Estas Navidades son las primeras que tú familia, de la que me siento miembro adoptivo, pasa estas fiestas sin tu presencia física pero sí espiritual. Con motivo de tu partida hacia el más allá, cuando Dios lo estimó oportuno, nos dejaste un gran vacío que en mi ha supuesto carecer del camarada y Jefe que me orientaba y aconsejaba en las actividades propias de la milicia. No encuentro mejor forma de recordar a tan gran Jefe que repetir las mismas palabras que te dediqué cuando nos dejaste:
“No se me ocurre mejor dedicatoria para un Jefe, un padre y un camarada que la de recordar unas palabras de Miguel Ortego Agustín, para “El camino Español”, inmortalizando lo que significaba y aún significa para quien conoce el auténtico significado de camarada, aunque sea para dedicárselo a un artillero que, en aquella época, iba a vanguardia de todas las unidades siendo un verdadero infante al cañón pero que era tratado, en verdad, como un técnico no propio de la Infantería española pero constituyente en las batallas de aquella.
“Camaradería puede ser una de las palabras más recurridas de la historia y, como tantas otras aquilatadas en lances de armas, también ésta es española. El término que designa universalmente la fraternidad entre soldados nace como institución única y ejemplar hace cuatro siglos: “las camaradas” de los Tercios Viejos.
A diferencia del “contubernio” romano –al que no dejaban de emular– las camaradas carecían de carácter orgánico, pero sin la ligazón transversal de estas agrupaciones para hacer rancho común sin más criterio que el azar o el paisanaje, aquella infantería nunca hubiera llegado a funcionar con la eficacia y combatividad que la hizo legendaria.
Las camaradas fueron un poderosísimo factor de cohesión interna que diferenciaba a nuestros Tercios de otros ejércitos de la época. No respondían a ningún requisito de formación o destino y su dimensión era antes emocional que táctica, pues llegarían a significar mucho más que un mero acuerdo de logística gregaria, prevaleciendo su legado hasta nuestros días. Ocho o diez compañeros de armas compartían la misma “cámara” o habitación alquilada, contribuyendo a los gastos comunes. En campaña, la camarada se mantenía adaptándose a las nuevas circunstancias desde el esfuerzo solidario de cada uno de sus miembros, estableciéndose cometidos de interés: uno hacía de despensero, otro tesorero, otro buscaba leña, otro cocinaba, otro trapicheaba…etc.
Así daba cuenta a su respectiva “Signoria” un embajador veneciano informando, a principios del XVII, de una de las razones de la fortaleza de los Tercios Viejos.
“Hacen la “camareta”, esto es, se unen ocho o diez para vivir juntos dándose entre ellos fe y juramento de sustentarse en la necesidad y en la enfermedad como hermanos. Ponen en esa camareta las pagas reunidas y proveyendo primero a su vivir y después se van vistiendo con el mismo tenor, el cual da satisfacción y lustre a toda la compañía”
Cuando era necesario distribuir paño, víveres o cualquier otro socorro o pertrecho que asistiera la penuria de las tropas, sargentos y sargentos mayores de compañía daban la instrucción “repártase por camaradas” para que fuera ecuánime. Ante las camaradas no cabían argucias de acaparadores… por la cuenta que a estos traía. No obstante las situaciones de campaña, en el contexto general de nomadismo militar en el que debe entenderse el despliegue de los Tercios, ya fuera a lo largo del Camino Español, en las galeras del Mediterráneo o en las plazas fuertes, fortalezas y presidios que jalonaban las fronteras de los Habsburgo, mayoritariamente los soldados no estaban acuartelados, sino que vivían en “régimen de camaradas”.
De la raigambre de la institución da idea el que oficiales y Maestres de Campo tenían también sus propias camaradas. La del capitán, formada por soldados viejos bien acreditados y poco pendencieros, añadía la ventaja de mantenerle al tanto de la moral y estado de ánimo de la tropa al mando de la compañía. La del alférez actuaba como una suerte de guarda privada que le protegía de los muchos peligros que implicaba su cometido de portar la enseña durante el combate. Los más modernos estudios de psicología del combate coinciden en que la motivación profunda del soldado, más allá de los espacios comunes de la patria, los grandes ideales o incluso la bandera, vinculan la implicación en la lucha y la aceptación de los sufrimientos y penalidades a algo mucho más tangible y próximo. En este sentido las camaradas refrendaban a cada combatiente la convicción, constatada en la práctica, de formar parte de algo más grande que ellos mismos.
Las camaradas podían asumir también un carácter benéfico o, más en terminología de nuestros tiempos, de “protección social”. Así se “sugería” que los oficiales asumieran en sus camaradas aquellos soldados con menos posibilidades para recuperar sus maltrechas haciendas o completar su equipo con el dinero que ahorraban, siendo relevados de la mesa por otros compañeros necesitados una vez superado el mal momento. Todo un ejemplo de solidaridad para aquellos soldados profesionales, sin el que resulta impensable concebir situaciones como las que cita Quatrefages en la carta que los soldados de Flandes dirigen a los amotinados de Alost pidiéndoles que, pese a haberse salido de disciplina por el prolongadísimo impago de haberes y otras penurias acumuladas, retomasen las armas para socorrer a los sitiados en Gante por los herejes:
«Siendo como somos… en la afición propios de hermanos… prometemos como Españoles y juramos como cristianos… de morir por ellos… porque Españoles pelear tienen por gloria y vencer por costumbre. Pues vamos señores por amor de Dios a socorrer el castillo de Gante donde están nuestros amigos y hermanos.”
Ni que decir tiene que a los amotinados les faltó tiempo para tomar toledanas, vizcaínas, picas y arcabuces partiendo con la mayor diligencia en socorro de Gante para, una vez liberada la plaza, tornar a su amotinamiento en reivindicación de haberes y compromisos incumplidos. Esta situación habría sido absolutamente impensable –lo es aún hoy en día, o quizá más hoy en día – en otra Infantería que no fuera la Española de aquellos siglos terribles y maravillosos.”
Pues esto es, mi General, tío y camarada, lo que eran y deberían seguir siendo “las camaradas”, como forja y crisol de lo que hoy entendemos por camaradería. Más allá del preciso origen y significado de ambos términos, a todos consta que han sido asimilados por fuerzas armadas de muchos otros países y aún como jerga de aproximación en partidos políticos, sindicatos, y regímenes afines. Huelga decir que toda semejanza de estas acepciones con la camaradería inspirada por nuestros antepasados españoles en la profesión de las armas no es tanto mera coincidencia como oportunista y espuria apropiación indebida.
Así que te ofrezco como último acto de camaraderia y en contacto con Dios, presente en todos tus Belenes, todo el trabajo que hiciste con tanto entusiasmo y que yo humildemente te formatee e informatice, tanto por el homenaje a las creencias nuestras y de nuestros antepasados como a nuestra amistad disfrutada durante más de veintitrés años, iniciada en tierras almerienses cuando me apoyaste en la corrección y finalización de esta obra que ve la luz ahora, de nuevo, por honrar el contenido profundo de tan hermosa palabra para que sea administrada conforme a su dignidad, que es la nuestra, reservándola así para quienes realmente sean merecedores de ella en los Ejércitos actuales y futuros como eres tú, mi Jefe y Camarada.“
Quique