A/A José María Zavala

Estimado Sr. Zavala, 

En dos días leí su biografía sobre José Antonio, terminé la noche de viernes de Dolores. He pasado más de una década amando a José Antonio, pese a lo extraño que ello pueda parecer: dispensar sentimientos íntimos, de amor y lealtad, a quien nunca se ha conocido. Tras leer su biografía, me reafirmo: qué caballeroso fue, elegante, tan masculino como sensible, guapo, arrolladoramente carismático. Con inmensa inteligencia y cultura, valiente, apasionado y ambicioso. Con límite moral (sobre un dirigente socialista, dijo «sería inhumano asesinarle aprovechando que está en el hospital viendo a su moribunda esposa»). Amar a José Antonio y ensalzarle es una forma de vida, y tal vez una manera de que el alma de uno sobreviva. El problema es que luego uno sale a la calle, y se topa con decadencia selvática ubicua. Es duro. 

Su biografía me ha llamado la atención en su configuración, dado que apenas menciona la infancia, y recorre pormenorizadamente la genealogía de sus tres amores principales (me encanta que haya comenzado por esa parte, «el Amor»), la narración completa de los distintos intentos de salvar su vida en Alicante, y el análisis profundo de su sumario. Me ha dejado atónita lo lejos que ha llevado la investigación, hasta el punto de referenciar los modelos de aviones que sobrevolaban Alicante aquellos días, y adentrarse en la reflexión de cuál era la motivación de la media docena de personas que cercaron la muerte sobre José Antonio, para actuar y no actuar como lo hicieron. 

Soy exigente y vivo decepcionada por tanta simpleza y vacuidad, desesperada por el hambre. Leer su libro me ha dejado incrédula a causa de su ambición investigadora, su afán de conocer de forma completa la grandeza y tragedia de un gran hombre. Intuyo que usted ha pasado cerca de un año enfrascado en indagaciones y densas cavilaciones, de tipo político, moral, histórico, bélico, personal… Su libro también ha generado en mí el sentimiento de admiración y agradecimiento hacia usted, por ayudar a quienes pensamos en José Antonio con frecuencia, a hallarnos más cerca de él, a conocerle mejor, y a tratar de digerir todo lo que sucedió. Aunque es posible que uno nunca ceje de sentir rabia por ciertos sucesos, como haber perdido a José Antonio. Escasas son las personas que no me han dejado con ganas de más en mi vida. Usted ha conseguido lo contrario: desconcertarme por la densidad y extensión de su trabajo, las conexiones entre los diferentes brazos del pulpo que usted descubre, y por elaborar una obra que rebosa vida intelectual. Su libro es valioso, merece la pena ser tomado en serio. 

Puede que el destino exista, que pese a lo que José Antonio amaba la abogacía, debía acabar en política. Tantos intentos frustrados de liberarle… La voluntad y el perseverante trabajo son esenciales para lograr un objetivo, aunque en ocasiones, no importa el denuedo: no funciona. Hay asuntos que escapan a nuestras pequeñas manos, parecen sentenciados por una fuerza superior. Tal vez el desbordante idealismo de José Antonio y su atractivo irresistible, eran incompatibles con la longevidad. Tal vez la vida no está hecha para personas como él, no soportan en el largo plazo tanta brillantez intelectual, literaria, personal, profesional, sentimental. Ello es trágico; no por él, sino por nosotros: es doloroso vivir echando de menos. 

Espero, por justicia, que las tres mujeres a las que más tiempo y sentimientos él dedicó, se sintiesen la persona más afortunada de la Tierra. Cuando José Antonio se reencontró con su padre en el Cielo, debieron mantener una de las conversaciones más largas y densas. Don Miguel seguro jamás imaginó que su hijo fenecería tan pronto, tan cerca de él en el tiempo, y que sería añorado y venerado un siglo después, en una época que aparentamente no guarda semejanzas con la suya, por personas en lo exterior ajenas a él. 

En esa noche de Viernes de Dolores, en un tiempo de destrucción de la civilización, lloré a José Antonio Primo de Rivera. Si en el Cielo es posible encontrarse con desconocidos, ardo en deseos de regalarle mi sonrisa. 

Mis felicitaciones y mi agradecimiento, Sr. Zavala. 

Atentamente, 

    Amaya Guerra

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