El patriotismo, tal como hoy lo entendemos y nos lo define la Real Academia Española «amor a la Patria, sentimiento o conducta propios del patriota» podemos decir que ha existido, existe y existirá mientras el hombre sea hombre, pues no cabe duda de que con mayor o menor intensidad de amor y con mayor o menor extensión del concepto patria, del que como es sabido se deriva y hacia dónde se dirige, el hombre ha amado, elevado y defendido a su solar, pueblo, ciudad o comunidad superior, según fuera la organización político-social de la época. Parece ser que sólo los primitivos pueblos nómadas carecían de este sentimiento concreto de relacionar a la patria con su lugar de nacimiento y aun así no les faltó otro muy semejante a aquel entendido o referido como amor o fidelidad al clan, tribu, hueste u horda. Este mismo sentido, de universalidad del concepto, lo suscribe Arencibia Torres y afirma que:
«El patriotismo, como sentimiento natural, innato, a pesar de las corrientes universalistas de ciertas ideologías supranacionales, representa una fuerza de carácter étnico, geográfico, religioso e histórico, presente en todos los hombres, en mayor o menor intensidad, pero que en tiempos de guerra sale a relucir en toda su magnitud, además de que su exaltación es susceptible de alcanzar extremos insospechados.»
El concepto o idea de patria ha variado mucho con el paso del tiempo, pues desde la antigüedad en que frecuentemente era identificado con los dioses o hados de las ciudades, pasando por la idea romana de «patria común» única para todos los ciudadanos del Imperio y posteriormente por la feudal, medieval y romántica muchos y profundos han sido los cambios experimentados.
En este momento poco nos importan los distintos matices que en cada época histórica haya podido tener este concepto, lo que de verdad nos interesa, ahora, es constatar, que cualquiera que fuera el alcance de este siempre ha engendrado en sus ciudadanos un sentimiento de afecto e interés por su grandeza y supervivencia que los llevaba a la lucha por su defensa e incluso al sacrificio si era necesario.
Y así podemos afirmar que patriotas fueron, cada uno en su tiempo: lndibil y Mandonio al oponerse a romanos y cartagineses, los habitantes de Sagunto y Numancia al defender sus ciudades del ataque de los romanos, Guzmán el Bueno y Moscardó al no entregar respectivamente las fortalezas de Tarifa y Toledo, y Daoíz y Velarde al levantarse en armas contra la invasión francesa. Todos ellos fueron patriotas, obraron por y con patriotismo, y sin embargo el concepto de patria era bien distinto en todos ellos.
El profesor Blanco Ande en un interesantísimo libro que deberían leer muchos políticos y periodistas para no confundir estos términos, hace un extenso repaso de los cuatro conceptos que dan título a su obra (Estado, Nación, Pueblo y Patria) según muy diversos y variados autores, dedicando al final del capítulo quinto «El pueblo y la patria» un apartado al patriotismo del que considero conveniente extraer algunas ideas. La primera de ellas se refiere a la interacción de los términos patriota y nacionalista, que a su modo de ver resulta:
«Evidente habida cuenta, dice, que todo ciudadano que ama a su Patria es un nacionalista, y viceversa… y a continuación recoge una cita de Horace B. Davis para quién el nacionalismo significa preocupación por los intereses de una comunidad particular, mientras que el patriotismo puede significar esto, o bien preocupación por los intereses de un Estado particular. Ni el nacionalismo, ni el patriotismo tienen que ser necesariamente agresivos; pero si lo fuesen, especialmente, si toman formas de jingoísmo o de chovinismo, se consideran viciosos.» Posteriormente señala que, según Busquets:
«El patriotismo nacional comienza a desarrollarse con la Ilustración y que el patriotismo español surge con la Guerra de la Independencia, toda vez que fue prácticamente un plebiscito demostrativo de que España, había llegado a la madurez como Patria y como Nación —como así se proclamó en las Cortes de Cádiz.»
Finalmente, para no extenderme demasiado en la cita, añadiré que según Blanco Ande, el amor a la Patria, es decir el patriotismo:
«Es derecho, pero también deber, sin que nadie, individual ni colectivamente, se considere monopolizador de dicho sentimiento.»
Considero oportuna esta cita pues me recuerda, no sin tristeza, que es relativamente frecuente ver como se usan estos conceptos y los símbolos de la patria, especialmente su bandera, supongo que como arma provocadora, en momentos y lugares totalmente impropios, tales como acontecimientos deportivos, sobre todo cuando compiten equipos de diferentes comunidades, en los que hinchas, de uno u otro equipo o de los dos, enarbolan aquéllas, no sé exactamente con qué finalidad o al menos yo no alcanzo a entenderla, como no sea en un exceso de patriotismo totalmente fuera de lugar o con ánimo de provocar o molestar al equipo contrario y a sus seguidores. Lo que, si viene al caso, es otra cita del mismo autor, pero de otro de sus libros, donde insiste en que:
«El patriotismo ha de suponer una actitud de amor a la Patria, no como rechazo de lo foráneo, sino más bien como actitud reflexiva de limitación de los grados de afectividad.»
Lo que nos da pie para mencionar, ya que no merece mayor atención por nuestra parte, y rechazar, por pernicioso y contrario a los fines que supuestamente persigue, al «patrioterismo», alarde excesivo e inoportuno de patriotismo que normalmente produce efectos contraproducentes. El catedrático García Morente escribía en la Revista Ejército, por la primavera de 1942:
«Que el patriotismo no puede reducirse a un sentimiento, amar a la Patria, sino que es además una virtud o hábito moral y como tal consiste en tener expeditos y flexibles en el alma los resortes de las reacciones con que debemos responder a las demandas de la Patria. Considera, que, si bien como sentimiento no es susceptible de ser exigido como virtud, no sólo es posible, sino que, debe exigirse, así como también cultivarse y educarse. Estima que para con la Patria tenemos obligaciones objetivas y que precisamente en cumplirlas debidamente consiste la virtud del patriotismo —sintamos o no sintamos el sentimiento de amor a la Patria.»
En las RROO el amor a la patria o patriotismo está presente en gran número de artículos, pero de una manera muy especial en los 23 primeros que constituyen su Título primero de la «Institución militar». En el primero de ellos, se señala que el cumplimiento del deber de sus miembros tiene que estar inspirado «en el amor a la Patria, y en el honor, disciplina y valor», y comentábamos entonces parecía se quisiera dejar patente, desde un principio, la importancia de estas cuatro virtudes. Ahora añadimos que de las cuatro está clara mente destacada la primera de ellas. Su sintaxis es clara, la coma colocada a continuación de la palabra patria nos lo señala, es como si nos dijera «y además» en el honor… Y es que el amor a la patria es la verdadera característica de la vida militar. Con esta afirmación no invalidamos nada de cuanto llevamos dicho sobre la importancia y necesidad del resto de las virtudes militares. Simplemente queremos señalar que no se concibe un ejército moderno en el que tanto sus miembros a nivel individual, como la Institución en el colectivo, no basen su hacer en el más acendrado patriotismo.
Podría faltar o escasear cualquiera de las otras virtudes, incluso la disciplina, y continuaría siendo ejército, aunque no todo lo eficaz y modélico que sería deseable, pero si falta el amor a la patria se puede decir que es cualquier cosa menos ejército. (En función del predominio de una u otra de las virtudes restantes podría ser: una comunidad de ascetas o una compañía de ballet, si predomina la disciplina; una asociación de hijosdalgo, si el honor; una reunión de filántropos, si el compañerismo; una banda de matones, si el valor, etc.).
En similar sentido respecto de la imprescindibilidad del amor a la Patria para los miembros de las Fuerzas Armadas, se han pronunciado diversos autores como, por ejemplo: el general Jiménez Riutort, según el cual:
«El comportamiento del militar debe basarse en el sentido del deber, el convencimiento de la importancia de su misión y, sobre todo, en el amor a la Patria, que es el fundamento de los ejércitos.»
El tantas veces citado coronel Arencibia Torres quien, refiriéndose a una frase que se le atribuye al político Canalejas en la que, al parecer, consideraba que el militar debiera ser más patriota que los demás o no era un buen militar, matiza que:
«Los militares no capitalizan el patriotismo, ni lo han capitalizado en época alguna. Lo que sí es cierto es que están obligados a vivirlo con la mayor intensidad posible… el patriotismo tiene que ser la principal motivación y motor de la vocación militar, lo que, forzosamente, no tiene que suceder en otras profesiones…» Y también el profesor Blanco Ande quien considera que «el militar defiende a la sociedad por amor a la Patria», concisa y precisa expresión que encierra en tan breves palabras lo que muchas veces es difícil contener en un tratado completo. Siguiendo con el articulado de las RROO, al que por cierto a estas alturas ya tenemos bastante trillado, pasamos, rápida y sucesivamente, al número dos que nos señala cual debe ser la aplicación o utilización que debe darse a las Fuerzas Armadas «están exclusivamente consagradas al servicio de la Patria» al número tres, en el que se marca la razón de ser y la misión de estas y al 18 que responsabiliza a la Institución militar de:
«La custodia, honores y defensa de la bandera, como símbolo de la Patria y de su unidad.»
Para finalizar este recorrido por las RROO en pos de lo en ellas referido al patriotismo, nos detenemos en el artículo 186 que señala como el más fundamental deber de todo militar:
«Estar siempre dispuesto a defender a la Patria, incluso con la ofrenda de la vida cuando fuera necesario, remachando una vez más la prioridad que para el militar debe significar siempre su Patria.»
En este punto, me parece oportuno relacionar esta expresión «cuando fuera necesario» con lo que se decía, al tratar del cumplimiento del deber, respecto a la dificultad de medir éste, por estimar que sólo criterios de amor y generosidad se consideran aptos para ello.
Traigo esto a colación en este momento, porque yo me pregunto, ¿quién puede determinar, llegado el caso, la necesidad de dar la vida como se nos exhorta?, ¿los jefes?, ¿los políticos?, los compañeros?, ¿los subordinados?, ¿los periodistas?… Pienso que ninguno de ellos, pues entiendo que nadie, por mucha autoridad civil, política, militar o moral de que esté investido, puede ni debe determinar cuándo es necesario que «otro» entregue su vida, aunque sea por el bien de la patria. Considero que sólo uno mismo, ante Dios y su conciencia, en virtud de su propio sentido del deber fruto de su amor a la Patria, es quien ha de determinar, llegado el caso, si es el momento o circunstancia en el que debe hacer entrega su vida.
De los tres textos o compendios de moral—Decálogo del Cadete, Código Legionario y el Paracaidista, elegidos como base y guía de estos comentarios sólo el primero de ellos, el Decálogo del Cadete, hace una clara mención al patriotismo en su punto o artículo primero.
«Tener un gran amor a la Patria…, exteriorizado en todos los actos de la vida.»
Lo que constituye una auténtica novedad para la época en que fue escrito (entre los años 1928 y 1930) sobre todo teniendo en cuenta que, en su principal fuente de inspiración, las Ordenanzas de Carlos III entonces vigentes, prácticamente no se menciona la idea de servicio a la patria. Pudiendo afirmar, por lo tanto, que este artículo primero del Decálogo del Cadete es el antecedente directo del artículo uno de las actuales RROO.
Se ha dicho muchas veces que los grandes enemigos del patriotismo son: los nacionalismos disgregadores, estrechos, pueblerinos, cortos de miras, en una palabra, racistas y excluyentes en la mayoría de los casos; y los supranacionalismos absorbentes e integradores que buscan la unión de otras naciones, para hacer frente a los grandes problemas actuales difíciles de afrontar y superar por los diversos países individualmente. Sin embargo, creo, que por lo que respecta a las Fuerzas Armadas españolas, ninguno de los dos citados enemigos lo han sido realmente. Respecto del primero de ellos podemos decir con Fusi, que:
«Nunca ha habido en nuestro país un nacionalismo español que se haya basado en la exaltación del pueblo como comunidad étnica.»
Aunque por otra parte el mismo autor no deja de reconocer que en el siglo XX hizo su aparición un nacionalismo español unitario y ultra-españolista que no sólo no creó problemas para el Ejército si no que hizo de éste la garantía de la unidad nacional. Este nacionalismo nace prácticamente al mismo tiempo (finales del siglo XIX) que los llamados nacionalismos periféricos (catalán, vasco y gallego) y sin que éstos fueran una reacción de las regiones contra el centralismo del Estado, débil, pobre y prácticamente inexistente en la mayoría de las regiones. En cualquier caso, en el entorno de las Fuerzas Armadas la característica fundamentalmente integradora del nacionalismo o patriotismo español anula la acción disgregadora de los nacionalismos llamados periféricos. Ha sido en el último cuarto de siglo XX cuando se han desatado los mayores peligros sobre la idea de patria y el patriotismo, pese a los recientes y tímidos intentos que para su recuperación parece se apunta en algunos sectores. No hay que olvidar la absurda y extravagante moda, que debería ya remitir, de políticos y periodistas, que, por no citar la palabra patria o su nombre, España, hacían verdaderos dibujos y juegos malabares para referirse a ella, sustituyéndola por: el país, el Estado español, el Estado central u otras absurdeces. Lo que, unido al furibundo ataque de los nacionalismos, a la pusilánime actitud de los gobiernos, al incremento, en su día, de los insumisos y objetores, y por si fuera poco a la nueva orientación que se dio a las Fuerzas Armadas, considero muy poco halagüeño el porvenir de estos sentimientos. A este respecto, relativa y recientemente el periodista y comentarista de la actualidad Martín Ferránd hacia una llamada de atención a:
«Nuestras primeras formaciones políticas, en el sentido de exigirnos especial atención a la idea de Patria y al sentimiento del patriotismo: algo que, por un mucho de modas y un poco por la fiebre autonomista, cotiza hoy con escasa fuerza en la escala de valores.»
Por supuesto el comentarista se está refiriendo a los españoles en general, no a los miembros de las Fuerzas Armadas, pero teniendo en cuenta, lo que se dice al principio, que las Fuerzas Armadas, como parte integrante de la sociedad española, son un reflejo de ésta, no puede menos que intranquilizarnos la observación hecha por el periodista respecto de la virtud o valor moral que consideramos «característico» de las Fuerzas Armadas, precisamente en un artículo en el que se glosa la «mayoría de edad» de la Constitución.
A continuación, el periodista, refiriéndose a la patria hace una reflexión sobre la dificultad de recuperar «tan trascendente como etérea ilusión colectiva» y añade una definición de aquélla que por su sencillez, modernidad y precisión no me resisto a dejar de incluir. Dice así:
«La Patria es una emoción que se deriva del difícil orgullo de pertenecer a ella, del conocimiento de su pasado, de la confianza en su futuro y de su entendimiento como un proyecto, e incluso de una propiedad común.»
Como vemos casi más que una definición es un programa de lo que se precisa para su recuperación: fomentar el orgullo de ser español, dar a conocer su verdadera historia no las pseudohistorias que hoy se enseñan en la mayoría de las comunidades autónomas, e infundir confianza en su futuro mediante un ilusionante proyecto común. Respecto del supranacionalismo europeo al canciller alemán H. Kohl le parecía:
«Una cuestión de vital importancia, ya que para él Europa es algo más que política y economía. Es sobre todo sinónimo de una magnífica sucesión cultural que debemos tener siempre presente… que nos une a nosotros los europeos más allá de los países, fronteras lingüísticas y diferencias culturales, forma parte de nuestra identidad europea.»
Como vemos nos encontramos ante un claro ejemplo de «vocación integradora de pueblos afines» característica fundamental de todo patriotismo que por otra parte exige la libertad e igualdad de sus componentes. Por eso podemos afirmar que la identidad europea nunca podrá estar reñida con las diversas identidades nacionales que la componen, como tampoco las actuales identidades nacionales están reñidas con las regionales y locales que la integran.
Como resumen de esta reflexión sobre este valor moral de las Fuerzas Armadas, a la vista de lo contenido en los textos oficiales escogidos y del parecer de varios tratadistas civiles y militares, se pueden mencionar las siguientes conclusiones:
— Las Fuerzas Armadas constituyen una Institución en la que se rinde culto y cultivan los valores morales tradicionales que siempre le han caracterizado.
— De entre todos estos valores destaca como principal y verdaderamente característico de las Fuerzas Armadas el patriotismo amor a la patria.
— Le siguen en importancia: el sentido del cumplimiento del deber y tras él el valor y la disciplina.
— A continuación, se consideran el resto de los valores o virtudes militares, todos ellos muy importantes sin que se pueda establecer una graduación fija, pues su prioridad dependerá, la mayor parte de las veces, de las circunstancias del momento y lugar.
— Se observa un cierto distanciamiento entre lo que las Fuerzas Armadas creen y les gustaría ser y hacer y lo que la sociedad civil hace, no sé si creyéndolo y queriéndolo o no. Por ejemplo, considero inadmisible los desprecios y continuas vejaciones que se le infieren a la bandera de España.
— Me parece, cuando menos, muy frívolo y, por supuesto, muy peligroso el permitir o disimular dudas o equívocos con respecto a la unidad de España.
Enrique Area Sacristán
Teniente Coronel de Infantería. (R)
Doctor por la Universidad de Salamanca.