover. Pero he tenido que evocar con un mínimum de evidencia lo que la Dictadura fue. Hoy parece un cuento. Yo necesitaba recordar que no es un cuento, sino que fue un hecho.      
Y que a ese hecho responde el Régimen con el Gobierno Berenguer, cuya política significa: volvamos tranquilamente a la normalidad por los medios más normales, hagamos «como si» aquí no hubiese pasado nada radicalmente nuevo, sustancialmente anormal.    Eso, eso es todo lo que el Régimen puede ofrecer, en este momento tan difícil para Europa entera, a los veinte millones de hombres ya maltraídos de antiguo, después de haberlos vejado, pisoteado, envilecido y esquilmado durante siete años. Y, no obstante, pretende, impávido, seguir al frente de los destinos históricos de esos españoles y de esta España.        
Pero no es eso lo peor. Lo peor son los motivos por los que cree poderse contentar con ofrecer tan insolente ficción.    
El Estado tradicional, es decir, la Monarquía, se ha ido formando un surtido de ideas sobre el modo de ser de los españoles. Piensa, por ejemplo, que moralmente pertenecen a la familia de los óvidos, que en política son gente mansurrona y lanar, que lo aguantan y lo sufren todo sin rechistar, que no tienen sentido de los deberes civiles, que son informales, que a las cuestiones de derecho y, en general, públicas, presentan una epidermis córnea. Como mi única misión en esta vida es decir lo que creo verdad, -y, por supuesto, desdecirme tan pronto como alguien me demuestre que padecía equivocación-, no puedo ocultar que esas ideas sociológicas sobre el español tenidas por su Estado son, en dosis considerable, ciertas. Bien está, pues, que la Monarquía piense eso, que lo sepa y cuente con ello; pero es intolerable que se prevalga de ello. Cuanta mayor verdad sean, razón de más para que la Monarquía, responsable ante el Altísimo de nuestros últimos destinos históricos, se hubiese extenuado, hora por hora, en corregir tales defectos, excitando la vitalidad política persiguiendo cuanto fomentase su modorra moral y su propensión lanuda. No obstante, ha hecho todo lo contrario. Desde Sagunto, la Monarquía no ha hecho más que especular sobre los vicios españoles, y su política ha consistido en aprovecharlos para su exclusiva comodidad. La frase que en los edificios del Estado español se ha repetido más veces ésta: «¡En España no pasa nada!» La cosa es repugnante, repugnante como para vomitar entera la historia española de los últimos sesenta años; pero nadie honradamente podrá negar que la frecuencia de esa frase es un hecho.          
He aquí los motivos por los cuales el Régimen ha creído posible también en esta ocasión superlativa responder, no más que decretando esta ficción: Aquí no ha pasado nada. Esta ficción es el Gobierno Berenguer.        
Pero esta vez se ha equivocado. Se trataba de dar largas. Se contaba con que pocos meses de gobierno emoliente bastarían para hacer olvidar a la amnesia celtíbera de los siete años de Dictadura. Por otra parte, del anuncio de elecciones se esperaba mucho. Entre las ideas sociológicas, nada equivocadas, que sobre España posee el Régimen actual, está esa de que los españoles se compran con actas. Por eso ha usado siempre los comicios -función suprema y como sacramental de la convivencia civil- con instintos simonianos. Desde que mi generación asiste a la vida pública no ha visto en el Estado otro comportamiento que esa especulación sobre los vicios nacionales. Ese comportamiento se llama en latín y en buen castellano: indecencia, indecoro. El Estado en vez de ser inexorable educador de nuestra raza desmoralizada, no ha hecho más que arrellanarse en la indecencia nacional.        
Pero esta vez se ha equivocado. Este es el error Berenguer. Al cabo de diez meses, la opinión pública está menos resuelta que nunca a olvidar la «gran vilt`» que fue la Dictadura. El Régimen sigue solitario, acordonado como leproso en lazareto. No hay un hombre hábil que quiera acercarse a él; actas, carteras, promesas -las cuentas de vidrio perpetuas-, no han servido esta vez de nada. Al contrario: esta última ficción colma el vaso. La reacción indignada de España empieza ahora, precisamente ahora, y no hace diez meses. España se toma siempre tiempo, el suyo.          
Y no vale oponer a lo dicho que el advenimiento de la Dictadura fue inevitable y, en consecuencia, irresponsable. No discutamos ahora las causas de la Dictadura. Ya hablaremos de ellas otro día, porque, en verdad, está aún hoy el asunto aproximadamente intacto. Para el razonamiento presentado antes la cuestión es indiferente. Supongamos un instante que el advenimiento de la dictadura fue inevitable. Pero esto, ni que decir tiene, no vela lo más mínimo el hecho de que sus actos después de advenir fueron una creciente y monumental injuria, un crimen de lesa patria, de lesa historia, de lesa dignidad pública y privada. Por tanto, si el Régimen la aceptó obligado, razón de más para que al terminar se hubiese dicho: Hemos padecido una incalculable desdicha. La normalidad que constituía la unión civil de los españoles se ha roto. La continuidad de la historia legal se ha quebrado. No existe el Estado español. ¡Españoles: reconstruid vuestro Estado!     
Pero no ha hecho esto, que era lo congruente con la desastrosa situación, sino todo lo contrario. Quiere una vez más salir del paso, como si los veinte millones de españoles estuviésemos ahí para que él saliese del paso. Busca a alguien que se encargue de la ficción, que realice la política del «aquí no ha pasado nada». Encuentra sólo un general amnistiado”.

 

El régimen autoritario del General Francisco Franco Bahamonde.[45]

.- Introducción

francoEn el proceso hacía la guerra, la Eskerra contribuyó destacadamente a la radicalización revolucionaria, el PNV colaboró a ella desde la derecha, y la Lliga, cada vez menos nacionalista, participó de los esfuerzos y la impotencia de la derecha para frenar la revolución.[46]

La guerra, a punto de estallar, o, más bien de recomenzar, tras el asesinato de Calvo Sotelo, iba a tener rasgos muy complejos. Sería, en primer lugar, una lucha entre revolución y contrarrevolución, entre una izquierda mayoritariamente totalitaria y una derecha que había llegado a ser autoritaria. Sería, así mismo una guerra religiosa por la presión exterminadora contra la Iglesia Católica y porque muchos izquierdistas entendían su ideología en términos pararreligiosos. También incluiría una guerra entre las propias izquierdas, mal sofocada por la lucha contra un enemigo común. Y sería, en fin, y según Pio Moa, una pugna entre varias concepciones de España, en la que los nacionalismos Vasco y Catalán iban a desempeñar un papel secundario, pero de ningún modo irrelevante.

Por lo que se refiere a los nacionalismos, han solido presentar la guerra como un conflicto entre el nacionalismo español y los nacionalismos vasco y catalán, como una guerra contra “Catalunya y Euskadi”. Ello concuerda con las doctrinas nacionalistas, pero no con las pruebas históricas. Ni Cataluña ni Vasconia lucharon como tales contra el resto de España, sino como parte de uno u otro bando enfrentados. Y ni aún así los vascos o catalanes defendieron una política, pues se hallaban tan divididos como el resto de los españoles.

Tras unos cuarenta años de empeñada labor, ambos nacionalismos habían creado un ambiente popular propicio, aunque bastante superficial y alejado de sus aspiraciones, según siempre este autor. La mayoría de los votantes del PNV y de Ezkerra no asumían ni conocían siquiera las doctrinas partidistas. Más bien expresaban un sentimiento de orgullo por pertenecer a una Región concreta muy abonado por dichos partidos con el combinado típico de narcisismo y victimismo, al modo como el obrerismo comunista o socialista arrastraba a muchos obreros desconocedores o desinteresados de las doctrinas marxistas, pero persuadidos de que tales partidos defendían sus intereses inmediatos y su dignidad personal. Como habían demostrado los hechos de octubre, el grupo de Companys y la vasta mayoría de los catalanes tenían ideas muy dispares sobre Cataluña. Y los motivos de los votantes del PNV iban desde la religión hasta el separatismo racista, pasando por el simple recelo ante posibles abusos centralistas.

Llama la atención, en otro sentido y según Pio Moa, el casi nulo esfuerzo de sabinianos y pratistas por desarrollar, no digamos criticar, las doctrinas de sus fundadores. Sus adeptos las consideraban cuerpos doctrinales cerrados limitándose a acentuar tal o cual punto de ellos según la oportunidad. Así, también, los marxistas y anarquistas hispanos, que no aportaron nada a sus teorías; si bien no precisa comentario la distancia intelectual entre un Marx y hasta un Bakunin, y un Arana o un Prat de la Riba.

Tampoco dichos creyentes habían tenido que trabajar mucho rebatiendo a un nacionalismo español de líneas poco definidas. Les bastaba con la permanente desvalorización y el desprecio a España o a Castilla, porque el nacionalismo español tuvo manifestaciones variadas y hasta opuestas, bastante alejadas del cuerpo doctrinal como el sabiniano o el pratense. Se ha señalado a menudo, la escasez de estudios sobre el nacionalismo español, cosa explicable en parte por esa razón.

Hay otra obviedad no tenida en cuenta: los nacionalismos de Arana y Prat debieron inventar o reinventar el pasado, desde las “glorias patrias” o el “crimen” del compromiso de Caspe[47] hasta la supuesta servidumbre bajo el yugo español o el castellano; pero el nacionalismo hispano del siglo XIX, tanto en su versión tradicional carlista como en la moderna liberal, apenas tenía esa necesidad, más allá de españolizar a Viriato y a Trajano, o de proyectar hacía la eternidad las esencias Patrias. Nadie cuestionaba las dos grandes etapas formadoras de España, la Reconquista contra Al Ándalus, y el Siglo de Oro.

Al revés que “las glorias patrias” de Arana y de Prat, no se trataba de hechos dudosos, y los esfuerzos por reactivarlos o negarlos parecían abocados a fracasar por sí solos.

Tampoco ofrecía duda la realidad de la expansión cultural e imperial de España en los siglos XVI y XVII.

En el siglo XIX no hubo una elaboración canónica del nacionalismo español, ni siquiera por parte liberal, pero en el siglo XX las presiones y retos de otras teorizaciones y políticas obligaron a formular algo parecido a una doctrina al efecto.

Para no alargar esta parte del epígrafe, cabe concluir con que el patriotismo de los nacionales se alzaba en primer lugar contra el internacionalismo revolucionario, pero también, evidentemente, contra los secesionismos regionales. No era incompatible con los regionalismos e incluso con las autonomías, precisamente por sus raíces y nostalgias del Antiguo Régimen, pero la experiencia habida al respecto le inclinaba hacia el centralismo liberal.

En el bando contrario existía un nacionalismo regeneracionista parecido al catalán o al vasco, y en rivalidad con ellos. Su visión negativa del pasado español lo debilitaba ante los secesionismos e internacionalismos, pero no hay que dudar del denso sentimiento español de personajes como Azaña, muchas veces expuesto en sus escritos; y seguramente él, en su jacobinismo, veía los movimientos obreristas o la Eskerra, no digamos al PNV, como males a sobrellevar, confiando en integrarlos con promesas de arreglo futuro y de grandeza común.

.- Una dura posguerra

Tanto la Generalitat como el Gobierno del PNV, se habían ocupado de situar el dinero en el exterior. De ello sigue sin saberse mucho, pero se encuentran indicios dispersos, como en las memorias del anarquista García Oliver[48]. Durante el período del Comité de Milicias, los ácratas habían expoliado ingentes sumas, por lo que los militantes en el exilio protestaban de la escasísima ayuda recibida. Pero la mayor parte de esos bienes habían pasado a la Generalitat cuando la CNT tuvo la flaqueza de renunciar a sus principios. Perdida la guerra, explica García, “nos convenía explorar las intenciones del que había sido el Gobierno de la Generalitat (...) pues nos enteramos de que Tarradellas disponía de fondos destinados, se decía, a la ayuda económica de las personalidades catalanas. A mi me pareció que la explicación dada por Tarradellas sobre los tesoros confiados en depósito a la Generalitat de Cataluña era un subterfugio alejado de la verdad(...).”

De todas formas los recursos pasados a Francia por ácratas y nacionalistas se mostraron insuficientes, entre la apropiación de parte de ellos por diversos responsables y las necesidades de miles de refugiados. Uno que rechazó el dinero fue el expresidente de la República Alcalá-Zamora, pese a sufrir grandes apuros económicos.

El caso del PNV se conoce algo mejor. Ante el derrumbe del Frente Popular creyó ya inútil colaborar con él, y se ausentó de las “instituciones republicanas”, pero su anhelo de independencia, tras fracasar su intento de apropiarse del Vita, chocaba con el problema de “los garbanzos”, y el bien probado realismo de sus líderes combinaba mal con los gestos heroicos. Antes, los sabinianos, habían manejado en su interés exclusivo la tesorería del Gobierno Vasco, suscitando las protestas de los socialistas, pero ya en el exilio el dinero se agotaba con rapidez, mientras los republicanos lo seguían teniendo en abundancia. A Aguirre le daba “repugnancia todo esto español (...). Pero cuando me pongo a hablar de dinero no sé qué hacer”. Hubo disputas internas.

Al principio hubo fuertes tensiones entre Negrín y los peneuvistas. El primero pensaba repartir por igual entre vascos y no vascos. Negrín rompió las relaciones, después de pedir cuentas de su gestión económica al Gobierno Vasco.

Para finalizar, según Pio Moa, la gran masa de la población Vasca y Catalana acogió el franquismo entre la simpatía y la indiferencia, suministrando una parte importante de los dirigentes políticos y económicos de un régimen acaudillado por un gallego.

Muy pocos vascos y catalanes rechazaron el nuevo estado de cosas, o prestaron respaldo a los izquierdistas y nacionalistas en sus escasos conatos de lucha.

No solo en aquellos años, sino durante todo el franquismo, la oposición de los nacionalismos tendría escaso relieve, con la muy tardía excepción de ETA.

.- Revolución en la Iglesia.

Quizá la actuación más significativa de los nacionalismos, ya en los años 60, fue un documento firmado por 339 sacerdotes vascos y presentado en el vaticano. Con el estilo clásico de Sabino Arana, los curas denunciaban “la persecución de las características étnicas, lingüísticas y sociales que nos dio Dios a los vascos”, así como el nombramiento de obispos no vascos y otras manifestaciones de lo que llamaban genocidio, para emparentarlo emocionalmente con los exterminios nazis. Un grupo del clero vasco se había radicalizado en un sentido sabiniano.

El clero nacional-progresista vasco montó en los años 60 una red  de “escuelas sociales”, donde, mediante conferencias, charlas, seminarios etc., difundía ideas “avanzadas” y de un nacionalismo radical. Su carácter legal o no ilegal y el prestigio del clero, atrajeron a numerosos jóvenes a aquellos centros, llamados por algunos “universidades populares” las cuales tomaron enseguida carácter de adoctrinamiento político. Para la ETA supusieron un salto en su capacidad organizativa e influencia, pues fue ella, como veremos posteriormente, quien más ampliamente y mejor supo explotar tales escuelas para formar grupos de simpatizantes y militantes por buena parte de la región.[49]

El clero nacionalista catalán prefería un estilo de oposición más disimulado pero más efectivo, como indican unas declaraciones del arzobispo de Tarragona, Arriba y Castro, ya en 1957: “Voy a Roma a manifestar al Papa que la situación en Cataluña por causa de la actuación del clero catalán que procede y actúa en separatista, es para mí inestable y de muy difícil aguante. Si S.S., no corrige, o no puede, la actuación política de esta fracción del clero catalán le voy a pedir que me releve de mi diócesis”.

 

.- El terrorismo de ETA

Como paso importante en la vida de esta organización, es necesario señalar que fue en 1965 cuando la ETA celebró su IV asamblea, comenzada en la casa de ejercicios espirituales de los jesuitas de Azpeitia, los cuales sabían a quiénes cobijaban. La reunión consagró los objetivos simultáneos de secesión y socialismo en un sentido cada vez más abiertamente marxista e incluso marxista-leninista, y la táctica de las acción-represión-acción como forma de desatar una espiral de lucha.

El viejo nacionalismo sabiniano no se acomodaba al revolucionarismo marxista, ni el terrorismo con la acción de masas del proletariado. Un sector privilegiaba al nacionalismo y otro el socialismo. El primero optaba por el terrorismo, y el segundo por la acción sindical y “popular”.

La pugna entre las dos líneas, se saldó con la victoria del ala nacionalista-socialista en la V Asamblea[50]. El sector sindical-popular sería expulsado pasaría a llamarse ETA-berri (nueva) y el vencedor ETA-zarra (vieja), hasta que la primera cambió su nombre por el de Movimiento Comunista de España (MCE), recuperando los otros el de ETA sin adiciones y organizándose en cuatro frentes: militar, político, económico (sindical) y cultural, imitando un esquema del comunismo vietnamita.

La V Asamblea comenzó en la casa parroquial de Gaztelu, en Guipúzcoa, y terminó en la casa de ejercicios espirituales de los jesuitas de Guetaria, pasando la organización a realizar pequeños atentados  contra lápidas y símbolos fascistas.

El 7 de junio de 1968, con la muerte de un Guardia Civil cerca de Tolosa, se inicia la escalada de terror de la organización que llega hasta nuestros días. El autor de los disparos, Javier Echevarrieta, Txabi,  y su acompañante se refugiaron en casa de un cura. El Guardia Civil, Jose Antonio Pardines, gallego, fue el ejemplo de los futuros atentados de esta organización.[51]

La ETA, el PNV, el clero nacionalista y la oposición antifranquista transformaron este episodio de muerte en un relato, entre heroico y martirial, de lucha por la libertad y venganza represiva.[52]

.- Ultimos años del Franquismo

Existe la idea equivocada de que los últimos años del regimen las crecientes movilizaciones lo ponían en serio peligro, pero no había tal. Las manifestaciones por el juicio de Burgos no llegaron a concentrar mas allá de 2000 personas en Barcelona y, el resto, no supero algunos cientos de manifestantes.

1970 fue el año del Acuerdo Comercial Preferencial con la Comunidad Económica Europea, muy favorable a España y de los Acuerdos de Amistad y Cooperación con USA. Una Ley General de Educación buscaba mejorar algunos aspectos de la misma y la economía marchaba óptimamente.

El propio Caudillo había tomado las necesarias previsiones sucesorias en 1969, nombrando al príncipe Juan Carlos su sucesor, lo que significaba un corte con la monarquía liberal fracasada en 1931, a juicio de la derecha, o en 1923, a juicio de la izquierda.

Todas las fracturas del régimen fueron de carácter menor si tenemos en cuenta la que supondría la de la Iglesia. También hombres del Opus Dei sostenían periódicos tan críticos como el diario “Madrid”, que terminaría siendo cerrado en 1971, después de atacar directamente a Franco.

A pesar de todo ello, muy pocos en la oposición creían en el posible derrumbe del régimen, o siquiera cambiarlo de alguna manera, antes de la muerte del General.

Ninguno de los partidos tradicionales a excepción del PCE, tenía presencia real en la vida del País.

.- Ruptura contra reforma.

A la muerte de Franco, la situación recordaba en muchos aspectos a la de 1930, tras la dimisión de Primo de Rivera. Había sido imposible institucionalizar un régimen duradero, por lo que se planteaba un problema político de primer orden: ¿cómo pasar de la excepcionalidad del régimen personalista del Generalísimo Franco a la normalidad constitucional?.

A diferencia de 1930, la república no era prioritaria para casi nadie, aceptándose por lo general una monarquía, siempre que estuviera liberada de todo idealismo franquista y como régimen de transición hacia una nueva república.

La oposición de 1975 descartaba imponerse mediante un golpe de fuerza como el intentado por los republicanos de 1930. En aquellos años el Ejército estaba dividido, mientras en 1975 permanecía unido y disciplinado, y los ligeros síntomas de corrosión ofrecían pocas esperanzas a los opositores. Era imposible una revolución de los claveles en España, lo que se tradujo en una amargura de la oposición y a un recelo hacia sus Fuerzas Armadas que, como poder fáctico, les obligaba a una prudencia mayor de la que habrían exhibido por propio impulso.

Juan Carlos ya estaba convencido de la necesidad de realizar una reforma, que se realizó ejemplarmente con el apoyo de un elemento esencial para poderla llevar a cabo: el propio Ejército.

La aparición de nuevos grupos terroristas como los GRAPO, no contó con la simpatía y comprensión hacia el terrorismo por parte de la oposición que sintió muy poco placer ante la irrupción del GRAPO., que ponía en peligro lo conseguido hasta ese momento.

Suárez y Fernández Miranda aceleraron el proceso y, la maniobra clave fue la autodisolución de las Cortes y el referéndum que permitiera al pueblo decidir sobre el nuevo régimen, asegurando así la transición “de la ley a la ley”. Con esta empresa audaz el franquismo, su sector más fuerte, tomaba decidida y decisivamente la iniciativa política, intensificando los contactos con la oposición y haciendo posible la reforma.

 

.- Conclusiones.

.- Hemos visto a lo largo de todo este artículo algunas de las orientaciones y factores que se pueden aplicar al estudio de los nacionalismos en España aún sabiendo que se pueden encontrar muchas otras. La elección del método Histórico- estadístico nos permite y nos obliga a percibir la sociedad española, ante todo como un fenómeno histórico que completaremos en los siguientes artículos con la aplicación de otras disciplinas para encontrar las causas del conflicto objeto de estudio. El paciente lector habrá observado, quizás, alguna reiteración, solo fruto de la repetición de los mismos sucesos causales del conflicto a lo largo del tiempo. Por ello hemos querido mostrar la variedad de formas y procesos, estructuras y comportamientos, tanto en el espacio como en el tiempo.

El examen específico de las tres regiones comparadas nos ha llevado a buscar los nexos  y las diferencias históricas de cada una de ellas pretendiendo encontrar y mostrar las causas que han originado la erosión de nuestra identidad nacional en el presente.

Sin prescindir de mi condición de militar voy a enumerar las conclusiones que, en mi opinión, emanan de este humilde análisis histórico, siguiendo el guión que hemos trazado:

.- Es claro, por tanto, y después de analizar las tasas y saldos de migración desde los años 1960 a 2000, que se analizan en los cuadros que se han mostrado a lo largo de este trabajo, y de los mapas histórico geográficos posteriores, que existe una conciencia psicológica nacional de pertenencia a una cultura nacional a través de una identidad nacional española en todo el territorio, fomentado por el intercambio de información y formas de las distintas Comunidades y Provincias donde se han producido estas migraciones; no considerándose individualmente que exista una emigración a otro País o Nación que no fuera España en el interior del territorio de la misma.

.- Los mapas histórico-geográficos de divisiones administrativas a lo largo de la Historia y desde la prehistoria no indican que existiera nunca una división administrativa que pueda dar origen a nacionalidades distintas de la española basándose en una presunta Historia diferente a la misma.

.- “El mayor localismo de España no depende de una realidad multiforme, étnico-geográfica, sino al contrario, de una condición psicológica uniforme; depende de la conformidad del carácter apartadizo ibérico, ya notado por los autores de la antigüedad mucho antes que afluyesen a la Península la mitad de las razas enumeradas por Hume como causantes de las tendencias dispersivas. Que las realidades étnico-geográficas de la Península no comportan ninguna fuerza especial fragmentadora, se muestra en la diversidad dialectal de España, mucho menor que la de Francia o la de Italia.”

.- Al revés de lo que inventan hoy los nacionalistas, la guerra de Sucesión no supuso el enfrentamiento entre Cataluña- Austria y España (o Castilla)-Francia. Ciudades y comarcas pertenecientes al antiguo reino de Aragón como Castellón, Alicante, el valle de Arán, el interior de las provincias de Barcelona y Valencia, Calatayud o Tarazona, fueron partidarias de Felipe V, el rey Borbón. Y lugares como Madrid, Alcalá o Toledo se declararon fieles al aspirante austriaco, el archiduque Carlos. El enfrentamiento interterritorial de 1714 es otra patraña más inventada por el nacionalismo para negar el carácter de guerra civil que tuvo aquella sucesión al trono.

.- El carlismo, un movimiento sociopolítico de carácter antiliberal y antirrevolucionario nacido a finales del Antiguo Régimen y que, pese a su marginalidad, sobrevive todavía en nuestros días, constituye uno de los principales protagonistas de la historia contemporánea de España.

Tres fases distinguen su desarrollo:

a.-En las seis décadas centrales del s. XIX, el carlismo consiguió movilizar a millares de hombres e implicar a otras tantas familias, provocando, en su permanente enfrentamiento con el liberalismo, varias guerras en las que la palabra “carlista” resulta a veces un eufemismo que parece ocultar el sello fratricida. Pasó asimismo a formar parte del imaginario de los españoles, generando temores y miedos, creando mitos y memorias. El ochocientos constituyó una prolongada guerra civil declarada, que permitía, para expresarlo como lo hiciera Miguel de Unamuno en un artículo publicado en 1933, “sentir la paz como fundamento de la guerra y la guerra como fundamento de la paz”.

b.- Los años de protagonismo esencial dejaron paso, desde finales de la década de los setenta, tras el desenlace de la última carlistada, a otros en los que el carlismo ocuparía una posición secundaria en el escenario español, aunque más importante de lo que su desconocimiento ha hecho pensar durante años. La Guerra civil de 1936-1939  fue el momento álgido, a parte de la conclusión de esta segunda fase.

c.- Desde entonces a la actualidad, el carlismo ha vivido un proceso de marginalización, oscilante en más de un momento, que, de todas formas, no ha desembocado en una desaparición cien veces anunciada.

Las insurrecciones de la Vendeé y de los chouans contra la Revolución francesa, el legitimismo de la duquesa de Berry[53] y del conde de Chambord[54], ya en el s. XIX, en Francia; el miguelismo en Portugal, y las insurrecciones de Viva María en Toscana y de los sanfedistas en la Italia meridional de fines de setecientos, además del legitimismo napolitano de Francisco II, presentan evidentes lazos de parentesco con el carlismo del s. XIX.

Las conexiones entre unos movimientos contrarrevolucionarios y otros fueron permanentes, poniendo las bases para la existencia informal, en las décadas centrales del ochocientos, de una especie de “Internacional blanca”.[55]

.- El carlismo es un movimiento peculiar a causa de su larga pervivencia, lo cual lo distingue de otros movimientos españoles y europeos.[56] Pervivencia no significa, de ningún modo, inmutabilidad. Aún perviviendo defensores del carlismo más tradicional, se puede afirmar que una gran parte de las masas carlistas han nutrido los círculos nacionalistas a partir, sobre todo, del desastre del 98.

.- La dictadura de Primo de Rivera apareció en un primer momento como una solución “a la romana, es decir, como un remedio drástico, pero pasajero, a una situación de crisis. Y de hecho resolvió con bastante rapidez los problemas principales que habían llevado el régimen liberal a la ruina: eliminó el terrorismo anarquista, consiguió la colaboración de los socialistas, cuya demagogia y golpismo tanto habían perturbado el régimen anterior, redujo a la inoperancia los separatismos, que poco antes se habían unido para promover la lucha armada, y resolvió la sangría de Marruecos.

.- La tranquilidad resultante tuvo efectos casi milagrosos: sus seis años de duración fueron también los de mayor crecimiento económico que hubiera experimentado España desde principios del siglo XIX. Por primera vez empezó a cerrarse la brecha con los países europeos ricos. Recordemos que durante el primer ciclo histórico, concluido en la I República, la inestabilidad política había hecho perder al país la Revolución Industrial, y la renta per cápita española se había estancado, mientras en la Europa industrializada subía con rapidez. Al comenzar el segundo ciclo, el de la Restauración, la renta española salió del marasmo para crecer con cierta rapidez, inferior sin embargo a la media europea (a la media de los países ricos, insistamos, una minoría dentro de Europa: Gran Bretaña, Francia, Alemania y algunos países de su entorno). Es con la dictadura de Primo cuando el desarrollo económico español comienza a aproximarse a dicha media.

Podrían citarse muchos datos significativos, como que el número de universitarios aumentó en casi un 30% y el de alumnos de enseñanza primaria pasó de 1.700.000 a 2.150.000, y por primera vez se prestó atención continuada a la enseñanza profesional y de especialización obrera; el analfabetismo femenino bajó de un 50% a un 39% (a 32% el general), y se duplicó la presencia femenina en la universidad.[57]

.- Con Primo de Rivera se perdió la primera oportunidad de conciliar las corrientes nacionalistas con el resto de las corrientes político-sociales de la Nación Española.

.- Respaldar a Primo de Rivera suponía para el rey una apuesta muy arriesgada, pero lo hizo. Tenía difícil elección. Se ha dicho que este respaldo supuso el fin de la monarquía, pero más suicida y desacertado habría sido sostener un régimen desprestigiado, corroído por casi todas las fuerzas políticas y falto de defensores de valía. El rey intentó pues salvar lo salvable, ante el inminente derrumbe de un sistema parlamentario socavado en todos sus cimientos.        
Los dos partidos dinásticos estaban en bancarrota, divididos en facciones sin prestigio ni líderes populares, incluido un Maura  timorato ya con 70 años. Los nacionalistas moderados de la Lliga sufrían una profunda crisis, y su táctica de golpear y apuntalar alternativamente al régimen había causado estragos en su electorado. Las demás fuerzas eran casi todas antisistema, empeñadas en una obra de demolición cada día más eficaz. Mantener una situación a la que nadie veía salida suponía avanzar hacia un derrumbe revolucionario, una repetición agravada de la crisis de 1917,y sin ningún Dato del que echar mano. El régimen respondía a la definición de Joaquín Costa: una necrocracia.

Ante el pronunciamiento el gobierno hizo ademán de resistencia, sin convicción alguna. El propio García Prieto agradecería a Primo de Rivera que le hubiera relevado de la pesadilla de gobernar. Alfonso XIII tuvo la tentación de asumir personalmente el poder, pero Primo de Rivera le advirtió que no lo aceptaría. Por lo que el rey respaldó la dictadura.

.- Sorprendente resulta la ausencia de oposición en los revolucionarios y separatistas: en las semanas y meses siguientes asistieron con desconcertada mansedumbre a la clausura de sus centros y parte de su prensa, y a la detención de algunos de sus líderes. Se comportaron como si ellos creyesen también en la putrefacción imparable del régimen.

.- Dado que la dictadura y la República fracasaron sucesivamente en su intento de consolidarse como nuevas formas de convivencia política, y por tanto de abrir un nuevo ciclo histórico tras el hundimiento de la Restauración, debemos considerarlas como sucesivos derrumbamientos a partir de otro principal, el de la propia Restauración. Y, por tanto, como partes del mismo ciclo, comenzado en 1874 con una exitosa reorganización política liberal, progresivamente socavada por fuerzas de carácter mesiánico o totalitario, hasta provocar su caída.[58]

.- Hay otra obviedad no tenida en cuenta: los nacionalismos de Arana y Prat debieron inventar o reinventar el pasado, desde las “glorias patrias” o el “crimen” del compromiso de Caspe hasta la supuesta servidumbre bajo el yugo español o el castellano.

.- En 1931 Macia proclamó el Estado Catalán dentro de la República Federal Española traicionando el Pacto de San Sebastian. Tras una serie de negociaciones, aceptó transformar el Gobierno de Cataluña en Gobierno de la Generalidad de Cataluña y elaborar un estatuto de autonomía. Elegido presidente de la Generalidad en 1932, se esforzó en reflejar el ideario autonómico de su partido desde su acción de gobierno, que concluiría con la derrota electoral del mismo, noviembre de 1933. Durante este corto espacio de tiempo aprovechó la oportunidad de dirigir el Gobierno Catalán para infiltrar dentro de la estructura de las Instituciones a personajes adictos a sus tesis en conformidad con la teoría de sistemas que condicionaría el funcionamiento de estas durante los años posteriores y cuya estrategia pudiera ser copiada por los partidos nacionalistas a partir de las reformas emprendidas en la organización regional adoptada por España a partir de la aprobación de la Constitución que dio lugar a la reforma del Régimen personalista del General Franco en los Años 70 y a partir de su muerte.

.- El patriotismo de los nacionales, 1936, se alzaba en primer lugar contra el internacionalismo revolucionario, pero también, evidentemente, contra los secesionismos regionales.

.- En el bando contrario existía un nacionalismo regeneracionista parecido al catalán o al vasco, y en rivalidad con ellos. Su visión negativa del pasado español lo debilitaba ante los secesionismos e internacionalismos, pero no hay que dudar del denso sentimiento español de algunos de sus personajes más importantes.

.- Un sector de la Iglesia tuvo un lugar destacado en todas las guerras civiles carlistas del siglo XIX y XX y en los movimientos nacionalistas Catalán y Vasco a partir de 1960.

.- En los años 60 del siglo XX, surge en España un nuevo movimiento de izquierda y nacionalista con rasgos históricamente inéditos, principalmente la hegemonía comunista, mientras casi se esfumaban fuerzas tan definitorias como los republicanos, anarquistas, socialistas o los viejos partidos nacionalistas. Al lado de este fenómeno, aparece un terrorismo nacionalista también nuevo, en Vascongadas.

.- El rasgo clave de esta época del siglo XX fue sin duda el cambio en la Iglesia, su parcial pero muy nutrida incorporación al antifranquismo creando un ambiente social propicio a las libertades y a un cambio social moderado, pero al mismo tiempo favoreció de modo no menos importante el despertar de movimientos totalitarios, secesionistas y hasta terroristas. Institución que aún continuaba y continúa, desde Roma, santificando victimas que perecieron a manos de los que en estos años defendía esa parte del clero español.

.- El uso y abuso de los símbolos y herencia de la historia de los RRCC y de la época Imperial de los Austrias, junto con el catolicismo integrista propio del tradicionalismo más excluyente induce a parte de la población a alejarse de una idea de pertenencia a una Nación que olvidaba parte de su historia y, por tanto, rechazaba a todo aquel que no se identificara con los “valores patrios”.

.- Al igual que Primo de Rivera, el General Franco, perdió la oportunidad de conciliar a todos los españoles, que si bien podía ser una postura natural derivada de los horrores de la guerra en los primeros años del régimen, no lo es a lo largo de todo su extenso gobierno.

.- La utilización partidista de las Fuerzas Armadas como medio de adoctrinamiento tras la guerra civil de la población, produce la identificación de estas con el régimen, lo que se manifiesta en los años siguientes a su muerte en un rechazo a las mismas y a los valores que representan. Todo ello a pesar de haber sufrido entre sus filas una de las mayores sangrías soportadas por cualquier Ejército en el mundo occidental a manos del terrorismo revolucionario.

.- Franco fue el personaje político español más destacado del siglo XX: libró a España de una revolución y, por tanto, de una dictadura más totalitaria, la libró de un proceso de disgregación, evitó su entrada en la II Guerra Mundial y presidió la época más prolongada de paz y prosperidad que haya vivido el País desde principios del siglo XIX. A su muerte España estaba más cerca del grupo de países opulentos de Europa que nunca en estos dos siglos, y sólo muy recientemente han vuelto a recuperarse los niveles de convergencia de 1975.

.- Parece oportuno hacer referencia a algunas citas de Sánchez Albornoz en El drama de la formación de España y los españoles (1973) como elementos que nos den la pauta de lo que puede ser admisible para no alterar el signo de la historia, y como homenaje a quienes han sufrido persecución o muerte por defender la libertad o la verdad de nuestro pasado colectivo:           
"Si no olvidamos la furia enemiga con la que los españoles combatieron entre sí de 1936 a 1939 y la furia homicida con la que se mataron durante muchos meses en las dos retaguardias, podremos añadir una nueva prueba de la renovada resurrección de nuestro primitivo estilo de vida cada vez que se rompían los diques del encantamiento de la fecunda convivencia.      
Al forjar la España futura no deben olvidarse otras realidades. Vasconia y Cataluña han ordeñado y siguen ordeñando a su placer la vaca española. Galicia no ha sido oprimida por Castilla sino por sus caciques locales. Y ellos y políticos de todo el cuadrante geográfico hispano: gallegos, asturianos, vascos, catalanes, mallorquines, levantinos, andaluces, extremeños... han gobernado a España y, en primer lugar a Castilla. En un siglo, sólo tres o cuatro castellanos han ejercido muy pasajera acción sobre la vida política nacional española.   
Podrán idearse fórmulas de convivencia muy distintas para articular la España del futuro. Pero, que no se sueñe en volver a hacer a Castilla la cenicienta de la Península. Hermandad política sí, pero, con igualdad fiscal para todos los que quieran seguir siendo españoles. Y punto final al ordeñamiento de la vaca española".

.- "Hay que poner fin al monopolio nacionalista del espacio público; a la obligación de abrazar el credo catalanista, y vasquista digo yo, para poder hacer política sin ser agredido, insultado o calumniado; al encubrimiento sistemático de la corrupción bajo el velo del patriotismo".

 

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http://www.pensamientocritico.org; ponencia publicada en: Manuel Calvo-García y William L. F. Festiner, coord., Federalismo/Federalism, Dykinson, 2004, pp. 189-219.

 


[1] En Javier Villanueva, http://www.pensamientocritico.org; ponencia publicada en: Manuel Calvo-García y William L. F. Festiner, coord., Federalismo/Federalism, Dykinson, 2004, pp. 189-219.

[2] Uso esta expresión cuando entiendo que todas sus distintas ramas y familias coinciden en algo.

[3] José Luis de la Granja (2001): “La idea de España en el nacionalismo vasco”. En Antonio Morales Moya, coordinador. (2001): Nacionalismos e imagen de España. Sociedad Estatal España Nuevo Milenio. Página, 39.

[4] Este concepto de cuarta nación también está muy extendido en las corrientes de izquierda más abiertas al reconocimiento de los problemas nacionales en el estado español. A modo de ejemplo, su presencia en la obra del filósofo Manuel Sacristán, quien se refería frecuentemente a ella como “la pequeña España”.

[5] No estoy de acuerdo en esta denominación de estos territorios, aunque he de reconocer que quedan contemplados en la Constitución.

[6] Por la misma razón se debería añadir, en rigor, que Francia y lo francés son otro componente sustancial de la nación vasca en su totalidad.

[7] El deterioro del orden público en Barcelona que lo vivió de primera mano el General.

[8] González Calleja, E., “La España de Primo de Rivera”, Alianza, Madrid, 2005, p. 17.

[9] González Calbet, T y Portuondo, E., “Aproximaciónal estudio  de las élites políticas en la Dictadura de Primo de Rivera”, Cuadernos económicos de I.C.E, 1979, nº 10; “La Dictadura de Primo de Rivera. El Directorio Militar”, Madrid, Eds., El Arquero; “La Asamblea Nacional Consultiva: poder económico y poder político en la Dictadura de Primo de Rivera”, Estudios de Historia Social, nº 14, julio-septiembre, 1980.

[10] (1859-1938) Jurisconsulto y político español, n. en Astorga y m. en San Sebastián. Miembro del Partido Liberal, llegó a diputado en 1888. En 1905 fue ministro de la Gobernación con su suegro, Montero Ríos, y de Gracia y Justicia con Moret, y en 1906 ocupó la cartera de Fomento con López Domínguez. Como ministro de Estado con Canalejas negoció un tratado hispano-marroquí con el Mokri y otro con Francia, que le valieron el marquesado de Alhucemas, un título de grandeza y el cargo de senador vitalicio. Al fallecer Canalejas y escindirse el Partido Liberal, se puso al frente de la facción demócrata. Como presidente del Consejo formó gobierno en 1917, 1918 y 1922; pero fue obligado a dimitir (1923) por el golpe de estado de Primo de Rivera. Aún formó parte del ministerio Aznar, último de la monarquía.

 

[11] (o Abd-al-Krim) Dirigente de la resistencia contra la dominación colonial española en el norte de Marruecos (Tafersit, 1882 - El Cairo, 1963). Perteneciente a la tribu rifeña de Beni Urriaguel, era hijo de un cadí; tras recibir una educación en Túnez y Fez, sirvió a la administración colonial española en diversos puestos.

Sus primeras actividades contra la penetración colonial le llevaron a la cárcel en 1915. Pero fue en 1921, convertido ya en el máximo dirigente anticolonial de Marruecos, cuando organizó la sublevación general del Rif; las tropas españolas, derrotadas en Annual, hubieron de replegarse, mientras Abd-el-Krim se erigía en emir de un territorio independiente. Al extender sus ambiciones a la parte de Marruecos bajo dominio francés, provocó el entendimiento contra él entre las dos metrópolis europeas. La contraofensiva hispano-francesa, a partir del desembarco de Alhucemas (1925), llevó a la derrota de los rifeños en 1926. Viéndose próximo a caer en manos de los españoles, se entregó a los franceses tras ejecutar a todos los prisioneros de aquella nacionalidad; este último acto de guerra no hizo sino acrecentar la imagen de Abd-el-Krim como hombre cruel y sanguinario, imagen basada en las formas de lucha propias de las tribus rifeñas, pero exagerada en España por el odio al enemigo y por el secular desprecio hacia las poblaciones norteafricanas.

[12] (Fernando de los Ríos Urruti, 1879-1949) Político y escritor español, n. en Ronda (Mál.) y m. en Nueva York. Doctorado en derecho por la Central, practicó con su tío Francisco Giner de los Ríos y amplió estudios en la Sorbona. Ocupó la cátedra de derecho político en la Universidad de Madrid (1911), pero renunció a ella por sus discrepancias con la Dictadura. Afiliado al socialismo (1919), en su obra Mi viaje a la Rusia Soviética (1921) se opuso a la unión del socialismo español con el comunismo. Como miembro del Comité Revolucionario y redactor del estatuto jurídico republicano, estuvo encarcelado (1930-31). Con la República fue ministro de Gracia y Justicia y de Instrucción Pública, y embajador en Estados Unidos (1936). Escribió La filosofía política de Platón (1910), La filosofía del Derecho en Don Francisco Giner de los Ríos (1916), El sentimiento humanista del socialismo (1926), su obra capital, etc. ¿A dónde va el estado? se publicó póstumamente.

[13] Político socialista español (Oviedo, 1883 - México, 1962). Vivió desde su infancia en Bilbao, donde trabajó como periodista en el diario El Liberal, entrando en contacto con los círculos republicanos (en 1932 llegaría a convertirse en propietario del periódico). Sus preferencias políticas le orientaron hacia el socialismo, integrándose desde joven en las filas del PSOE. Se erigió en líder de la corriente reformista del partido que defendía la alianza con los republicanos y la vía socialdemócrata que representaba la permanencia en la Segunda Internacional (frente a la escisión comunista). En 1918 fue elegido diputado por Bilbao, y en 1921, miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE.

Rechazó la dictadura Primo de Rivera (1923-30), en contra de la opinión colaboracionista de Besteiro y Largo Caballero, que fue la que se impuso en el partido y en el sindicato socialista UGT. En consecuencia, permaneció retirado hasta que cayó la dictadura, y participó a título personal en el Pacto de San Sebastián (1930), encaminado a derrocar a la Monarquía.

Exiliado en Francia, regresó al proclamarse la Segunda República (1931) y participó en representación del PSOE en el primer gobierno provisional republicano como ministro de Hacienda. Más tarde desempeñó el recién creado Ministerio de Obras Públicas en el gobierno presidido por Azaña (1931-33); pero no consiguió el apoyo de su partido para ocuparse de presidir él mismo un gobierno, como le había encargado el presidente de la República, Alcalá Zamora, en 1933.

Bajo el posterior gobierno de la derecha, Prieto colaboró en la preparación de la fallida Revolución de 1934, a pesar de su oposición a la corriente revolucionaria mayoritaria en el socialismo español, que encarnaba Largo Caballero. Hubo de exiliarse de nuevo en Francia, desde donde impulsó la formación de una nueva coalición con los republicanos para desbancar a la derecha en las elecciones; así se formó el Frente Popular, que consiguió la victoria en 1936.

[14] (Lada, Langreo, 1879-Mieres, 1930) Dirigente socialista español. Militante del PSOE y de la UGT, fundó y dirigió el sindicato minero. Participó en la organización de la huelga general de agosto de 1917 en Asturias y fue alcalde de Mieres y diputado por Oviedo (1923). Tras el golpe de estado de Primo de Rivera, colaboró con la Dictadura en defensa de los intereses de los mineros.

[15] (Madrid, 1869-París, 1946) Político y dirigente socialista español. En 1890 se afilió a la UGT y 1894 al PSOE. En 1905 fue elegido concejal en Madrid. Miembro de la Comisión Ejecutiva de la UGT, fue detenido en 1909 acusado de preparar la huelga contra la guerra de Marruecos. En 1914 fue elegido vicepresidente de la UGT y en 1915 entró en el Comité Nacional del PSOE. Durante la huelga revolucionaria de 1917, estuvo en el comité de huelga, por lo que fue condenado a 30 años de prisión, pero quedó libre al ser elegido diputado (1918). Ese mismo año se convirtió en secretario general de la UGT. En 1920 se opuso a la adhesión del partido a la III Internacional. Vicepresidente del PSOE en 1928, tras proclamarse la República fue ministro de Trabajo, cargo que volvió a ocupar en el Gobierno de Azaña (1931-1933). Con la victoria de la derecha en las elecciones, dejó las posturas moderadas y propugnó un frente unido de los trabajadores. Detenido a raíz del movimiento de octubre de 1934, en 1936 fue elegido diputado por el Frente Popular. Durante la guerra civil fue presidente del Consejo de Ministros (1936-1937). Detenido en Francia por los nazis, murió al poco tiempo de su liberación.

[16] Militar y político español (San Juan de los Remedios, Cuba, 1873 - Madrid, 1953). General desde su participación en la Guerra de Marruecos en 1909, fue ministro de la Guerra en el gobierno García Prieto de 1918. Luego fue nombrado alto comisario español en Marruecos; desde ese puesto planeó la recuperación del territorio en manos de Abd el-Krim, que empezó con la toma de Xauén (1920); pero tropezó con el Desastre de Annual (1921).

Procesado y separado del servicio por sus responsabilidades, el golpe de Estado de Primo de Rivera le salvó del castigo, pues el Directorio Militar subsiguiente le amnistió y le nombró jefe de la Casa Militar del rey Alfonso XIII (1924). Tras la caída del dictador, el rey encargó a Berenguer formar gobierno (1930), con la difícil misión de dirigir la vuelta a la normalidad. Pero su «dictablanda» se enfrentó a una situación enormemente complicada: los partidos tradicionales, desarticulados por siete años de dictadura, no deseaban que se convocaran elecciones a Cortes ordinarias inmediatamente como quería Berenguer; el regreso sin cambios a la situación constitucional anterior al golpe no resultaba admisible para la opinión pública que se inclinaba progresivamente hacia opciones republicanas.

[17] (1899-1930) Capitán de Infantería español, de tendencias republicanas, n. en San Fernando y m. en Huesca. Ingresó en la Academia en 1915, sirvió en Marruecos y participó en la conspiración de la Noche de San Juan contra la dictadura de Primo de Rivera (1926), por lo que sufrió prisión durante tres años en Montjuïc. Amnistiado en 1930, dirigió, con el también capitán García Hernández, la fracasada sublevación antimonárquica de Jaca (12 diciembre 1930). Ambos fueron fusilados dos días después. Expuso su ideario político y social en su libro Nueva creación (1930).

[18] (?, 1900-Huesca, 1930) Militar español. Participó en la sublevación de Jaca de 1930 al lado del Capitán Galán. Fue condenado a muerte y fusilado.

[19] (1860-1933) Marino y político español, n. en Cádiz y m. en Madrid. Ingresó en la marina de guerra y mandó en 1921 la escuadra que actuó en la costa rifeña durante la toma de Axdir. A principios de 1923 entró a formar parte del gobierno presidido por García Prieto, como ministro de Marina. Ascendió a almirante en 1925. A principios del año 1931 fue llamado para reemplazar al general Berenguer al frente de un gobierno que fue el último de la Monarquía.

[20] González Calleja, E., “La España de Primo de Rivera”, Alianza Editorial, Madrid, 2005.

[21] Rama, C.Mª., “La crisis española del siglo XX”, 3ª edición., Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1976.

[22] Raymond Carr, “Militares y política en la España contemporánea”, Historia 16, nº 2, junio de 1976, p. 43.

[23] Busquets, J., “Pronunciamientos y golpes de estado en España”, Barcelona, Planeta, 1982; Cardona, G., “El problema militar en la España contemporánea”, Madrid, Siglo XXI,1983; Ballbé, M., “Orden público y militarismo en la España constitucional (1812-1983), Madrid, Alianza, 1983.

[24] (Karditsa, 1883-Atenas, 1953) Militar y político griego. Partidario de Venizelos, combatió en la guerra con Turquía (1920-1922) y fue uno de los dirigentes de la revuelta que causó a la abdicación de Constantino I (1922). Se opuso a Metaxás. Primer ministro (1945), tuvo que dimitir ante las denuncias sobre su pasividad durante la guerra. Fundador de la Unión Nacional Progresista, a cuyo frente volvió a presidir el Gobierno en 1950 y 1951-1952.

[25] (1878-1952) General y político griego, n. en Salamís y m. en Atenas. Oficial de alta graduación en la campaña de Macedonia (1914-18) y jefe de Estado Mayor (1918-20), tomó parte en el destronamiento del rey Constantino (1922) y desempeñó los ministerios de Orden Público y de la Guerra (1924). Erigido en dictador por un golpe de estado incruento (1925), fue derrocado por el general Condylis (1926) y estuvo detenido hasta 1928. Por dos veces se hizo sospechoso de participar en intentos insurreccionales (1930, 1932) y estuvo sometido a arresto domiciliario (1936-41). Acusado en 1944 de colaboracionismo con los ocupantes, nazis, vivió alejado de la política hasta su muerte.

[26] Militar y político griego (Ítaca, 1871 - Atenas, 1941). Nacido en una de las familias más acomodadas de las islas Jónicas, estudió en la Academia Militar de Berlín. Participó en la Guerra Greco-Turca de 1897 y llegó a ser jefe del Alto Estado Mayor griego durante las Guerras de los Balcanes de 1913.

De esa época data su enfrentamiento con el primer ministro Venizelos, recrudecido al estallar la Primera Guerra Mundial (1914-18): Metaxas apoyaba la línea de neutralidad del rey Constantino I, debido a la tendencia germanófila de ambos; pero Venizelos deseaba entrar en la guerra de parte de los aliados, para obtener ampliaciones territoriales a costa de Bulgaria y del Imperio Otomano.

Venizelos impuso su línea invitando a los aliados a desembarcar en Salónica, comprometiendo a Grecia en la contienda, haciendo abdicar a Constantino y confinando a Metaxas en Córcega (1917). Regresó a Grecia tras el fin de la guerra y la reposición de Constantino (1920). Bajo el reinado de Jorge II llegó a ser primer ministro en 1936.

Cuatro meses después dio un golpe de Estado e implantó una dictadura que mantuvo hasta su muerte: liquidó los partidos y el Parlamento y reprimió los movimientos sociales, aludiendo a la necesidad de frenar la amenaza comunista. A pesar de su simpatía ideológica hacia el fascismo de Mussolini, buscó en la alianza con Gran Bretaña la garantía frente a posibles agresiones (sobre todo después de la invasión de la vecina Albania por Italia en 1939); intentó mantener a Grecia neutral en la Segunda Guerra Mundial (1939-45), pero la invasión italiana (1940) no le dejó más alternativa que luchar en defensa de la independencia griega.

Sorprendentemente, su ejército resistió a los italianos en la frontera, lo cual obligó a Alemania a posponer la invasión de la Unión Soviética para acudir en apoyo de los italianos y ocupar Grecia (1941), cuando el dictador ya había fallecido.

[27] (1859-1938) Militar y político rumano, n. en Ismail y m. en Bucarest. Voluntario de la Guerra Ruso-Turca (1877-78), ascendió a general, fue ministro de la Guerra (1906-07), jefe de Estado Mayor en la II Guerra Balcánica (1913) y comandante en jefe del ejército rumano en la I Guerra Mundial. Derrotada Rumania, fue designado primer ministro para llevar a cabo las negociaciones de paz con las Potencias Centrales, pero dimitió antes de aceptar las condiciones impuestas por los alemanes vencedores. Volvió a asumir la jefatura del Gobierno en 1920-21 y en 1926-27.

[28] (1867-1935) Mariscal y político polaco, nacido en Zulow, cerca de Vilna (Lituania), y fallecido en Varsovia. Fue expulsado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Jarkov por sus actividades revolucionarias y desterrado (1887-92) a Siberia por una supuesta conspiración contra la vida del zar. A su vuelta a Polonia, fundó el Partido Socialista Polaco y editó un periódico clandestino, Robotnik (El Trabajador).

Acaudilló la campaña terrorista polaca durante la primera Revolución Rusa (1904-05) y en 1905 dirigió un movimiento socialista encaminado a conseguir la libertad por la guerra. Organizó e instruyó un ejército de voluntarios en Galitzia y en 1914 se puso al lado de Alemania y Austria en contra de Rusia en la I Guerra Mundial, esperando conseguir de este modo la independencia de su país. En 1916 resignó el mando del ejército polaco como protesta por la intervención de Austria y Alemania en Polonia. En 1917, al reconocer el Gobierno provisional soviético la independencia de Polonia, dimitió su cargo en el Consejo de Estado, intervino por Alemania y Austria.

Apresado y recluido en Magdeburgo, fue liberado en noviembre de 1918 al derrumbarse las Potencias Centrales. Volvió a Varsovia, donde fue nombrado jefe de Estado y comandante en jefe del Ejército de la República Polaca. En 1922, aprobada la Constitución, se retiró a la vida privada. Cuatro años más tarde preparó un golpe de estado en Varsovia, colocó a Bartel en la jefatura del Gobierno y se reservó el ministerio de la Guerra. Oficialmente primer ministro y ministro de la Guerra (1926-28, 1930-35), se erigió en árbitro de la política interior y exterior de Polonia hasta su muerte.

 

[29] Ben-Ami, S., “Las dictaduras de los años veinte”, en Mercedes Cabrera, Santos Juliá y Pablo Martín Aceña (comps), “Europa en crisis (1919-1939)”, Madrid, Ed. Pablo Iglesias, 1991, p. 49.

[30] González Calleja, E., Idem, p. 23.

[31] Otras iniciativas similares fueron la Legión Nacional impulsada desde finales de 1922 y la primavera de 1923 por el diario maurista “La Acción”, la aparición de “La Palabra” en Barcelona y la organización del grupo semifascista “La Traza”.

[32] Perucho, A., “Catalunya sota la Dictadura (Dades per a la Història), Barcelona, Proa, 1930.

[33] González Calleja, E., Idem, p. 100.

[34] Puig i Cadafalch declaró que “entre un hecho extralegal y la corrupción del sistema” la Lliga optaba por lo primero

[35] El polémico Decreto de “Defensa de la Unidad Nacional” derogado el 28 de Junio de 1930.

[36] Instituciones religiosas cerradas por orden del Gobernador Civil Carlos Losada el 21 de setiembre de 1923.

[37] (1873-1946) Político, jurisconsulto y escritor español, hijo del literato Manuel Ossorio y Bernard, nacido en Madrid y fallecido en Buenos Aires. Titulado en la Universidad Central, presidente de la Academia de Jurisprudencia y del Ateneo de Madrid y decano del Colegio de Abogados, fue uno de los más celebrados abogados de la época. Su carrera política dentro del Partido Conservador -gobernador de Barcelona (1909), ministro de Fomento (1917)- quedó truncada por la Dictadura de Primo de Rivera (1923-30), de la que fue enemigo declarado, y acabó mostrándose partidario de la abdicación de Alfonso XIII (1931) y apoyando con decisión a la naciente II República.

Durante ésta ingresó en las Cortes Constituyentes (1931), presidió la comisión jurídica encargada de redactar el anteproyecto de la nueva Constitución y representó a su país en Bélgica, Francia y Argentina. Acabada la Guerra Civil (1936-39), afincó en Buenos Aires, donde formó parte como ministro sin cartera del Gobierno en el exilio de Giral (1945).

Fecundo escritor, particularmente en los últimos años de su vida, publicó El alma de la toga, El divorcio en el matrimonio civil, Cartas a una señora sobre temas de derecho político y, en el exilio, Orígenes próximos de la España actual, Anteproyecto del Código Civil boliviano (1943), La reforma del Código Civil argentino, Los fundamentos de la Democracia Cristiana (1944), La gracia (1945), La España de mi vida, Mis memorias (1946) y, póstumamente, Los derechos del hombre, del ciudadano y del estado (1946) y Diálogos femeninos (1947).

[38] (Madrid, 1897- id., 1986) Político y escritor español. Catedrático de las universidades de Oviedo y Madrid, fue diputado monárquico en las Cortes constituyentes (1931) e impulsó la creación del Bloque Nacional (1934). Intervino en los momentos iniciales de la guerra civil como enlace de Sanjurjo y en las relaciones con Italia. Ocupó el cargo de ministro de Educación Nacional (1938-1939) en el primer Gobierno de Franco, del que dimitió al acabar la guerra por discrepancias con el régimen. Marchó a Portugal como consejero de Juan de Borbón y no regresó a España hasta 1969. De su intensa labor de investigación destacan: Don Bartolomé José Gallardo y la crítica literaria de su tiempo (1921), La mística española (1956) y Espiritualidad española (1961). En 1978 publicó Testimonio y recuerdos, y en 1986, Visión de España.

[39] González Calleja, E., Idem, p. 105.La reunión de 8/9 de enero de 1924 de miembros de la UMN y otras “fuerzas vivas” con Barrera y Primo de Rivera, Cit. Perucho, 1930

[40] González Calleja, E., Idem, p. 110.

[41] Roig i Rosich,J. P, “L´impacte en el mon cultural”, L´Avenc, nº 72, Jun, pp 70-74. Cit. González Calleja, E., Idem, p. 110.

[42] (Vilanova i la Geltrú, 1859-Barcelona, 1933) Político catalán. Se integró en el movimiento Solidaritat Catalana y en 1907 fue elegido diputado nacional, por lo que hubo de renunciar a su carrera militar. En 1922 creó el partido Estat Català, destinado a agrupar el catalanismo radical y de izquierdas. Exiliado durante el período en el que dirigió el Gobierno el general Primo de Rivera, en 1926 intentó entrar en Cataluña al frente de una partida para promover un levantamiento general, pero fue detenido por la gendarmería francesa. Regresó a Cataluña en 1931 e integró su partido en Esquerra Republicana. En 1931 proclamó el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Tras una serie de negociaciones, aceptó transformar el Gobierno de Cataluña en Gobierno de la Generalidad de Cataluña y elaborar un estatuto de autonomía. Elegido presidente de la Generalidad en 1932, se esforzó en reflejar el ideario autonómico de su partido desde su acción de gobierno, que concluiría con la derrota electoral de su partido (noviembre de 1933).

[43] Escuadrones, grupos o pelotones.

[44] José Ortega y Gasset - El Sol, 15 de noviembre de 1930

[45] Nacido como Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco y Bahamonde Salgado Pardo en Ferrol (La Coruña), se graduó en la academia militar de la ciudad de Toledo. A la edad de 23 años, por méritos de guerra, se convirtió en el comandante más joven en el ejército español. Tras continuar su vertiginosa carrera militar, plagada de éxitos en las campañas de Marruecos, se convirtió en general de brigada en el año 1925, por nombramiento del Rey Alfonso XIII, siendo el más joven en toda Europa con esa graduación.

de dirigir, asesorando al ministro Diego Hidalgo, las operaciones de represión de la revuelta, aunque el Jefe del Estado Mayor era el general Masquelet. En 1935 cuando Gil-Robles asume la cartera de Guerra, Franco es designado jefe del Estado Mayor Central. Tras las elecciones de febrero de 1936, vuelve al poder Manuel Azaña, al frente del recién creado Frente Popular. Ese mismo año destituye a Franco de su cargo como jefe del Estado Mayor y se le envía a Santa Cruz de Tenerife como Comandante General de las islas Canarias. Tras el asesinato de José Calvo Sotelo, líder de la oposición, Franco se suma a los preparativos para la sublevación militar que se estaba gestando por parte de los generales Sanjurjo y Mola, iniciada el 17 de julio. El 18 de julio de 1936 se traslada desde Las Palmas de Gran Canaria a Tetuán (Marruecos), donde llega a las siete de la mañana del día 19, tras una larga escala en Casablanca, para ponerse al frente de las tropas sublevadas del Protectorado español de Marruecos. Este viaje lo realiza a bordo de una aeronave De Havilland modelo Dragón Rapide, alquilada en el aeropuerto de Croydon en Londres por el corresponsal del diario ABC en aquella ciudad Luís Bolín.( http://es.wikipedia.org)

[46] Moa, P., “Una Historia Chocante”, Ediciones Encuentro, Madrid, 2004, pp. 339 y ss.

[47] Al morir el rey Martín "el humano" en 1412 sin descendencia, se inicia el período denominado "Interregno". El llamado Compromiso de Caspe, resolvió pacíficamente la situación de vacío monárquico.

La importancia de la Corona de Aragón, que comprendía los territorios de Aragón, Cataluña, Valencia, Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia, hizo aparecer muchos pretendientes al trono.

En la primavera de aquel año, se reúnen en la localidad de Caspe representantes de los tres reinos principales de la Corona: tres compromisarios por Aragón, tres por Cataluña y tres por Valencia y por votación eligen como sucesor real al infante don Fernando de Antequera, que pertenecía a la dinastía castellana de los Trastámara.. Otros grandes personajes históricos intercedieron en este acontecimiento, Berenguer de Bardaxi, el Papa Luna o San Vicente Ferrer.

Fernando I reinaría en los territorios de la Corona de Aragón entre 1412 y 1416. Este Compromiso de Caspe evitó la guerra, fue una solución pacífica al problema del derecho de sucesión pactada con ecuanimidad, y en la memoria de los aragoneses quedó como ejemplo histórico de concordia y acierto político.

[48] (Reus, 1901-Guadalajara, México, 1980) Dirigente obrero español. Militó en la CNT y fue miembro del grupo Los Solidarios. En la República lideró la FAI y en 1932 preparó la insurrección del Alto Llobregat. Durante la guerra civil (1936-1939) fue ministro de Gracia y Justicia del Gobierno de Largo Caballero y adoptó una postura conciliadora ante los enfrentamientos de mayo de 1937 en Barcelona.

[49] Garmendia, J. M., “Historia” p107., Cit. Moa. P., “Una Historia chocante”, Ed. Encuentro, Madrid, 2004, p. 504.

[50] Realizada entre diciembre de 1966 y marzo de 1967. Moa, P., “Una historia chocante”, Encuentro, Madrid, 2004, p. 505.

[51] “El relato de Sarasqueta, acompañante de Txabi, no hace concesiones a la hagiografía. Echevarrieta disparó por la espalda a un hombre agachado y lo remató cuando yacía en el suelo, boca arriba. No fue un enfrentamiento (...), sino un asesinato, como el del nazi que dispara sobre la nuca del judío arrodillado(...): tiro por la espalda y, si es posible, con la víctima maniatada.” Juaristi, J., “Sacra Némesis. Nuevas historias de nacionalistas vascos”, Madrid, Espasa, pp. 114 y ss. Cit. Moa, P., “Una historia chocante”, Encuentro, Madrid, 2004, p. 507.

[52] Txabi fue abatido por la Guardia Civil poco después al salir de la casa del cura. Sarasqueta cayó detenido algo más tarde y, condenado a muerte, la sentencia le fue conmutada.

[53] (María Carolina de Borbón-Sicilia, duquesa de Berry; Caserta, Italia, 1798-Brünssee, Austria, 1870) Princesa francesa. Primogénita de Francisco I, rey de las Dos Sicilias, casó con el duque Carlos Fernando de Berry (1816), del que tuvo dos hijos, uno de ellos póstumo. Exiliada de Francia en 1830, volvió al país en 1832, pero fracasó en su intento de organizar una sublevación contra Luis Felipe.

[54] (Enrique de Borbón, duque de Burdeos, conde de Chambord; París, 1820-Frohsdorf, Austria, 1883) Príncipe francés, hijo póstumo del duque de Berry, segundo hijo de Carlos X. A la muerte de éste (1836), se proclamó pretendiente legitimista al trono de Francia con el nombre de Enrique V. La Restauración y su ascenso al trono estuvo a punto de producirse cuando Francia fue gobernada por una Asamblea Nacional de mayoría monárquica (1871), e incluso se llevó a cabo la fusión entre los legitimistas y los orleanistas (1873). La actitud intransigente del conde de Chambord, negándose a admitir cualquier tipo de condiciones, frustró esta posibilidad. Con él se extinguió la rama primogénita de los Borbones.

[55] Fueron cuantiosas las ayudas económicas recibidas y varios los legitimistas extranjeros que lucharon en el bando carlista durante la guerra de los Siete Años, como muchos fueron los carlistas – sobresalen los nombres de Rafael Tristany, José Borges o Francisco Savalls- que combatieron en Italia entre 1840 y 1872. El conde francés Henri de Chathelineau, en particular, constituye un excelente ejemplo de la movilidad blanca.

[56] El miguelismo fue marginado en el mapa político portugués a mediados del s.XIX; la unificación rompió la resistencia al ascenso del liberalismo integrador italiano y, asimismo, el legitimismo francés recibió un duro golpe como consecuencia del grand refus de 1873 y, más adelante, con la muerte del conde de Chambord, el pretendiente Enrique V, adhiriéndose al conde de París o a los “blancos de España” o, simplemente, sucumbiendo a la desmovilización.

[57] Moa, P.,  http://libros.libertaddigital.com

[58] Moa, P., http://libros.libertaddigital.com